Actriz, política, apasionada, mujer de carácter, Irma Roy murió ayer, a los 84 años.
Murió a los 84 años, tras haber estado internada por un accidente doméstico. Fue “Simplemente María”, actriz y política. Decía tener “alma peruca”. Retrato de la pasión.
Con una anécdota contada en 30 segundos, Irma Roy dejó ver, en un inolvidable mano a mano de hace seis años, su amplia variedad de condimentos: el humor, la memoria, la personalidad, la gracia, la pasión, el histrionismo. Y fue desde ahí que contó que “como mi vieja era amiga del jefe de electricistas del Cervantes, a los 6 ya me dejaban ir a la escuela (luego fue el Conservatorio) que funcionaba ahí. En declamación la pasaba buenísimo, pero había clases complementarias en las que me aburría horrores. Entonces, me escapaba por una ventana que había en el cuarto piso y que me llevaba directo al paraíso del Cervantes, donde me quedaba a ver todas las obras que podía. Y ¿sabés qué? Yo soy actriz porque Luisa Vehil era actriz. La amaba. Decía ‘jamás’ con una contundencia... Yo soñaba con decir las jotas tan recargadas como ella”. Ayer, a los 84 años, dejó de soñar la mujer que combinó el arte y la política con su herramienta más afilada: el temperamento.
Irma Carolina Guglielmo, tal cual figuraba en su documento, murió después de haber estado diez días internada en el sanatorio Agote por un accidente doméstico. Tenía una hija, la actriz Carolina Papaleo, y un nieto. “Ellos dos son mi tesoro. Gracias al afecto pude soportar todo lo que me pasó en esta vida”, había dicho la ex diputada justicialista (ver Una vida entre...), quien reconocía tener “alma peruca”. Había estado casada con el actor Eduardo Cuitiño y con Osvaldo Papaleo.
Formada en el Conservatorio de Arte Dramático, en la década del ‘40 dio sus primeros pasos como actriz para debutar en el cine en 1950, con Cinco grandes y una
chica, de Augusto César Vatteone. De ahí en más su filmografía sumó títulos como Mi marido y mi no
vio (1955), El derecho a la felicidad (1968) y Siempre fuimos compa
ñeros (1973). Las tablas, sobre las que daba rienda suelta a su gestualidad (“Pensá que soy de la época en la que el teatro no era minimalista: había que potenciar el carácter de la escena, siempre”), la tuvo en obras como Los árboles mueren de pie, No hay que llorar y Flores de acero, entre otras.
Pero su papel consagratorio, sin ninguna duda, fue el protagónico de Simplemente María en 1967 (ver María...), telenovela de Canal 9 que la rebautizó entre sus seguidores: “Fui María para dos o tres generaciones, porque la veía todo el mundo. Eso sí que fue un éxito”. En televisión también trabajó en El cielo es para todos, El amor tiene razón y en varios episodios de Alta
comedia para coleccionar. “A mí me encanta ser actriz y también me encanta ser política, mirá qué curioso. Pero cuando entré al Congreso renuncié al mundo artístico porque me parecía incompatible con mi nueva tarea (desde la que luchó por el cupo femenino, la ley de adopción y desde la que intentó combatir la violencia de género)”, explicaba Roy, quien en 2007 retomó la ficción como conocido ingrediente de su realidad.
Pero siempre, con o sin cargo oficial, agitó públicamente las banderas de su ideología: “Las raíces de lo que soy están claramente en la infancia. Por un lado, yo fui de los niños privilegiados de Perón, porque gracias al aguinaldo que él instituyó tuve buenas Navidades... Jamás olvidaré que cada 24 de diciembre lo esperaba a mi viejo en la puerta de casa para ir a comprar las cosas para la mesa de Nochebuena. Y los regalos de Reyes los repartía Evita en el correo del barrio. A mí me tocaba el de San Juan y Urquiza, porque me crié en San Juan y La Rioja. Y pasado un tiempo, ya con 14 o 15 años, sentí que tenía que devolverle a los chicos lo que habían hecho por mí. Entonces ingresé a una Unidad Básica, palabras que siempre me sedujeron. La unidad y lo básico. Cuestión que me metí en una para ayudar. En ese tiempo creía que eso que hacía era ‘ ayudar
a Aurora’, la señora que manejaba el lugar, pero con los años supe que eso era militar”.
Era un placer escucharla hablar, ser testigo del repaso de su camino. Tenía memoria, tenía recuerdos, tenía un exilio a cuestas, una vida intensa, un vocabulario exquisito, y una convicción a la que se aferró hasta ayer: “Soy una mina fuerte”. Simplemente, Irma Roy.