Historias de New York

Había pisado la Gran Manzana varias veces, algunas por placer y otras por trabajo, siempre embelesada. A pesar de los años, el romance seguía intacto: más la visitaba, más quería seguir frecuentándola. Así que los 15 de sus hijas, mellizas, fue la excusa perfecta para volver. Claro que ese viaje fue diferente. No bien llegaron, antes de ir al Central Park, fue dejar las valijas para correr al Apple Store de Grand Central Station y concretar el sueño del iPhone. A continuación vinieron las luces de Times Square y las esperas interminables frente a los probadores de Forever 21, hasta después de medianoche, sin dormir y casi sin comer …

Acostumbrada a salir a patear veredas desde las 9 -a lo sumo, a las 10- tuvo que resignarse: los adolescentes no se levantan temprano ni en Nueva York; ergo, el hotel no se abandona hasta bien pasadas las 11. Poco a poco, el universo teen la fue rodeando y anduvo por la calle a los empujones, pura risa, confesando que aquel vestido demasiado chico “le había dado justo en el cora”, o que “la retrollearon” cuando preguntó por el lugar exacto para subir al High Line.

Fue a hacerse tomar las medidas en Victoria’s Secret para conseguir el “bra” perfecto y se sentó a probarse todas las bases,

lipsticks y highlitghters frente los impecables espejos del Beauty Studio de Sephora. Y comió hamburguesas en Shake Shack, jugó guerra de bolas de nieve en el Central Park y patinó sobre hielo en el Woolman Rink. Así, aunque había ido varias veces, por primera vez vio Nueva York con ojos de 15.