Clarín

Una vida entre los vaivenes del peronismo

- Marcelo Helfgot mhelfgot@clarin.com

Antes, mucho antes de que la faranduliz­ación de la política se convirtier­a en moda, Irma Roy le puso el cuerpo al compromiso partidario. Abrazó el peronismo, en su primera versión, apenas egresó del Conservato­rio. Y en seis décadas de militancia atravesó todas las etapas: debates hasta el amanecer, la censura y el exilio, los placeres del poder y los sinsabores del escándalo.

Tuvo que irse del país tras el derrocamie­nto de Perón, en 1955, junto a su primer marido, el también actor Eduardo Cuitiño. Y abordó 17 años más tarde el charter poblado de famosos que trajo de regreso al ya anciano “General”. Vivió el último período peronista, de 1973 a 1976, al lado del funcionari­o que manejó con puño de hierro los canales intervenid­os por el Estado, Osvaldo Papaleo. Y con el nuevo golpe convirtió su casa de Recoleta en refugio de otras esposas de ex colaborado­res de Isabel que permanecie­ron un tiempo detenidos

por los militares. Con todo, recién a la vuelta de la democracia forjó su propio per

fil político. Y dejó a su faceta artística esperando entre bambalinas mientras desarrolla­ba su carrera de diputada. Entró al Congreso de la mano de Antonio Cafiero, el histórico dirigente del PJ que la entusiasmó con su promesa de

“renovación”. Promovió las leyes de cupo femenino y de adopción, pero su peronismo de tipo “tradiciona­l” la alejó del menemismo. A la Legislatur­a porteña entró por Gustavo Beliz. En 2001 le descubrier­on una jubilación de privilegio no declarada. Ahí empezó a preparar su vuelta a las tablas.

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