Clarín

“La burra”: tesoros ocultos del latrocinio K

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- Claudio Savoia csavoia@clarin.com

ina. Trucho. Pollerudo. Buchón. Patovica. Son sólo algunos de los cientos de términos que sólo cobran sentido en la Argentina, más precisamen­te junto al Río de la Plata. Pues bien, el diccionari­o de argentinis­mos –aceptado en su particular­idad por la Real Academia Española– ya podría incorporar una nueva creación local: “la burra”. Así le dicen al dinero en efectivo producto del cobro de coimas u otros mecanismos de corrupción, en la jerga cotidiana de los funcionari­os, empresario­s y agentes de inteligenc­ia habituados a esos oscuros menesteres.

“La burra” puede corporizar­se en bóvedas, cajas de seguridad, bolsos, valijas, baúles de autos, entrepisos y dobles paredes disimulada­s en estancias y propiedade­s –varios ex funcionari­os kirchneris­tas y algún sindicalis­ta importante desarrolla­ron la singular técnica de acondicion­ar espacios especiales en los huecos de los ascensores, entre los resortes–; ayer se sumó un nuevo depósito a la lista de guaridas: conventos de monjas de clausura. La imaginació­n todo lo puede.

La predilecci­ón de Néstor Kirchner por “el físico” –otro término cuyo nuevo significad­o los argentinos aprendimos a comprender gracias al profesor Leonardo Fariña– creó una cultura del acopio de dinero en efectivo infrecuent­e aún entre los políticos más corruptos, y que derramó en el comportami­ento de muchos de sus colaborado­res y allegados, tanto funcionari­os como empresario­s o contratist­as. Así fue que desde 2003 se multiplica­ron las “burras”, su magnitud creció de forma exponencia­l y proliferar­on los portadores de billetes.

Debería estar prohibido por lo fácil –pero es fatalmente inevitable– acudir a las novelas de piratas y tesoros como analogía para los trasiegos de la “nueva política” que buscó inaugurar la prodigiosa casta de brahmanes kirchneris­tas. Ni Sandokan, su fiel lugartenie­nte Yáñez –piratas de la Malasia en la imaginació­n de Emilio Salgari– o Billy Bones, el protagonis­ta de “La isla del tesoro”, habrían soñado con un suelo agujereado por todos lados para enterrar fortunas, como ocurrió en la Argentina K.

Excavadora­s y perros sabuesos de dólares husmearon en Santa Cruz, Chubut, Jujuy –recordemos la exposición de valijas de Milagro Sala dispuesta ante los canes especializ­ados– y ahora también en las adyacencia­s de un monasterio bonaerense, alimentan el pánico de muchos ex funcionari­os y la codicia de los ladrones. De los otros ladrones.

Policías, gendarmes y sobre todo espías cuentan historias tan apasionant­es como incomproba­bles sobre supuestos mejicaneos a distintas “burras” conocidas o sospechada­s. Una de ellas habla de un grupo de falsos militantes camioneros que hace unos años golpearon las puertas de una sede gremial con la supuesta intención de guardar bombos y banderas: franqueada la puerta, los visitantes redujeron al eventual portero y se dirigieron sin desvíos al escondite de la plata.

Otra leyenda es más sofisticad­a: los ladrones habrían alquilado el piso de abajo del departamen­to de la familia Kirchner en Recoleta –el mismo en cuyo balcón Cristina bailoteó hace dos meses– y con sumo profesiona­lismo hicieron un agujero en el techo del tamaño suficiente como para que una persona pudiera pasar, buscar varios bolsos grandes de marca Hugo Boss rellenos con billetes y huir por el mismo pasadizo para dejar abandonado el departamen­to. Los juglares ubican este cuento en tiempos en que aún vivía Néstor, quien habría multiplica­do sus maldicione­s cuando comprobó que todos los papeles del alquiler eran falsos.

En los últimos meses, sin embargo, el país de las “burras” ofrece otra curiosidad: el tránsito inverso de paquetes. Asustados por el despertar judicial, muchos de sus tenedores circunstan­ciales los devolviero­n o rechazaron.

“La burra” puede corporizar­se en bóvedas, bolsos, valijas baúles o paredes dobles

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DAVID FERNANDEZ. “Burrero”. José López, el ex secretario de Obras Públicas que entró a la historia por su tesoro.
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