Encuentro en la danza, por la emoción del movimiento
La artista neoyorquina trabaja con bailarines del Taller de Danza Contemporánea del Teatro San Martín.
Un salto preciso: exactitud. Pero nada identificable, nada reconocible en las situaciones que se presentan: todo es un largo movimiento fluido realizado por varias personas. Y esa música tenue, leve, inesperada: discreta. Bello. Así es el proyecto Once with me (“Una vez conmigo”) que se estrenó ayer para invitados en el Faena Arts Center y que se ofrecerá al público a partir de hoy por sólo tres días (las entradas están agotadas).
Creado por la coreógrafa neoyorquina Pam Tanowitz junto a su marido, el músico Dan Siegler, los bailarines del Taller de Danza Contemporánea del Teatro San Martín y una pareja venida desde Estados Unidos-la impresionante Melissa Toogood y Dylan Crossman, los bailarines principales de esta obra y miembros de la compañía de danza neoyorquina de Pam-el trabajo es distinto a lo que generalmente puede verse en Buenos Aires.
Por empezar, es lo que se llama un site- sensitive (es decir, en él se explora profundamente la interrelación entre el movimiento y el espacio). El site-sensitive sólo puede ocurrir una vez, porque involucra al tiempo. Por eso los bailarines de esta obra, atentos y colaborando con la dimensión, tiempo y espacios circundantes –piso, paredes, techo, luz, arquitectura, vacío, silencio, momento, experiencia y algunos sonidos que forman esa especial y extraña música que fue creada a medida que ellos iban ensayando, se mueven a través de distintas plataformas de diseño orgánico, a veces de a dos, a veces de a uno, o en grupos.
La sorpresa: las plataformas –parte medular de la escena, creadas especialmente por el japonés Sho Shigematsu- se ubican entre los espectadores y son bajas, no tienen más de 40 centímetros de altura. Por lo tanto los bailarines también se encuentran a la altura y dentro del espacio del espectador: comparten con el público las situaciones que provocan al moverse. Aquí no hay un arriba y un abajo: no hay división entra la danza y nosotros. En esta obra que transcurre en múltiples núcleos, sobre cada plataforma, al mismo tiempo, la escala válida es la intimidad: pocas veces puede uno compartir este tipo de movimientos desde una distancia súper, súper mínima. Casi respirando con el bailarín.
Y es conmovedor observar, con esa distancia, movimientos tan originales e inesperados – stills (poses fijas), carreras, cuerpos rodando, arrêtes (detenciones. Livianos, a veces con impulsos mínimos que parecen voluntades que nacen, rotan desde los mismos tejidos y huesos, desde lo más profundo del cuerpo. Los bailarines saltan, sostienen la cabeza hacia adelante; la dejan caer. Y repiten: repiten para un lado, repiten para el otro. De pronto, disrupción: dos bailarines se aproximan, acercan sus cabezas; se besan sin tocarse dejando el cuerpo caer. Todo flojo menos ese punto casi de contacto: las bocas: tensión sin roce. Lo repiten luego en otra plataforma.
“Nada. No quiere decir nada”, explica Pam, la coreógrafa. “Sólo me interesa crear, generar movimientos y no historias”, dice, y en esto sigue la escuela de Merce Cunningham, la “danza por la danza”, el movimiento como foco principal del trabajo.
Los jóvenes bailarines del San Martín comentan: “Fue interesante trabajar con Pam, es algo nuevo”. ¿Qué tal la metodología de trabajo? “Pam nos propuso, la primera vez que nos encontramos (en marzo, cuando nos conocimos y realizamos la primera parte del proyecto) que cada uno de nosotros le propusiera ocho movimientos. Luego fuimos trabajando en un ida y vuelta a partir de ellos”.
Esto pudo observarse en los ensayos previos al estreno de la obra, a los que Clarín tuvo acceso: el trabajo se iba gestando sobre la marcha, de un modo intenso y en un clima de gran concentración. La música también. Todo era una interrelación que provocaba ideas y cambios constantes.
Salir hacia el espacio. Coser y descoser los movimientos: desdoblar el cuerpo. No hay ni un principio ni un fin determinados. Circular, desplomarse sobre el otro. Y luego salir caminando por la puerta. Como si nada. El público desconcertado, se deja llevar por la delicada suavidad y la cadencia. Ese es el clima.