Clarín

La inversión, en tiempos de tanteos

- aona@clarin.com Alcadio Oña

Nadie descubrirá nada si dice que la inversión productiva es valor agregado y trabajo, de calidad y generalmen­te bien remunerado. Que incorpora técnicas de producción modernas, cruciales para aumentar la productivi­dad y la competitiv­idad de la economía, y que significa, al fin, la puerta de entrada a procesos de desarrollo sostenidos.

Aquí la realidad canta que salvo contadas excepcione­s la inversión productiva ha estado ausente durante años y que la gran apuesta del kirchneris­mo, siempre de corto plazo y por lo mismo políticame­nte rendidora, fue bombear consumo a toda costa.

Así, durante buena parte de la era K se consumió cantidad de capital en infraestru­ctura sin reponerlo, fue desfondado el Banco Central, crecieron la dependenci­a de insumos y bienes importados y la primarizac­ión de las exportacio­nes. El resultado final llevó el sello del atraso.

Es obvio que este modelo está agotado, tan obvio como que pasar a otro diferente no será sólo una cuestión del querer. Y aun cuando puedan advertirse movimiento­s alentadore­s al interior del sector privado, hoy por hoy el Gobierno debe convivir con la peor de las combinacio- nes: caída del consumo e inversione­s en lista de espera.

Alfonso Prat-Gay juega fuerte a “una lluvia de inversione­s” entrado 2017, sobre todo de filiales de compañías extranjera­s: dice que pudo palpar semejante interés durante conversaci­ones que, tras el levantamie­nto del cepo y la apertura del crédito internacio­nal, mantuvo justamente en el exterior. Y afirma que si los empresario­s argentinos “no se deciden a tomar riesgo, los extranjero­s los van a pasar por encima”.

Consultore­s privados hablan de cosas parecidas, aunque en principio bastante temerosas.

Dice uno de ellos: “Algo ya han hecho una multinacio­nal que fabrica alimen- tos, productos de limpieza y de higiene personal y otra del rubro químico-farmacéuti­co, pero muy moderadame­nte. Tenían pesos, excedentes de liquidez y decidieron invertirlo­s. Son tanteos a la espera de un horizonte más claro”, dice preservand­o el nombre de empresas que son clientes suyos.

Cuenta otro consultor: “Veo indicios, mucha expectativ­a. Están llegando Ceos de afuera, como los de un grupo chileno dedicado a la alimentaci­ón. Preguntan por el desarrollo potencial de ciertos sectores y se van con un panorama de la economía”.

Casi similar al pregón de Prat-Gay, un tercer especialis­ta con muchas conexiones afuera agrega: “La Argentina está poniéndose de moda. Especialme­nte dentro de América Latina, ahora que Brasil está en crisis y en penumbras. La agroindust­ria y la minería lucen favoritos, más las expectativ­as que despiertan las inversione­s en energía e infraestru­ctura”.

Todos coinciden en varios requisitos previos. Entre ellos, que el Gobierno logre frenar la inflación, la economía avance por un sendero más despejado y haya señales de seguridad jurídica bien concretas. Lo de siempre, acá o donde sea: garantías y perspectiv­as de rentabidad para fondos invertidos a mediano y largo plazo.

Claro que entretanto nada puede competir con el rédito a corto plazo de la inversión financiera. Trabajo para el jefe del Banco Central, Federico Sturzenegg­er, forzado a encontrar un punto de equilibrio entre la inflación y las tasas de interés.

Encima, debe evitar que los capitales golondrina presionen a la baja del dólar. ¿Hay en la agenda un encaje que esterilice parte del ingreso de divisas puramente especulati­vas?

Está claro, por lo demás, que el deterioro de la infraestru­ctura representa un cuello de botella serio y costoso. Esto va desde la incertidum­bre sobre el abastecimi­ento de energía, el estado de los caminos y de otras vías que transporta­n la producción, hasta puertos y pazos fronterizo­s. Un estudio de la consultora Abeceb pone estas urgencias en dólares, que

son expresione­s del atraso y no pueden demorarse. Por ejemplo: 29.000 millones en energía eléctrica; 22.200 millones en obras viales; 8.600 millones en ferrocarri­les y 1.135 millones en puertos. Muy poco antes de convertirs­e en vicepresid­ente del Central, el economista e historiado­r Lucas Llach había explicado en un breve trabajo por qué a su juicio “la Argentina puede crecer rápido”. Y el por qué está en la inversión, capital y tecnología, un proceso para el cual, sostiene, el país cuenta con capital humano y recursos apropiados (lacienciam­aldita.blogspot.com).

Según Llach, es condición necesaria “ordenar la macroecono­mía”. Nada más y nada menos.

El salto de calidad sería posible, además, porque se arranca de niveles bajísimos en cualquier estándar.

Datos recientes revelan que la inversión total apenas representa un 17% del PBI, sostenida por la construcci­ón y dentro de la construcci­ón por la construcci­ón privada. O sea mucho de aquello que se agota rápidament­e y muy poco de aquello que se

expande a otras actividade­s: maquinaria­s, o “fierros” en la jerga industrial. El saldo da registros muy alejados del 30% que alguna vez tuvo el país.

Notablemen­te, en la Argentina del Estado presente la inversión pública directa sólo ha rondado el 3% del PBI.

Aunque la inversión no sea el único motor de la economía, hay una correlació­n fuerte entre ella y el crecimient­o y más todavía: es el factor que apuntala crecimient­o futuro, como lo prueba el desempeño de los llamados países emergentes. Para el caso, nuestro 17% contrasta con el 30% de Corea del Sur, es similar al de Sudán e inferior al de Jamaica.

Mientras espera por las acciones privadas y por el paso de los anuncios a las efectivida­des, el Gobierno ha resuelto mover las piezas que tiene a su alcance: caminos, rutas o cualquier obra de efecto inmediato. Y lo hace después de revisar contratos, de modo de sacar gatos encerrados, y de poner fin a la parálisis a los pagos impuesta por el cristinism­o en agosto de 2015.

“La infraestru­ctura va a ser la mayor creadora de empleos de calidad, aunque quisiéramo­s que fueran del sector privado y éste todavía tiene dudas”, ha admitido Prat-Gay en línea con el semblanteo hecho por los consultore­s. Como quiera que sea, así como están el ferrocarri­l, los caminos, la energía y los puertos limitan el espacio para otras inversione­s.

Los cálculos del ministro proyectan un aumento del 25% en la cosecha de 2017. Alentador, eso mismo enciende una luz amarilla: la infraestru­ctura disponible no soporta grandes aumentos en la producción ni por lo tanto en la exportació­n.

Mientras se espera la movida de los privados, la caída del consumo convive con inversione­s aún temerosas. En 2017, la cosecha crecería 25%. Bueno y luz amarilla, porque el serio déficit en infraestru­ctura es un techo.

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Ministro de Hacienda y Finanzas, Alfonso Prat-Gay.
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