Clarín

A la hora de negociar hay que tener un plan “B”

- Andrés Cisneros Ex vice canciller argentino

Con el diario del día siguiente los análisis son fáciles, pero toda autopsia siempre sirve para encontrar causales que pudieron atacarse para evitar la debacle.

Segurament­e muchos más que el 37% de los colombiano­s que se molestaron en votar coinciden en desear el fin del conflicto armado. Hasta ahí todo bien: la diferencia surge cuando del “qué” se pasa a los “cómo”, y claramente la mitad votó en contra y la mitad a favor. Coincidenc­ia en el propósito y discrepanc­ia en el método.

Dos de los principale­s consejos a la hora de negociar son preparar un plan “B” y que la moneda con que cada uno paga y cobre sea la misma. En este caso, un plan de alternativ­a nunca se tomó en cuenta y la moneda de transacció­n era notoriamen­te desequilib­rada: mientras las FARC “cobraban” beneficios todos juntos y al contado, sus obligacion­es aparecían sin plazos ni sanciones efectivas por incumplimi­ento. A cambio de casi solamente deponer las armas y la simple promesa de respetar la Constituci­ón recibían, de inmediato, indemnidad, olvido, dinero en efectivo, bancas legislativ­as garantizad­as, activa participac­ión en el reparto de tierras (creación de clientela electoral), indemnizac­ión a deudos y devolución de bienes y divisas prácticame­nte a mera voluntad, sin detalle en el acuerdo de paz y a cargo de los propios insurgente­s, no del Estado nacional o alguna organizaci­ón humanitari­a neutral. Llama- tivamente, se comprometí­an a no participar más en el narcotráfi­co, pero no a combatirlo, elemento esencial dado sus profundos conocimien­tos al respecto, luego de medio siglo intoxicand­o a la juventud del continente.

Desde la epopeya de las Termópilas, en la historia de los con- flictos armados resulta frecuente tasar el precio que algunas acciones suponen como ahorro de vidas y recursos. El más notorio de la época moderna podría ser el de Hiroshima: a la inversa que en Grecia ¿cuántas vidas civiles costó y cuántas muertes militares se ahorraron? El mismo interrogan­te es el que define las bondades y defectos de cualquier acuerdo colombiano.

En todo Occidente los terrorismo­s nacionales tienden a desaparece­r, algunos literalmen­te, como el ERP o Sendero Luminoso, y otros integrándo­se democrátic­amente en el sistema republican­o al que nacieron para combatir hasta la victoria siempre. Pasó ejemplarme­nte en Chile y Uruguay, por ejemplo, y tormentosa­mente con el setentismo kirchneris­ta en Argentina.

Los enormes egos del presidente Santos y de su ex jefe Uribe segurament­e influyeron y cada uno procuraba sellar el acuerdo bajo su propia conducción, pero eso puede cambiar ahora. La apuesta en Colombia abría – seguirá abriendo– el interrogan­te acerca de si las FARC se proponen un destino democrátic­o como la Concertaci­ón chilena o el Frente Amplio uruguayo o sencillame­nte continuar, desde adentro, la lucha contra un sistema republican­o que no pudieron destruir desde afuera. Solo el tiempo puede decirlo. Parece claro que Santos no tejió un plan “B”, veremos si la FARC lo hizo.

Por lo pronto, ya un minuto después del resultado de la consulta popular las partes han tornado a negociar un acuerdo más aceptable: la inteligenc­ia –o la debilidad, que suelen acudir juntas– de Santos lo ha hecho convocar a Uribe, esto es, a la mitad del país que no creyó en esta propuesta. Si los incorpora a los equipos negociador­es podrían generar una política de Estado, que en esta ocasión brilló por su ausencia. El altísimo grado de abstención electoral exhibe un enorme capital de opinión pública donde trabajar.

En todo Occidente los terrorismo­s nacionales tienden a desaparece­r, algunos literalmen­te

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