A la hora de negociar hay que tener un plan “B”
Con el diario del día siguiente los análisis son fáciles, pero toda autopsia siempre sirve para encontrar causales que pudieron atacarse para evitar la debacle.
Seguramente muchos más que el 37% de los colombianos que se molestaron en votar coinciden en desear el fin del conflicto armado. Hasta ahí todo bien: la diferencia surge cuando del “qué” se pasa a los “cómo”, y claramente la mitad votó en contra y la mitad a favor. Coincidencia en el propósito y discrepancia en el método.
Dos de los principales consejos a la hora de negociar son preparar un plan “B” y que la moneda con que cada uno paga y cobre sea la misma. En este caso, un plan de alternativa nunca se tomó en cuenta y la moneda de transacción era notoriamente desequilibrada: mientras las FARC “cobraban” beneficios todos juntos y al contado, sus obligaciones aparecían sin plazos ni sanciones efectivas por incumplimiento. A cambio de casi solamente deponer las armas y la simple promesa de respetar la Constitución recibían, de inmediato, indemnidad, olvido, dinero en efectivo, bancas legislativas garantizadas, activa participación en el reparto de tierras (creación de clientela electoral), indemnización a deudos y devolución de bienes y divisas prácticamente a mera voluntad, sin detalle en el acuerdo de paz y a cargo de los propios insurgentes, no del Estado nacional o alguna organización humanitaria neutral. Llama- tivamente, se comprometían a no participar más en el narcotráfico, pero no a combatirlo, elemento esencial dado sus profundos conocimientos al respecto, luego de medio siglo intoxicando a la juventud del continente.
Desde la epopeya de las Termópilas, en la historia de los con- flictos armados resulta frecuente tasar el precio que algunas acciones suponen como ahorro de vidas y recursos. El más notorio de la época moderna podría ser el de Hiroshima: a la inversa que en Grecia ¿cuántas vidas civiles costó y cuántas muertes militares se ahorraron? El mismo interrogante es el que define las bondades y defectos de cualquier acuerdo colombiano.
En todo Occidente los terrorismos nacionales tienden a desaparecer, algunos literalmente, como el ERP o Sendero Luminoso, y otros integrándose democráticamente en el sistema republicano al que nacieron para combatir hasta la victoria siempre. Pasó ejemplarmente en Chile y Uruguay, por ejemplo, y tormentosamente con el setentismo kirchnerista en Argentina.
Los enormes egos del presidente Santos y de su ex jefe Uribe seguramente influyeron y cada uno procuraba sellar el acuerdo bajo su propia conducción, pero eso puede cambiar ahora. La apuesta en Colombia abría – seguirá abriendo– el interrogante acerca de si las FARC se proponen un destino democrático como la Concertación chilena o el Frente Amplio uruguayo o sencillamente continuar, desde adentro, la lucha contra un sistema republicano que no pudieron destruir desde afuera. Solo el tiempo puede decirlo. Parece claro que Santos no tejió un plan “B”, veremos si la FARC lo hizo.
Por lo pronto, ya un minuto después del resultado de la consulta popular las partes han tornado a negociar un acuerdo más aceptable: la inteligencia –o la debilidad, que suelen acudir juntas– de Santos lo ha hecho convocar a Uribe, esto es, a la mitad del país que no creyó en esta propuesta. Si los incorpora a los equipos negociadores podrían generar una política de Estado, que en esta ocasión brilló por su ausencia. El altísimo grado de abstención electoral exhibe un enorme capital de opinión pública donde trabajar.
En todo Occidente los terrorismos nacionales tienden a desaparecer, algunos literalmente