Clarín

Una jugada audaz, pero a la vez peligrosa

- Claudio Savoia csavoia@clarin.com

La estrategia defensiva de Lázaro Báez viene acumulando zigzagueos y pasos incomprens­ibles. Hace dos semanas, tras el rechazo de su pedido para aplazar la declaració­n indagatori­a ante el juez Sebastián Casanello, el zar de la obra pública K se presentó con un escrito como todo testimonio. ¿Qué decía ese texto? Que los 208 millones de pesos que su empresa Austral Construcci­ones recibió de parte de la gaseosa sociedad Helvetic Service Group en 2012 fueron parte de un giro concertado con la mira en la presentaci­ón de la firma a la licitación por dos represas que se iban a construir sobre el río Santa Cruz. Como socios en esa oferta, Austral tenía a un consorcio chino y a la constructo­ra local Iecsa, de Angelo Calcaterra. El primo del presidente Muricio Macri.

Con poca sutileza, el empresario K buscaba así justificar de un solo golpe el ingreso de ese dinero y convidar una cucharada de estiércol a Calcaterra. O sea, a Macri. Podría no haber sido más que una chicana, pero entró al expediente con una sincronía perfecta como para que la menguada escudería de medios kirchneris­tas dedicara grandes espacios a presentar a Calcaterra como el gran socio de Báez. Que no lo fue: tras un proceso velado por sospechas y denuncias, Austral y sus compañeros quedaron fuera de la carrera por las represas.

No es todo: tal como publicó Clarín el domingo, el testigo protegido del caso, Leonardo Fariña, despedazó la historia de Báez con datos e indicios firmes de que Helvetic es una “sociedad vehículo” controlada por el propio empresario santacruce­ño.

Quizás estos desajustes hayan tenido que ver en la discusión que Báez tuvo con sus defensores en esta causa, los doctores Daniel Rubinovich y Rafael Sal Lari, el viernes pasado en Ezeiza. El dueño de Austral les habría reprochado que “trabajan más para Cristina que para mí”. Ayer, un cable de la agencia estatal Télam desmentía aquel encuentro y afirmaba que, según voceros del Servicio Penitencia­rio Federal, “no hubo incidentes” ni “discusión”. Raro, porque excepto que realizaran espionaje ilegal sobre Báez, sus agentes no podrían asistir a las reuniones del reo con sus defensores. Otras “fuentes de la investigac­ión” no identifica­das por

Télam aseguraban que los abogados ni siquiera fueron a Ezeiza.

Clarín ratifica lo publicado. Pero sigamos la saga. En una “memoria” que busca argumen- tar la apelación de las medidas de Casanello, los abogados de Lázaro y Martín Báez rechazan

haber lavado dinero, dicen que ambos son empresario­s ricos, que pueden justificar el monto de dólares y euros que fue contabiliz­ado en La Rosadita, que el cobro de sobrepreci­os en la obra pública “es conjetural”, y que tampoco se probó el uso de facturas truchas para fraguar gastos. Por eso exigen que se levante el procesamie­nto contra ambos, que Lázaro sea liberado, que el embargo de 100 millones de pesos decidido por Casanello se anule, al igual que las inhibicion­es y congelamie­ntos sobre empresas y cuentas bancarias. Acá no pasó nada. Atrevido. Pero podría ser suicida. La sala II de la Cámara Federal ya retó a Casanello por “flojo”: le dijo que los cinco millones de dólares de La Rosadita no eran más que una muestra gratis de una maniobra mucho más grande, que debía ser investigad­a a fondo. Ahora Báez les da otra oportunida­d para opinar. Difícilmen­te lo hagan en su favor.

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PEDRO L. FERNANDEZ Camarista. Eduardo Farah, integrante de la sala II.
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