Clarín

Piazzolla en modo atípico

Al mando de Alejandro Terán, y con Elena Roger y Daniel Melingo, el ensamble le dio una lectura propia a la obra de Astor.

- Eduardo Slusarczuk eslusarczu­k@clarin.com

La idea de combinar ese ensamble de grandes músicos con raíces en diferentes géneros -Javier Casalla (violín), Leo Heras (clarinete), Fernando Samalea (batería), Miguel Angel Tallarita (trompeta), Nico Rainone (contrabajo) y Lucas Argomedo (chelo), entre otros- que es la Orquesta Hypnofón, bajo el mando de Alejandro Terán, y las voces de Elena Roger y Daniel Melingo, con la música de Astor Piazzolla como elemento conector, era, de por sí, una propuesta más que atractiva, en la segunda noche del ciclo Experienci­a Piazzolla, que se desarrolla en el Konex hasta el domingo.

Y así fue entendido por el público, que agotó las localidade­s de la sala mayor de la ciudad cultural, que obtuvo como devolución, en Persecuta 676, una lectura atípica de la obra del compositor argentino, con resultado algo desparejo, tanto en lo sonoro, como en la transmisió­n de la idea del director. Quizás, escribiend­o con el diario del lunes bajo el brazo, por cierta dispersión en el mensaje musical.

En el primero de los casos, por una carencia de matices en la interpreta­ción - enfatizada por un entusiasta despliegue escénico de Terán-, que llevó a que el clima creado por piezas festivas como Sol Tropical o Sweet Marijuana (ambas bailadas con solvencia por Leticia Manzur) no se diferencia­ra demasiado del que generaban otras como Persecuta, o la mismísima Oblivion (también con participac­ión de Manzur).

Uniformida­d que quedó en mayor evidencia cuando Melingo y Roger salieron a escena. El primero, para ponerle su rugosa voz a El gordo triste y a una bella versión de Balada para un loco, a pesar de una exagerada dependenci­a del atril ayudamemor­ia; la segunda, para enriquecer con la suya a Graciela Oscura y Balada para mi muerte.

Esa convivenci­a de cantantes y orquesta resaltó el contraste entre la densidad que los primero imprimían a los textos cantados y la sonoridad de un cuerpo orquestal preso de una estridenci­a que sólo dio respiro en los pasajes en los que el teremín de Manu Schaller y el arpa de Sonia Alvarez, se acercaban más al mundo de la música contemporá­neo que a la nocturnida­d de boite porteña que Terán manifestó como intención primaria. Y de una impronta cinematogr­áfica, remarcada por los títulos que la pantalla entregaba al final, sobre una simple y efectiva versión de Libertango.

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Melingo. Una profunda y bella “Balada para un loco”.
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Roger. Descollant­e en sus dos intervenci­ones.

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