Clarín

El uso abusivo de la metáfora

- Hernán Firpo hfirpo@clarin.com

Sopla la tarde. El huracán de tu pelo. El viento como parábola de la locura, siempre. La metáfora es encontrar la palabra injusta en el momento indicado. Razonablem­ente, uno cree que la metáfora mejora las cosas. Si fuera auténtico, todos andaríamos diciendo “sopla la tarde” y sin embargo decimos “hay un viento del carajo”. O sea, el soplido es atacado por una circunstan­cia real (“viento”), pero calificado de un modo muy poco representa­tivo (“carajo”).

Esta situación debería auspiciar una investigac­ión exhaustiva sobre el uso corriente de las metáforas y los adjetivos. ¿Quién te muestra mejor? ¿La metáfora o el adjetivo? Mal formulada la pregunta, porque la metáfora no te muestra. Te oculta. La metáfora es el gran triunfo de la poesía, y la poesía nunca va de frente, acaso porque su ADN coincida con cierta idea de tolerancia; es decir, de hipocresía y falsedad. Se presume, por una cuestión de fronda y matorral, que la metáfora es más propia de los paisajes cálidos con severa tendencia a realismos mágicos y barroquism­os abaratados. Nótese que la metáfora llegó hasta las canchas de fútbol y los programas de chismes. Eso hace que el adjetivo empiece a convertirs­e en necesidad. Adjetivar los sustantivo­s comienza a tener una importanci­a que, cada vez más, se va pareciendo a la búsqueda de la verdad.

Habrá que sospechar del que habla con metáforas. Sospechemo­s del poeta que todos llevamos dentro. Y si no, el adjetivo crecerá por todas partes como hongos después de la lluvia. O como una bola de nieve

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