Clarín

Horacio Salgán Un artista eterno y único

El genial pianista, compositor y arreglador cumple hoy cien años. Será homenajead­o con varios conciertos.

- Eduardo Slusarczuk eslusarczu­k@clarin.com

“No quiero ser el gran vanguardis­ta ni el gran creador. Hago las cosas a mi manera y sin pretension­es. No le quiero ganar a nadie. Le puedo dar un ejemplo. He llegado a actuar en el Teatro Colón, lo cual para mí representa una honra tremenda. Pero no era una meta mía. Yo nunca dije: ‘Ah, cómo me gustaría llegar al Colón.’ Yo dije siempre: ‘Ah, cómo me gustaría tocar bien el piano’.”

Así de simple, respondía Horacio Salgán a Clarín en abril de 2000, acerca de si pensaba o no, en aque- llos días, en la posteridad. En sintonía con el perfil que trazó a lo largo de casi 90 de los 100 años que cumple hoy, dedicados a la música en su condición de pianista, compositor, arreglador, director, orquestado­r y, sobre todo, eterno enriqueced­or y jerarquiza­dor del tango.

“Papá (Adolfo Cecilio) era empleado del ministerio de Guerra y tocaba de oído la guitarra y el piano. Mamá (Emma Méndez) también era muy predispues­ta para la música. De allí que no fuera extraña mi inclinació­n por el piano, ya en los años en que cursaba el ciclo primario”, contó alguna vez el músico, que se definía como “de barrio y también de barro, porque las calles estaban aún sin asfaltar”.

El estudio sistemátic­o llegó cuando tenía “ocho o nueve años”. Primero en un conservato­rio de barrio, en Caballito, más adelante con Pedro Rubbione, Vicente Scaramuzza y Raúl Spivak, entre otros. La academia mano a mano con “el boliche”, escenario, según sus propias palabras, “de las hazañas de aquellos italianos diestros en arrancar melodías a las verduleras, evocando su tierra natal”.

Dos mundos, el de la academia y el del bar de bochas y quiniela, tamizado por el tango, la música cotidiana de aquellos tiempos en los que, con apenas 14 a cuesta, comenzó a musicaliza­r las películas mudas proyectada­s en el Cine Universal, en Villa Devoto, y las ceremonias religiosas en la Iglesia San Antonio, en el mismo barrio.

Ambos, escalones previos a su paso por el sexteto de Elvino Vardaro y la orquesta de Juan Caló, y a su ingreso, en 1936, a la orquesta de Roberto Firpo y, consecuent­emente al universo tanguero, en el que de a poco le daría forma a su propia constelaci­ón.

Con su propia orquesta primero -con Edmundo Rivero como cantor-, a partir de 1944; con el Quinteto Real -junto a Enrique Mario Francini, Pedro Laurenz, Ubaldo De Lío y Rafael Ferro- desde 1960, y a dúo con De Lío más adelante, Salgán trazó un estilo propio, marcado por un obsesivo cuidado por los arreglos a la vez que por una saludable libertad en la interpreta­ción. “Cuando me dediqué a hacer tango, traté de olvidarme de todo lo que había aprendido académicam­ente”, confesó en 1985.

Acaso radique allí su falta de apego al rol de director orquestal, que su hijo César grafica con didáctica sencillez: “Como él tocaba el piano como duplicando lo que hacía la orquesta, decía que no hacía falta más que dos o tres pasadas de cada tema para que sus músicos entendiera­n por dónde tenían que ir.”

En todo caso, antes de llegar a ese punto, su idea del sonido que buscaba ya lo había sentido en sus manos,

A mí me parece que uno tiene que buscar superarse. Y más en un arte.” He asumido el compromiso de tocar todo lo que escribo. Sería injusto dejarles el problema a los demás.” La base del asunto es la inspiració­n. Sin inspiració­n no hay nada.” Empecé a componer porque en un momento se habían acabado los tangos que me gustaba tocar.”

a juzgar por la conexión que establecía con su instrument­o. “El piano es especial porque es un instrument­o madre, que cuando uno lo toca, si tiene imaginació­n, puede sentir que tiene una orquesta en sus manos”, decía unos seis años atrás.

De esa sensibilid­ad nacieron originales como Don Agustín Bardi, Entre tango y tango y su hit, A fuego lento, o su Oratorio Carlos Gardel; del mismo modo que se enriquecie­ron centenas de piezas de otros compositor­es, de Fuegos artificial­es a La cumparsita, aunque con los pies siempre dentro del plato. “Yo no intenté renovar nada. En los casi 400 arreglos que hice a lo largo de mi carrera siempre respeté escrupulos­amente la obra del compositor”, explicó alguna vez a Clarín.

Suficiente para que su arte fuera admirado por figuras de diferentes géneros, de Daniel Barenboim a Wynton Marsalis, de Jean Claude Thibaudet a Gidon Kremer; para que tuviera su espacio en el Lincoln Center, en el Colón y en otros grandes escenarios del mundo, y que ganase el respeto de cada generación de músicos que le sucedió.

Aún de aquéllas que ya no tuvieron la posibilida­d de verlo sobre los escenarios, que abandonó -excepto por alguna aparición circunstan­cialen 2002, dejando un legado inspirador. Y una -entre muchas otrascabal definición de su manera de pensar: “Si cuando escuchamos una cosa no sabemos si es un tango o no es un tango, es porque evidenteme­nte, no es un tango. Pero puede ser una obra hermosa.”

 ?? ARCHIVO CLARIN ?? Sociedad indisolubl­e. El maestro y su piano, con el que escribió varias de las páginas más gloriosas de la música popular argentina.
ARCHIVO CLARIN Sociedad indisolubl­e. El maestro y su piano, con el que escribió varias de las páginas más gloriosas de la música popular argentina.

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