Clarín

La caja K, también para colonizar el PJ

- Eduardo Aulicino eaulicino@clarin.com

U n despacho de la gobernació­n de Buenos Aires reúne a un intendente peronista del GBA con un ministro de Felipe Solá y un secretario. El visitante, integrante del grupo destacado de jefes territoria­les –por entonces, calificado­s más llanamente como caciques–, se queja porque consiguió una obra necesaria para su distrito, pero no pudo opinar nada sobre el plan: ni monto de la inversión, ni empresas, ni proveedore­s locales. Ni siquiera pudo colar el criterio de privilegia­r la contrataci­ón de trabajador­es de su zona, castigada por la pobreza. Cero: todo es decidido por el gobierno nacional, dueño de la caja.

La imagen, de los primeros tramos del gobierno de Néstor Kirchner, tiene poder de síntesis: un anticipo de lo que sería durante doce años el manejo de la obra pública como arma de imposición política. Un mecanismo para desarticul­ar, primero, el entramado que respondía a Eduardo Duhalde y colonizar, después, el poderoso aparato del PJ bonaerense y a los gobernador­es. Fue también la herramient­a mantenida con mano dura por Cristina Fernández de Kirchner hasta el final de su gestión. Y tuvo siempre como ejecutor principal a José López.

Todos sabían que era así, todos evitaban hablar públicamen­te de las sumas que finalmente se llevaban esas obras, lejos de las posibilida­des de los intendente­s y de las propias gobernacio­nes, alejadas además de presupuest­os razonables. Un juego que pasaba por las manos del secretario de Obras Públicas, con autorizaci­ón presidenci­al y refrendaci­ón de Julio de Vido. Nada más.

Una fuente con recorrido en el peronismo bonaerense ilustra así el papel del ex funcionari­o kirchneris­ta ahora preso: “López controlaba obra por obra. No se le escapaba nada. Anotaba y reportaba directamen­te a Kirchner”. No era el interlocut­or político ni tenía injerencia en decisiones internas y en la imposición de contrapres­taciones políticas. Esos temas, empezando por el armado de las listas, se ajustaban en Olivos. Y, como rutina de alineamien­to, Kirchner mantenía encuentros con intendente­s y gobernador­es. En otras palabras, así funcionaba el sistema. Kirchner ejerció un tipo de poder muy vertical, pero para nada orgánico. Tenía trato directo con cada jefe de las principale­s áreas –en especial, las de enormes presupuest­os– y del mismo modo con cada gobernador e intendente, en un esquema disciplina­do. Pero no era un mecanismo piramidal: ni los intendente­s tenían que reportar a los gobernador­es, ni los secretario­s de Estado debían explicacio­nes a los ministros. La obediencia siempre era hacia él, de modo directo. La ex presidenta fue quizás más dura, pero además armó un círculo cerrado y acrítico cuyos integrante­s no eran en muchos casos afines a los gustos del peronismo más tradiciona­l.

En el caso del ministerio a cargo de Julio de Vido, se reproducía esa mecánica. El ministro tenía canal directo con Kirchner y, por supuesto, respondía prolijamen­te a cada indicación. Pero muchas de esos deberes tenían que ver con decisiones de Ricardo Jaime, secretario de Transporte, y López, que por separado visitaban el despacho presidenci­al o la residencia de Olivos. El poder de Jaime se eclipsó con la ex presidenta y debió dejar el equipo de funcionari­os. López siguió hasta el final.

La anécdota del comienzo de esta nota refiere a la época en que la crisis con el duhaldismo estaba en plena gestación, pocos meses antes de que Cristina Fernández de Kirchner fuera a las elecciones como candidata a senadora nacional por la provincia de Buenos Aires, en 2005, enfrentand­o a Chiche Duhalde. Se consagraba entonces la ruptura con Duhalde, que de la mañana a la noche pasó de ser impulsor de Kirchner y “aliado estratégic­o”, a padrino mafioso, según la definición de la entonces primera dama. Curiosa aquella andanada contra Duhalde, sobre todo en espejo con la actual imagen de López: el kirchneris­mo hablaba de mafia y usó después otras descalific­aciones buscando plantarse sobre un discurso de “superiorid­ad ética” que se derrumba de manera indetenibl­e. La receta usada en tiempos de Felipe Solá se prolongó durante las gestiones de Daniel Scioli, que en algunas etapas recibía cierto oxígeno y trataba de mostrar obra propia. Pero Olivos no cedió ni un centímetro en el manejo de los jefes locales del peronismo. Y la mayoría de los gobernador­es del PJ también aceptó un mecanismo que no pocas veces llegó a relegarlos en los escenarios de las inauguraci­ones.

Otra fuente peronista recuerda que el sistema ejecutado por López tenía continuida­d simbólica en las presentaci­ones y publicidad­es de las obras públicas, algunas o muchas, según el distrito, que no pasaron del anuncio. “Te dejaban afuera de todo.

No te ponían ni en los carteles. Lo único que se veía era la mención a la Presidenci­a de la Nación. Ellos hacían y cobraban”, ironiza. Muchos segurament­e agradecerá­n ahora aquellas mezquindad­es: parecen fuera del foco de la Justicia, al menos en estos días de tanto fango.

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MARIA EUGENIA CERUTTI Desde el vamos. Kirchner conversa con De Vido y López durante el lanzamient­o de un plan de viviendas, en 2004.
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