Clarín

“Los niños porteños son muy exigentes”

Conoce el teatro infantil como pocos y ni que hablar de los chicos. “Hoy viven a otra velocidad. Lo que hacíamos antes era lento”.

- Einat Rozenwasse­r einatr@clarin.com

¿A quién no le pasó alguna vez? Estar a punto de sumergirse en el agua (mar, río, bañera o pelopincho, todo vale) y que en la cabeza empiece a resonar “al agua pato, pato; sin los zapatos, patos; al agua pato,

pato; al agua pez”. Carlos Gianni perdió la cuenta de la cantidad de versiones que tuvo la canción que compuso con Hugo Midón para la obra de teatro Cantando

sobre la mesa. No era la primera. Antes habían hecho La vuelta manzana (diez años consecutiv­os en cartel) y después vendría la sucesión de éxitos que se sigue reponiendo en distintas salas del país. ¿Cómo llegás al teatro infantil? Vengo de la música, empecé a estudiar de chico, hice perfeccion­amientos en el Collegium Musicum y en ese devenir conozco a Hugo Midón. El estudiaba teatro y yo trabajaba brindando música en vivo para gente que bailaba o hacía expresión corporal. Lo mío era encontrar la música del cuerpo, ver de qué manera podía proponer e incentivar que se desarrolla­ra el movimiento conjuntame­nte con la música. ¿Qué pasaba cuando trabajaban juntos? Primero éramos muy dependient­es de la mirada de los maestros, las psicopedag­ogas, la gente que –entre comillas–, sabía. Después nos fuimos desprendie­ndo de eso y empezamos a confiar más en nuestras propias ideas. Hubo un enganche especial con el público... Fuimos de los primeros, junto con María Elena (Walsh) y algunos más, que empezamos a tomar a los chicos en serio y a respetarlo­s sin ninguna concesión. Los docentes nos decían que no iban a entender y nosotros sosteníamo­s que para eso estaban ellos, para explicarle­s, y que nosotros pudiéramos desarrolla­r una idea donde el chico no tenga todo resuelto, que piense, imagine. Y si no acierta con lo que quiso el autor, mejor, porque tendrá su propia versión. En una ciudad con un circuito cultural tan especial, ¿qué particular­idades encontrás en el público local? El espectador porteño no se deja convencer fácilmente, tampoco los niños. Son muy exigentes y nosotros somos muy exigentes con lo que les ofrecemos, entonces se da una empatía por esto que comentaba de que puede imaginar y jugar sin tener todo servido como en esas propuestas en las que sólo hay que aplaudir siguiendo un ritmo. También es diferente la participac­ión, al menos en lo que yo conozco. Un chico de México se queda estático mirando lo que está sucediendo, mientras que el chico de Buenos Aires participa, habla, se mete con los actores, le pregunta a la mamá. Está más acostumbra­do. ¿Y el contenido de las obras? Siempre hubo una doble lectura, lo que ve el chico y el subtexto que habla de lo social, la política, la Argentina, el poder. Ahora estamos haciendo Mitad y Mitad (sábados a las 14 en Nün Teatro Bar; y sábados y do- mingos en el Museo del Abasto). No te voy a contar mucho pero resulta que el mundo se rompió por la mitad y van pasando distintas cosas hasta que el mundo vuelve a juntarse y se propone estar unidos tejiendo todos un hilo invisible de colores en pos de una vida mejor. Hay actores y también, imágenes de animación. También se está reponiendo Cantando sobre la mesa en el Teatro Municipal de La Plata, y La vuelta manzana en el Auditorio de Mar del Plata. Se está haciendo Vivitos y Coleando en el Picadero, y sigue El Parador de Valeria en el Centro Cultural San Martín. ¿La vida moderna exige incorporar cambios en la propuesta? No es una obligación, pero hoy los chicos viven otra velocidad. A veces veo el teatro que hacíamos en nuestra época y lo encuentro lento, me pregunto cómo hacíamos para aguantar ese ritmo y esa parsimonia. Hasta la duración: antes las obras podían llegar a una hora cuarenta, esta dura 45 minutos. Pasa algo parecido con la música, ahora me copio de lo que veo en los chicos. ¿Qué hacen? Están jugando con un autito, se paran, lo dejan, agarran el jueguito, después la tele... La música también pasa de una cosa a otra. Pero trato de que tenga la profundida­d, la emoción y el juego que siempre veo en los chicos.

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G. .R. ADAMI Obras. Cantando sobre la mesa y Vivitos y coleando, clásicos con su sello. “Lo mío era encontrar la música del cuerpo”, dice.

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