Clarín

Chicas Coppola

- Héctor Gambini hgambini@clarin.com

Es un lunes de 1996 y está al aire El Periscopio, con Graciela Alfano. La acompaña una adolescent­e que lleva una remerita ajustada, el ombligo al aire y una cartera en banderola. Pregunta Graciela: –¿Hablás con tu familia? –Sí, hablo. Mandale un besito a mi hermanito, que está muerto con vos.

Graciela manda el besito y dice, con cierta malicia: –¿Qué hacés para vivir, chiquita? –Doy clases de Inglés. Bueno, ahora perdí todos los alumnos. Graciela mira a cámara y suspira: – Claro, me imagino...

Veinte años después, aquella adolescent­e, Natalia Denegri, vive y trabaja en Miami, donde conduce dos programas de TV para la CNN Latina. Acaba de ganar un premio Emmy por uno de ellos, que contaba la vida de los exiliados cubanos y venezolano­s en Estados Unidos. Se casó en 2005 con el novio con quien empezó a salir tres años después de la locura (“el novio de toda mi vida”) y, tras largos años de desearlo, al fin fue mamá: su nena de un año y medio es la luz de sus ojos. Ahora prepara un viaje a Italia para filmar su primer protagónic­o en cine: una historia de amor en Florencia, que da un giro hasta sumergirse en un debate por la muerte digna. Cuando esté filmando, en marzo, cumplirá 40 años.

Ya tuvo experienci­a en cine. Tras estudiar actuación con Dora Baret, hizo El pozo, una película sobre el drama del autismo con Eduardo Blanco, Patricia Palmer y Norma Pons. Antes había conducido un programa sobre Polo.

Ahora tiene todo lo que siempre quiso. Sólo le gustaría borrar la locura, aquellos meses de reality enfermizo en TV que le dieron fama súbita y una exposición directa y ultraviole­ta a los ojos del país entero. Sin protector. Y que la arrancaron de la facultad de Derecho de la Universida­d de Belgrano (carrera que nunca terminó) para meterla en una sucesión interminab­le de sets televisivo­s que ella parecía disfrutar. Allí seducía, gritaba, se agarraba de los pelos con sus contrincan­tes y jugaba su rol de nena boba y femme fatal con maestría de veterana. Lloraba a moco tendido y, después de la tanda, reía a carcajadas.

Los temas explotaron en los estudios y corrieron el velo de la TV pacata: noche, fiesta, sexo y drogas como si fueran recetas de cocina o cuidado de mascotas. La tele alumbró a los mediáticos, una raza inédita hasta entonces. Natalia tenía 20 años y una contracara perfecta de nombre bíblico: Samanta. En arameo, la que sabe escuchar. Pero a Samanta le encantaba hablar.

Samanta Farjat baja la escalera del programa de Mirtha Legrand y la reciben con el mismo aplauso con el que hace instantes recibieron a Norma Aleandro. Tiene pantalón y chaqueta negros. Van a la mesa. Mirtha le pregunta:

– Qué vida has hecho, Samanta. ¿Qué dicen tus padres? –No fue tan desastrosa, tampoco. –¿Te molesta que me dé pena? –Yo no me doy pena.

Samanta tenía dientes de conejo con los que se mordía el labio inferior mientras jugaba enroscando los dedos de una mano en el pelo negro que le caía sobre los hombros. Nena boba y femme fatal, también, pero con una pimienta irresistib­le en la punta del látigo de la lengua. Rápida, ocurrente, sexy. Su vida también giró.

Fue condenada a tres años de prisión por poner la droga en el jarrón de Coppola y después estudió Publicidad. Hizo una columna semanal en la revista El Guardián, tuvo una hija (que ahora tiene 13 años) y está en pareja con el periodista Gabriel Anello. Quedó embarazada otra vez y perdió a su bebé. Dio una nota conmovedor­a contando su dolor de mamá y un mensaje de esperanza sobre la vida que sigue. Dice que está tranquila y se excusó por tuit de contestar preguntas para esta nota porque estaba de vacaciones en Cancún.

Ha dicho una y otra vez que no le gustan los escándalos. “Ahora ya está, pero después de todo aquello lo único que quería era que la gente se olvidara de mí. A todos los que nos involucram­os con eso nos faltaba un jugador, pero ya está, pasó”, declaró el año pasado. Y contó un logro íntimo y gigante: “Cuando hacíamos pijamas party con mi nena, las otras mamás me traían a sus hijas y confiaban en mí. Con eso, yo estaba hecha”.

El informe de una consultora publicado entonces consignó que, entre noviembre y diciembre de 1996, Samanta y Natalia fueron las personas más nombradas de la Argentina, por encima del presidente Menem.

Otro día de hace 20 años. Otra tarde.

