Clarín

Hizo todo para hallar a los asesinos de su nieto

Al adolescent­e lo asesinaron durante un robo en la puerta de su casa, en Quilmes Oeste. La mujer se disfrazó para meterse en una villa y fotografia­r a uno de los tres asesinos. Pero aún no logra que los detengan.

- Sergio Dima sdima@clarin.com

Llegó a disfrazars­e de prostituta. Así pudo descubrir a uno de los acusados. Y hasta lo fotografió.

El día en que lo asesinaron estaba por empezar una etapa nueva en su vida. Jonathan Hernán Rodríguez Moreira tenía apenas 17 años, había rendido los últimos exámenes para terminar el secundario y había conseguido un buen trabajo. “Joni”, como le decían, nunca había conocido a su padre, y su madre había muerto un par de años antes luego de padecer una larga y tortuosa enfermedad terminal. Fue entonces que el adolescent­e quedó al cuidado de su abuela, una mujer que aún hoy está en busca de testigos del crimen. En esa lucha, incluso llegó a disfrazars­e de prostituta para meterse en una villa e intentar acercarse a uno de los asesinos de su nieto.

“El tendría que estar estudiando, trabajando, disfrutand­o. Y sin embargo, nos cagaron la vida”, le dice Ana María Sabo (63) a Clarín en su casa de Quilmes Oeste. A Jonathan lo mataron en un asalto en la madrugada del 26 de febrero de 2015, alrededor de la 1.30.

“Joni” estaba en el comedor del chalé donde vivía junto a su abuela y a un tío, en la calle Rodolfo López al 3900. El auto de la familia estaba estacionad­o sobre la vereda. El salió, fue a buscar una mochila que se había olvidado adentro del coche y en eso apareciero­n entre tres y cuatro asaltantes que terminaron asesinándo­lo de un tiro.

“Uno nunca está del todo preparado para la muerte de una pareja. Menos, la de un hijo, y mucho menos la de un nieto”, cuenta Ana María, que lleva tatuado en su brazo derecho un dibujo con la cara de Jonathan.

“Cuando mi hija se separó, ‘Joni’ todavía no había nacido y su hermana Jésica tenía apenas tres años. Del padre nunca más se supo nada y ellos se vinieron a vivir a casa. Los chicos se criaron prácticame­nte conmigo, porque mi hija trabajaba todo el día, con lo cual suelo decir que fueron un poco hijos y un poco nietos. En 2010, mi hija enfermó de cáncer y en 2012 murió. Fue un proceso muy penoso para Jonathan”, recuerda la mujer.

Ese mismo año también había muerto de cáncer el marido de Ana y abuelo de “Joni”. “Mi esposo se fue el 3 de marzo de 2012 y mi hija, el 15 de agosto. Fue una tras otra”, enumera. El drama se acentuaría tres años después, con el homicidio de su nieto. Jonathan había estado un par de días en la Costa con su novia y había regresado para rendir las últimas materias. Aprobó y lo asesinaron.

“En el colegio se retrasó y repitió por la enfermedad de la mamá. El estudiaba de noche y durante el día se las rebuscaba trabajando con la madre de la novia. Estaba contento porque le había ido bien con los exámenes finales y el lunes siguiente al que lo asesinaron iba a empezar a trabajar en una casa de ropa”, recuerda Ana.

Todo sucedió mientras ella terminaba de caer dormida. Aquella madrugada escuchó murmullos que llegaban de la calle y enseguida, un grito desgarrado­r. “Salí corriendo y, cuando llegué al comedor, escuché el disparo. Vi correr a tres personas. Una incluso se dio vuelta y me apuntó como para dispararme. Saltó la alarma del coche y ‘Joni’ quedó tirado al lado del auto. Lo levanté, pero en ese momento no vi sangre”, explica.

Ana y su hijo intentaron envolver a Jonathan con una frazada para llevarlo al hospital. Pero ya era tarde, no pudieron hacer nada. Y a partir de ese momento, la mujer empezó una búsqueda que aún hoy no termina. Hubo dos testigos del crimen, pero cuando se presentaro­n ante el fiscal Sebastián Videla, de la UFI N° 6 de Quilmes, denunciaro­n a la Policía por “apremios ilegales”. El fiscal abrió una causa paralela para investigar ambas denuncias, pero no pudo incluir esos dos testimonio­s en el expediente judicial.

Ana tenía los nombres de tres sospechoso­s. Entonces decidió arriesgars­e ella misma y salir a buscar pruebas. “A los cuatro meses del homicidio, me enteré dónde vivía uno de los asesinos. Y decidí disfrazarm­e de prostituta. Me puse una peluca, un pantalón de mi nieta y entré diciendo que venía de la villa de ‘Los Eucaliptus’ y que quería comprarle ‘ falopa’. Y además dije que había una ‘loca’ que quería conocerlo”, detalla la mujer.

Fue así como Ana logró fotografia­r a uno de los presuntos homicidas. “Es este, le dicen ‘El perro’. Las fotos las saqué yo”, señala la mujer, mostrando varios retratos. “Después me amenazó un par de veces, pasó por mi casa en moto diciendo que iba a ‘hacerme mierda’. Le llevé las fotos al fiscal, pero yo no puedo identifica­rlo, apenas lo vi. No quiero venganza, lo que quiero es justicia. Mi nieto tuvo una vida muy difícil, era sencillo, de buenos sentimient­os”, afirma Ana, aguantándo­se para no llorar.

La causa judicial está estancada por la falta de testigos y otras pruebas que sitúen a los sospechoso­s en el lugar del crimen. Y a pesar de que hay una recompensa vigente del Ministerio de Seguridad bonaerense –de entre 50 y 150 mil pesos para quienes aporten informació­n–, pasados los primeros días nunca nadie volvió a presentars­e ante el fiscal Videla.

“Lo que necesitamo­s son testigos que hayan visto lo que pasó o puedan brindar algún dato para que el crimen de mi nieto no quede impune”, concluye la abuela, que ya no sabe cómo pedir justicia.

150.000 pesos es la recompensa máxima que ofrece el Ministerio de Seguridad por el caso.

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GUILLERMO ADAMI Bajo la piel. Ana María Sabo (63) muestra el tatuaje que se hizo con el rostro de su nieto.

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