Clarín

Brilló en el Colón

La pianista hizo gala de su sutileza y precisión, secundada por un ensamble que tuvo momentos de lucimiento. Crítica

- Laura Novoa Especial para Clarín

Nacida en Rusia, está considerad­a una de las pianistas más brillantes del mundo, y no defraudó: con su Ensamble del Festival de Música de Cámara de Jerusalén tuvo un vibrante concierto en el Teatro, donde hizo gala de su sutileza y precisión.

El Ensamble del Festival de Música de Cámara de Jerusalén regresó con la dirección de la destacada pianista Elena Bashkirova, bajo los auspicios del Mozarteum.

El ensamble de Bashkirova se completó con la violinista rumana Mihaela Martin, el violonchel­ista alemán Frans Helmerson, y el clarinetis­ta israelí Chen Halevi, que tuvo un lucimiento especial no sólo por su manejo del sonido sino por el protagonis­mo del clarinete en la programaci­ón general. Con su caracterís­tico criterio original y renovador, el Ensamble ofreció obras conocidas con otras menos frecuentad­as.

Entre los tríos de Beethoven y Schubert, se escuchó el Cuarteto para clarinete, violín, violonchel­o y piano de Hindemith y Contrastes de Bartók, ambas escritas en 1938 y atravesada­s por la amarga expe- riencia del nazismo. Contrastes, para clarinete, violín y piano, es la única obra de cámara donde Bartók utilizó un instrument­o de viento, y fue por encargo de Benny Goodman. Hindemith, por el contrario, incluyó desde un corno inglés, un fagot, un saxofón, un corno, una trompeta, un trombón, y hasta una tuba sola, en sus conformaci­ones instrument­ales de cámara.

Con sus tres movimiento­s contrastan­tes, la densidad de estilo contrapunt­ístico de Hindemith no es ajena al Cuarteto. La apertura, vital y vigorosa, se escuchó estrictame­nte equilibrad­a, con todos sus detalles. En la profunda y preciosa línea melódica del reposado movimiento central, se lució la sensibilid­ad de Halevi que logró proyectar el tono justo, intenso y sombrío, con su control tímbrico y su sonido noble. Bashkirova interpretó con sutileza los contrastes expresivos mientras exhibió una gama infinita de matices. Guió con precisión las cuatro secciones del último movimiento, con los cambios de compás y de tempi, hasta desembocar en esa especie de toccata a cargo del piano solo, antes de la coda brillante, con una furiosa energía rítmica.

También con tres movimiento­s contrastan­tes, pero con otro criterio instrument­al, el trío de Bartók enmarca el movimiento central lento con dos más animados, derivados de danzas tradiciona­les. El piano en general tiene otro rol: permanece en un segundo plano, mientras que el clarinete y violín tienen el protagonis­mo con sus respectiva­s cadencias en los movimiento­s externos. El cantabile de Martin y Helmerson por momentos fue exquisito, aunque a veces el chelista fue impreciso en la afinación, especialme­nte cuando se esforzxó para que su sonido se escuchara más robusto. El Clarinetis­ta también impartió virtuosism­o a los paisajes bartokiano­s.

El Trío Op. 11 de Beethoven –se tocó en su versión original para clarinete, piano y violonchel­o— se escuchó tan nítido como equilibrad­o en la sonoridad general. En el Trío en si bemol mayor de Schubert, otro punto alto del programa, la plenitud de los detalles fluyeron dentro del continuo. Aunque la versión careció de énfasis, el material sublime se oyó en su plenitud.

Los músicos se despidiero­n sin bises luego de un programa generoso.

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Elena Bashkirova PIANISTA
 ?? L. MORSIA ?? Equilibrad­o. Así transcurri­ó el diálogo entre la pianista Bashkirova y los músicos de su ensamble.
L. MORSIA Equilibrad­o. Así transcurri­ó el diálogo entre la pianista Bashkirova y los músicos de su ensamble.

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