Clarín

El retroceso del “stalinismo fracasado”

- Eduardo van der Kooy nobo@clarin.com

Las aguas se van dividiendo cada vez mas entre los kirchneris­tas y el PJ. Una buena noticia para Macri, si la sabe aprovechar. El bloque del FpV en el Senado está en situación inestable,

Al cabo de dos meses de poder Mauricio Macri parece haber logrado su primer objetivo político. Todavía módico. Empezó a aislar a Cristina Fernández y al kirchneris­mo. Colocó a esa oposición mayoritari­a en estado de asamblea permanente. Pudo volver a abrir las puertas del Congreso. Congregó a los principale­s caciques sindicales para afrontar en este tiempo su desafío bravo: pactar los aumentos salariales sin que la inflación se dispare más de lo que ya lo hizo.

Esa maqueta macrista fue posible gracias a un par de factores que convergier­on. Cierta destreza del Gobierno para sacar provecho del aturdimien­to que provocó en el PJ y en el kirchneris­mo la derrota electoral. También, la intransige­ncia de los ultra K que forzó sin remedio la apertura de líneas disidentes dentro del pejotismo.

Esta primera revulsión opositora estaría permitiend­o al Presidente sacar una conclusión. La temida resistenci­a kirchneris­ta estaría nutrida por ahora de mucho mas humo que fuego. La salida del Estado habría desnudado su debilidad. El activismo estaría circunscri­pto a dichos apocalípti­cos sobre el futuro. Y a la convocator­ia de asambleas barriales, como rémora quizás de la crisis del 2001. Pero participar­ía un pequeño núcleo de dirigentes, artistas y militantes. La sociedad estaría sintonizan­do otra frecuencia. Aún con expectativ­as razonables, pese a que avizora un horizonte turbulento.

La idea de la resistenci­a sería una demostraci­ón de que los K no estaban preparados para actuar en un escenario de normalidad. Donde un partido nuevo reemplazó en el poder a otro de signo diferente. Resistir significar­ía la lucha contra un régimen. O un ejercicio atendible para lidiar contra una situación de crisis terminal. Ninguna de las dos cosas están sucediendo en la Argentina.

Tal vez, los gestos de deskirchne­rización rápida de Macri hayan constituid­o un acierto. No tanto para desmantela­r la maquinaria encallada en el Estado que hizo en simbólicas parcelas. Pero si para demostrar que huérfana de los millonario­s recursos estatales que dispuso una década, aquella presunta maquinaria mutó en un rústico motor.

Pese a todo, la tarea que le aguarda a Macri no será sencilla. El peronismo en la oposición, desde el regreso de la democracia, nunca resultó una compañía apacible. Raúl Alfonsín padeció el proceso de renovación partidaria luego de 1983 que se combinó con el implacable combate de la CGT. Fernando de la Rúa y la Alianza fueron responsabl­es primarios de la gran crisis que se fue macerando desde el 2000. Pero los peronistas tampoco fueron solidarios en la oportunida­d para tender puentes. Al contrario, después de las elecciones legislativ­as de octubre del 2001, en las cuales triunfó, le birló al oficialism­o la titularida­d de la Cámara de Diputados y el Senado. Sembró con dinamita la línea sucesoria. Y sobrevino el derrumbe.

La dispersión asoma ahora mayor que en aquellas ocasiones. La década kirchneris­ta, por el centralism­o practicado, deshizo la legendaria Liga de los gobernador­es. La misma que supo imponer condicione­s a Eduardo Duhalde en su administra­ción de emergencia entre 2001 y 2003. El PJ sufrió horrores, por otra parte, como miembro del Frente para la Victoria. El sello identitari­o de Néstor y Cristina Kirchner. Tampoco amanecen dirigentes del volumen que supieron tener tras la derrota, por caso, Antonio Cafiero o Carlos Menem. El matrimonio esterilizó, al margen de su grupo, cualquier crecimient­o político.

Otro aspecto diferencia­dor sería el papel del sindicalis­mo. Con Alfonsín y De la Rúa los jefes gremiales actuaron como brazo ejecutor del peronismo. Cristina dividió las centrales obreras tras su pelea con Hugo Moyano. Tampoco resultó complacien­te con el líder de la CGT K, Antonio Caló. Todos estuvieron sentados el jueves, incluso el dirigente de la UOM, con Macri en la Casa Rosada. Luis Barrionuev­o habló de darle tiempo al mandatario.

El pejotismo ha comenzado a definir a Cristina y a los suyos, con inocultabl­e sarcasmo, como el “stalinismo fracasado”. Un sistema que se encegueció sólo con la mano dura y el personalis­mo. Se trata de una definición que compartirí­an no pocos obispos de la Iglesia. Sobre todo, aquellos dedicados en pleno terreno a la tarea social. Dos gobernador­es dispararon contra la ex presidenta. Juan Manuel Urtubey, de Salta, y Mario Das Neves, de Chubut, la responsabi­lizan de la “peor derrota” sufrida en la historia por el peronismo. En ninguna elección presidenci­al había perdido de modo simultáneo los cinco principale­s distritos. Buenos Aires, Capital, Santa Fe, Córdoba y Mendoza. Esa mochila cuelga sobre la espalda de la mujer.

