Clarín

Una gira mágica que Francisco no imaginaba que sería con tal fervor

Los mexicanos recibieron al Papa con una dedicación y júbilo que desbordó todo lo que se esperaba.

- MéXICO. ENVIADO ESPECIAL

La gente comenzó a soltar lágrimas, apenas enjugadas con las mangas de sus ropas cuando Francisco llegaba al corazón católico de México, el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe. La gente lloraba y francisco observaba la escena. Sabía el Papa que en México lo iba a recibir un pueblo fervoroso. Aunque, como le sucedió a Juan Pablo II en 1979, cuando pisó por primera vez este país, quizá nunca haya supuesto que el júbilo sería tanto.

Acaso empezó a sospecharl­o cuando fue recibido el viernes a la noche en el aeropuerto del Distrito Federal y la gente, apiñada en va- rias tribunas, no paraba de vivarlo como si estuviera alentando a su club de fútbol durante un partido con un tradiciona­l rival. Simultánea­mente, los mariachis daban rienda suelta a su música y todo el colorido folklore mexicano se desplegaba en un escenario. Demasiada emoción y belleza. Tanto entusiasmo tuvo premio: los fieles lograron que Francisco pasara delante de cada tribuna impartiend­o la bendición y su sonrisa se adelantaba en cada momento.

Ayer, ni bien Francisco salió de la Nunciatura Apostólica donde durmió, para iniciar su actividad, se encontró con una legión de fieles que, ansiosos, lo aguardaban. En primer lugar estaban ubicados un grupo de indigentes y de minusválid­os, que el Papa saludó uno por uno; intercambi­aba palabras, los besada, los bendecía besándolos, dándoles la bendición e incluso le entregaba rosarios como a una chica con una máscara de oxígeno.

Después, subió al papamóvil y tuvo otro baño de multitudes durante su recorrido de 14 km hasta el Palacio Nacional y la catedral, en la plaza del Zócalo, donde nada menos que 5.000 personas habían pasado la noche sólo para verlo. Eran una parte de las decenas de miles que sumaron a la mañana.

Pantallas gigantes le permitiero­n a la gente seguir los mensajes del Papa a los dirigentes de la sociedad civil, en la sede gubernamen­tal, y a los obispos, en el templo mayor. Las advertenci­as por la corrupción en el país no pasaron desapercib­idas para algunos de los que se apiñaban en la plaza que expresaban su anhelo de que cayera en la cuenta el presidente, hoy con muy baja popularida­d. De hecho, los observador­es políticos consideran que Enrique Peña Nieto promovió la visita del Papa para mejorar su imagen. Lo cierto es que Francisco se convirtió en el primer pontífice en entrar al Palacio Nacional, ya que la histórica condición de México de país laico, llevó a una férrea separación entre la Iglesia y el Estado.

No faltó el intercambi­o de regalos entre el Papa –que le obsequió un mosaico de la Virgen de Guadalupe hecho por los artistas del Estudio del Mosaico del Vaticano. Tampoco, los himnos de México y el Vaticano, a cargo de una banda militar. Al salir para dirigirse a la catedral tuvo que dar una vuelta en papamóvil por la plaza porque la multitud se lo pedía a voz en cuello. Y debió lucir el típico sombrero mexicano a pedido de la gente. Era la tercera vez que lo hacía en su viaje. La primera, en el vuelo cuando una periodista mexicana, en nombre de una familia de compatriot­as, se lo obsequió. Y luego, durante el encuentro con el presidente.

Pero las 50 mil personas en la plaza del Zócalo o las más de 200 mil en el camino entre la Nunciatura y el Palacio Nacional terminaron siendo pocas al lado de las que, por la tarde, esperaron el paso de Francisco hasta el corazón espiritual de México: ese santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, el más concurrido del mundo por el que pasan 20 millones de personas por año. Fueron 18 km de gente apiñada que lo vivaban. La llegada era al nuevo santuario, una construcci­ón moderna de unos 40 años que reemplazó a la otra, deteriorad­a por un terremoto. Fue allí donde afloraron las lágrimas de los peregrinos.

Con capacidad para 12 mil personas sentadas ( no se permitió a nadie estar de pie), la puja por entrar fue grande en las últimas semanas. Tampoco fue fácil conseguir un pase para las gradas que se montaron fuera de la basílica frente a pantallas gigantes. Mucho se habló de un “mercado negro” de entradas. Lo cierto es que en el interior del templo se mezclaban ricos y pobres. “Aquí todas las clases sociales convergen”, comentó a este enviado un colega mexicano. Como ocurrió para entrar a la plaza del Zócalo, también para ingresar al santuario había que sortear rígidos controles de seguridad. Con todo, los mayores desafíos en este aspecto parecen estar en su paso, a partir del lunes. por Chiapas, Morelia y Ciudad Juárez.

Un detalle es la cobertura de la televisión local que, lejos de caer en la monotonía, mecha los desplazami­entos, encuentros y celebracio­nes con los conciertos que amenizan la gira papal. Porque son horas de júbilo para la gran mayoría de los 120 millones de mexicanos (el país con más católicos del mundo después de Brasil) que, fieles a su estilo, lo exterioriz­an sin retaceos. Como Juan Pablo II, acaso Francisco no esperaba tanto.

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AFP Divertido. Un sombrero típico que el Papa se prueba con gusto. Fue el tercero en pocas horas.

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