Thiem tiene decisión para ir por más
Una determinación fabulosa como para plantársele de igual a igual a cualquiera. Dominic Thiem viene pisando fuerte en el circuito con esa gran virtud y ayer dio otra muestra de ello ante el mejor jugador de la historia en canchas lentas.
Muchas cosas cambiaron para el austríaco desde que su padre, un profesor de tenis, le notó condiciones y lo llevó a la academia de Günter Bresnik, quien hizo del letón Ernests Gulbis un top ten por ejemplo, pero además famoso por su muy exigente sistema de entrenamientos. Bresnik le vio pasta al chico y lo primero que hizo fue cambiarle su revés de dos manos a una -hoy ese golpe es una delicia en su tenis- y empezar a transformarlo de a poco en un jugador agresivo. Esa alteración en su juego fue muy difícil para Thiem al principio porque de ser el mejor junior de su país pasó a convertirse en uno del montón. Pero no fue lo único malo que le ocurrió: la adolescencia le provocó problemas de crecimiento que debilitaron su sistema inmunológico y por esos años se enfermaba regularmente. Sin embargo, siguió confiando en Bresnik y, sobre todo, en sí mismo.
También fueron complicados aquellos años en los que las derrotas tempranas en futures y challengers se repetían. Hasta que los resultados, por fin y como premio a tanto esfuerzo, comenzaron a llegar y en 2015 obtuvo su primer título en Niza y luego se transformó en una de las sensaciones del verano europeo en canchas lentas al ganar en la humedad de Umag y en la altura de Gstaad.
Hoy Thiem es un tenista con poder de fuego de ambos lados, con un muy buen drive y un gran revés, con una velocidad normal y un buen saque y que, sobre todo, sabe qué hacer en todos los lugares de la cancha. Sin ser muy inteligente -a veces se apura en tirar winners- es decidido. Físicamente es fuerte (aunque no lo parezca) y tiene una tremenda resistencia. Y, por último, ataca bien y defiende casi de la misma manera sin ser un contragolpeador. Hoy Thiem es un plazo fijo seguro de un banco suizo.
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