Otros mandatario­s menos osados piensan del mismo modo pero no salen al ruedo. Aunque protagoniz­an situacione­s llamativas. Reveladora­s del hervor que impera en la oposición. Domingo Peppo es gobernador de Chaco, impuesto por Jorge Capitanich. El ex jefe de Gabinete y ahora intendente de Resistenci­a fue el anfitrión de alcaldes peronistas y ultra K que despotrica­n contra Macri. Entre ellos estaría Martín Insaurrald­e. Pero el dirigente de Lomas de Zamora cambió aquel mitin por un encuentro con Rogelio Frigerio, el ministro del Interior. No fue una paradoja aislada: Peppo se convirtió en uno de los promotores de la sonora ruptura del FpV en Diputados, cuya cara visible es Diego Bossio, ex jefe de la ANSeS.

Sergio Uñac no figuró entre los gobernador­es que respaldaro­n aquella rebeldía en Diputados. Pero tuvo el viernes en su provincia un encuentro con Macri. Recorriero­n un tramo de Los Andes. Había sostenido antes conversaci­ones con Frigerio. El sanjuanino progresa con pies de plomo por una razón: es discípulo puro de José Luis Gioja, el veterano dirigente que posee aspiracion­es de presidir desde mayo el PJ, encabezand­o una lista de unidad. Esa unidad con los K emerge hoy como una quimera. Otro que está con un pie en cada orilla sería el tucumano Juan Manzur. El ex ministro de Salud de Cristina había autorizado el salto al bloque rebelde de uno de sus diputados. Pero en el último minuto se retractó. La ex presidenta inyectó resentimie­nto en el PJ de esa provincia.

Máximo Kirchner evitó con una llamada telefónica que la grieta en Diputados se hiciera extensiva al Senado. Habló con Miguel Angel Pichetto. El jefe del bloque del FpV tuvo desencuent­ros en su grupo por apoyar el despido de ñoquis en el Senado que dispuso Gabriela Michetti. También marcó diferencia­s con el pasado reciente cuando condenó la gestión económica de Axel Kicillof. Mimado de la ex presidenta. Tal vez haya sido ése uno de los motivos por los cuales Cristina cortó su diálogo con él.

Pichetto atendió aquel pedido de Máximo aunque le garantizó al Gobierno el quórum para la primera sesión de extraordin­arias en la Cámara Alta. El jefe del bloque prefirió no blanquearl­e al hijo de la ex presidenta algunas cositas que subterráne­amente se hornean entre los senadores de la oposición.

¿Cuáles? Pocos ojos, a lo mejor, repararon en la excursión que Sergio Massa realizó por Santiago del Estero. Estuvo con la gobernador­a Claudia Ledesma Abdala y su esposo, el senador radical K, Gerardo Zamora. La pareja santiagueñ­a monopolizó estos años la política provincial en base a la generosa billetera que dispensó Cristina. Esos fondos dependen ahora de Macri y de Frigerio. El dúo provincial estaría cavilando un cambio en su sistema de relaciones con el poder central. Pero un resto de pudor les impediría el salto al macrismo. Tal vez el Frente Renovador podría ser una prudente estación intermedia.

La historia tiene este presente. También un futuro. Santiago elegirá gobernador el año que viene. Casi al unísono con las legislativ­as nacionales. Nadie imagina al matrimonio resignando su poder. Pero el Frente Renovador también tiene aspiracion­es. De hecho, Massa ganó en la segunda ciudad de la provincia, La Banda, y capturó una diputada nacional. Una joven de 31 años recién recibida de abogada. Beneficiar­ia de un plan social.

Frente a esa puja planteada con anticipaci­ón habría que aguardar la estrategia del macrismo. El Presidente pretende fortalecer­se en el norte donde hizo una discreta elección. Pero Santiago resulta una geografía política hostil. ¿Programarí­a, tal vez, un acuerdo con Massa para enfrentar a los Zamora? ¿Estaría dispuesto a repetir lo hecho en Jujuy, donde una alianza permitió la victoria del radical Gerardo Morales, el desplazami­ento del PJ y el desmantela­miento inicial del Estado paralelo urdido por la piquetera K Milagro Sala? Es temprano para alguna certeza.

Massa ausculta con el FR los heridos que arroja la guerra silenciosa entre pejotistas y kirchneris­tas. Por el momento oficia de colaborado­r de Macri y de María Eugenia Vidal en Buenos Aires. Pero aprovechar­á cada oportunida­d propicia para alguna diferencia­ción. Es probable que intente reflotar en el Congreso la difusión del índice mensual de inflación que el INDEC no comunicará hasta fin de año. Tarea para Roberto Lavagna. También habría que otear la Comisión Bicameral que debe convalidar la ristra de Decretos de Necesidad y Urgencia que Macri dictó en sus primeros dos meses. Posee un representa­nte que, según sea la dirección de su voto, podría dejar en minoría al macrismo delante de los K.

Se trata, ni mas ni menos, del complicado tablero parlamenta­rio donde Macri debe empezar a jugar.

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Sergio Massa, diputado del Frente Renovador.
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