Los negocios de las barras
Los ingresos son multimillonarios. Por estacionar cerca de la Bombonera cobran hasta 250 pesos.
Ser barrabrava en la Argentina es un negocio que puede significar ingresos por millones de pesos. Si se trata de un club grande, las cuentas se multiplican. Y los hay en todas las categorías. De la A la D. En Capital y en el Interior.
Los mercenarios del aliento no son hinchas que van a la cancha por amor a los colores, sino que forman parte de un gran entramado que suele incluir connivencia con la dirigencia del fútbol, el poder político, los sindicalistas y la Policía. El “trabajo” del barra no se reduce a los 90 minutos del partido. Uno de los principales negocios es el manejo del estacionamiento en los días de partido. Los “trapitos” ya no cobran tarifa a voluntad del conductor del vehículo, sino que se establecen precios inamovibles. Una tarde en la Bombonera o en el Monumental, apenas por estacionar el auto, puede costar $200. Y si se trata de un partido de noche y de Copa, habrá que agregar $50. Si el dueño del coche se niega, empiezan las amenazas y el temor de que al regresar el auto aparezca, de mínima, rayado.
Otra fuente de ingreso de los barras es la venta de drogas. Suelen monopolizar las tribunas y en las populares nada se puede hacer sin su consentimiento. La presión que ejercen sobre los dirigentes de los clubes también es agobiante. A ellos les piden dinero y entradas para revender. Además, claro, comercializan merchandising trucho: camisetas, camperas, llaveros, gorritas, entre otros.
La relación con los futbolistas y el cuerpo técnico muchas veces se tilda de “tabú”, pero es un secreto a voces que muchos planteles y entrenadores tienen que “colaborar” con los violentos. Y no sólo se vinculan con los planteles profesionales, sino que merodean las Divisiones Inferiores. No son pocos los casos que se conocieron de barras que apretaron a padres y representantes de los pibes para que les permitan manejar sus carreras o, en todo caso, dejarlos en las manos de un agente “amigo” que luego cede parte de las ganancias.
La imaginación de los barras es tan grande como sus bolsillos. En Boca, por ejemplo, vendían el “Adrenalina Tour”, una visita guiada para vivir in situ un partido con ellos, que incluye el paseo por Caminito y la posibilidad de comer un choripán con un vaso de tinto. Y hasta se jactaban de que barras extranjeros los llamaban para conocer sus modus operandi.
Tampoco el negocio se acaba con los colores de cada club. Cuando juega la Selección, se visten de celeste y blanco y reciben ayuda para viajar a los Mundiales.
Pero el negocio no termina en el fútbol. Otra de las operaciones que les llenan los bolsillos son los recitales que se realizan en los estadios y el manejo del ingreso y del estacionamiento.
Por si fuera poco, los barras están inmersos en los clubes durante la semana: muchos trabajan ahí, visitan la confitería y fomentan su musculatura en el gimnasio. Los que no consiguieron un puesto en la institución, pueden ser ubicados en alguna dependencia municipal o hasta en la empresa de algún integrante de la Comisión Directiva.
Además, se capitalizan como fuerza de choque. En un sinfín de manifestaciones se observó cómo los barras que los domingos van a la cancha a “alentar”, en la semana son utilizados por los políticos y los sindicatos. Ese, aseguran varios especialistas, es el gran problema del fútbol argentino, a diferencia de Inglaterra, que años atrás supo erradicar la violencia de los temidos hooligans: aquí, las barras están enquistadas y tienen tantas conexiones en todos los ámbitos que resulta prácticamente imposible dispersarlas.
El panorama es sombrío y el horizonte oscuro. ¿Habrá convencimiento de verdad, sin hipocresías, para terminar de una vez por todas con los violentos?.