Natalia: –Yo no estoy embarazada de nadie. Aparte, averigüen bien. Porque supuestame­nte hay una chica embarazada y otra con sida. ¿No será ella la del sida?

Samanta (gritando entre carcajadas): –¡Es una mogólica! Ay, Dios. Yo mañana traigo mi análisis de HIV que dice “no reactivo”.

Natalia y Samanta tuvieron sus propias canciones. Sus versos (una decía “quién me la

puso” y la otra “toda la noche se la banca”) sonaron en las discos todo el verano del 97. Y bastante más. A Samanta la inmortaliz­ó, como si fuera poco, Diego Maradona, en ese modo tan suyo de catedrátic­o de la picaresca criolla. “Tiene más dudas que Samanta”, dijo una vez sobre otro personaje. Y quedó.

En octubre de 1996, el juez federal de Dolores, Hernán Bernasconi, ordenó allanar el departamen­to porteño del representa­nte de Maradona, Guillermo Coppola, y “encontró” medio kilo de cocaína en un jarrón. Coppola fue preso, igual que el ex futbolista Alberto Tarantini, y del jarrón salió, como una lámpara de Aladino freak y argentinís­ima, una galería de personajes inagotable­s.

–¿Y usted quién es?, preguntó una de aquellas tardes Mauro Viale, dueño del coliseo principal donde se trenzaban los extraños gladiadore­s.

–Jacobo, empresario, se presentó Winograd. Y no paró más. Cautivaba audiencias con sus relatos de épica lúdica en el casino de Mar del Plata (“si sale el 32 me tiro en palomita sobre la mesa, dije. Y me tiré...”). Su frase mayor quedó incorporad­a a los argentinis­mos ilustrados: “Billetera mata galán”.

Y policías famosos: Diamante y Gerace, nuestros Starsky y Hutch, pero corruptos. Y un abogado de apellido Rey, de camisas como las que ahora usa el Chapo Guzmán; y el abogado de los rockeros, Joe Stefanuolo; y la viuda de Poli Armentano, un empresario de la noche cuyo crimen sigue impune hasta hoy. Y un hombre de apellido Demelli que también dijo ser empresario y luego terminó confesándo­le a la audiencia que él, en realidad, era La Momia de Titanes en el Ring.

Demelli: –La droga corrumpe (sic) el cerebro. Esta chica tendría que ir al psiquiatra...

Samanta (a Mauro Viale): –Perdón, Mauro. No sé quién es este señor... Viale: –Es La Momia...

Samanta: –¿La Momia? ¿Y me manda al psiquiatra a mí? Jajajaja, voy a tomar el consejo como de quien viene...

Cuando Coppola fue liberado y los policías y el juez terminaron presos quedó al desnudo mucho más que las chicas. La Justicia y la Federal armaban causas para generar impacto y mostrar efectivida­d mientras los verdaderos narcos seguían distribuye­ndo tranquilos

en los centros de veraneo. La presentaci­ón en sociedad de la complicida­d entre el poder y la droga también cumple 20 años.

Natalia está ahora al otro lado del teléfono. Habla y tuitea. Dice que es injusto recordar ese pasado. “Ya es un tema terminado en mi vida. La verdad... era Heidi. Con las cosas que pasan ahora, ¿no?. Fui víctima de una maraña judicial en la que no tenía nada que ver, y por eso le hice juicio al Estado...”.

El juicio aún está pendiente. El Estado argentino es un compendio inagotable de deudas impensadas: lo podría cobrar este año.

–Pero, ¿cómo entraste vos al caso? ¿De dónde saliste?

–De eso no quiero hablar. Es pasado. Lo del pasado me sirvió de trampolín para hacerme más fuerte en la vida, porque hay que fijarse metas, crecer y aprender de las experienci­as. De los errores se aprende pero no todos lo saben ver. Muchos se estancan y se quedan llorando sobre lo ocurrido, pero ése no fue mi caso. Yo me preparé y estudié para ser lo que soy ahora. Uno de sus programas en Miami se llama

Corazones Guerreros. Natalia quiere refundar para su vida aquella máxima de Nietzsche, y siente que va ganando la pelea contra el estigma de la mala reputación. Pero también sabe que todavía no puede bajarse del ring; que su nombre aún vuela pegado al de Samanta. Como el de Robin a Batman. Por eso y por las dudas, no baja la guardia jamás.

–¿Y Samanta?

–Ni idea. Ella no pertenece a mi mundo.

“Una mala conciencia se cura más fácil que una mala reputación”. Friedrich Nietzsche

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Veinte años después. Samanta incursiona en el periodismo. Natalia es actriz y conductora.
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 ??  ?? 1996. Samanta y Natalia, en uno de los programas de TV donde eran protagonis­tas.
1996. Samanta y Natalia, en uno de los programas de TV donde eran protagonis­tas.
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