Clarín

Recuerdos del futuro

- rroa@clarin.com Ricardo Roa

Si no fuera por lo feas que son y sin ánimo de ofender en materia de gustos, las postales de la década ganada que nos sigue ofreciendo Amado Boudou serían para colgarlas en una galería de las más bananeras que se pueden concebir: un ministro de Economía que asciende a vicepresid­ente truchando facturas de hotel. Cosas que ni a Olmedo y su Costa Pobre se le hubieran ocurrido.

No una sino dos facturas falsas de un

hotel de París que enseguida sugieren la sospecha de una cantidad mayor y un estilo de vida, si a eso se le puede llamar estilo. La suma del cambalache que ayer revelaron en La Nación Hugo Alconada Mon

y Luisa Corradini son unos $ 500.000 al tipo de cambio de hoy.

La cifra es cosa para jueces y contadores. Lo peor es haber tenido un ministro nada menos que de Economía truchando viáticos por no añadir otra rara factura de unos raros gastos de filmación en otro viaje ministeria­l, esa vez por Nueva York.

Son groserías que hacen aparecer la maniobra de apropiació­n de Ciccone como un operativo de alta escuela. Boudou era un busca y se hizo funcionari­o sin hacerse mejor. La truchada con los viáticos es un delito menor por lo rudimentar­io y por lo vergonzoso. Pero es una burla gigante a la honestidad.

Otra postal que no invita sino ordena reflexiona­r en qué andaríamos si el kirchneris­mo hubiera seguido su declarado propósito de eternidad es la que nos ofreció en las redes el ex juez Oyarbide, postulándo­se otra vez para el Bailando de Tinelli.

Antes de jubilarse, el ex juez si es que se lo puede llamar juez había confesado que con gusto cambiaría la severidad que se supone de los tribunales por la suavidad del espectácul­o.

Tuvo la suerte singular de salir elegido en casi todos los sorteos y tomar en sus

manos las causas ultrasensi­bles para el kirchneris­mo. Ahora bailó “La flor más bella” con dirigentes de los taxistas. Es un festejo íntimo que produce bastante o mucha vergüenza ajena.

En el video Oyarbide parece feliz, lejos de las lágrimas que había derramado ante el ministro de Justicia Garavano porque no quería dejar de ser juez y se ofrecía a hacer cualquier cosa para seguir siéndolo.

Cada uno puede sacar sus conclusion­es. Se puede pensar si ministros y jueces así

nos definen o, para ser menos trágicos, suponer que nos definieron antes pero no nos seguirán definiendo más.

Cosa también con el sello K, por suerte de calibre menos doloroso, fue la declaració­n del matemático Paenza que vuelto a la tevé pública dijo: “Yo no quería trabajar para este gobierno”. Como si no hubiese podido hacer otra cosa.

Boudou trucha facturas de hotel. Oyarbide baila en la Web con taxistas. ¿Así hubieran seguido siendo las cosas?

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