Una vida entre los vaivenes del peronismo
Antes, mucho antes de que la farandulización de la política se convirtiera en moda, Irma Roy le puso el cuerpo al compromiso partidario. Abrazó el peronismo, en su primera versión, apenas egresó del Conservatorio. Y en seis décadas de militancia atravesó todas las etapas: debates hasta el amanecer, la censura y el exilio, los placeres del poder y los sinsabores del escándalo.
Tuvo que irse del país tras el derrocamiento de Perón, en 1955, junto a su primer marido, el también actor Eduardo Cuitiño. Y abordó 17 años más tarde el charter poblado de famosos que trajo de regreso al ya anciano “General”. Vivió el último período peronista, de 1973 a 1976, al lado del funcionario que manejó con puño de hierro los canales intervenidos por el Estado, Osvaldo Papaleo. Y con el nuevo golpe convirtió su casa de Recoleta en refugio de otras esposas de ex colaboradores de Isabel que permanecieron un tiempo detenidos
por los militares. Con todo, recién a la vuelta de la democracia forjó su propio per
fil político. Y dejó a su faceta artística esperando entre bambalinas mientras desarrollaba su carrera de diputada. Entró al Congreso de la mano de Antonio Cafiero, el histórico dirigente del PJ que la entusiasmó con su promesa de
“renovación”. Promovió las leyes de cupo femenino y de adopción, pero su peronismo de tipo “tradicional” la alejó del menemismo. A la Legislatura porteña entró por Gustavo Beliz. En 2001 le descubrieron una jubilación de privilegio no declarada. Ahí empezó a preparar su vuelta a las tablas.