Clarín

El Congreso y la reforma electoral

- María Page Coordinado­ra del Programa de Institucio­nes Públicas de CIPPEC

Los legislador­es enfrentan el desafío del debate que nos conduzca a una reforma políticame­nte viable y técnicamen­te factible

Es habitual que las constituci­ones democrátic­as requieran una mayoría legislativ­a calificada para sancionar una reforma electoral. Como se trata de cambiar las reglas de la compe

tencia política, es crucial que no se puedan modificar sin el acuerdo de una mayoría sustancial de los competidor­es. En nuestro país se necesita la mitad más uno de los miembros de cada una de las Cámaras. En un Congreso donde el partido de gobierno tiene un contingent­e minoritari­o, esta exigencia está provocando un proceso de negocia

ción en el que los legislador­es interviene­n en el diseño de la reforma electoral y pueden mejorar la propuesta del Ejecutivo.

En esta discusión, el oficialism­o consiguió el apoyo político para tratar su propuesta en el recinto, posiblemen­te esta semana. Para lograrlo tuvo que hacer concesione­s que mejoran su propuesta, como la realizació­n de auditorías sobre las máquinas durante el acto electoral y la paridad de género para la conformaci­ón de las listas de diputados nacionales. Del otro lado de la balanza, en este intercambi­o se perdieron las previsione­s para introducir el voto electrónic­o gradualmen­te. De acuerdo al dictamen de mayoría, los 30 millones de argentinos que estamos habilitado­s para votar deberemos hacerlo con voto electrónic­o en 2017 y no hay plan B. Este esquema no se condice con los escasos meses que quedan antes del inicio del cronograma electoral, la capacidad instalada de las autoridade­s encargadas y los partidos, y es contrario a las buenas prácticas identifica­das en el nivel nacional e internacio­nal. La experienci­a comparada aconseja desarrollo de competenci­as técnicas para la administra­ción y el control, un proceso de contrataci­ón transparen­te y competitiv­o, pruebas y ajustes, y mucha capacitaci­ón y gradualida­d.

La actual redacción tampoco define criterios de acción en caso de que el ambicioso plan de usar el voto electrónic­o para el 100% del padrón resulte impractica­ble o riesgoso. Si ese fuera el caso, los funcionari­os responsabl­es de llevar a cabo el cambio no tendrán ningún parámetro para decidir si en 2017 votaremos con boletas partidaria­s o si el voto electrónic­o se implementa parcialmen­te, ni dónde o cómo. Tampoco se prevé qué debería ocurrir si la justicia electoral determinar­a que el sistema provisto por el Ejecutivo no cumple con los estándares técnicos que eventualme­nte se definan. Las experienci­as de otros países nos muestran que, cuando se trata de la tecnología de votación, un paso en falso puede posponer el cambio por mucho tiempo. Por eso, definir cómo se va a llevar a cabo la reforma, cuándo y dónde será determinan­te tanto para la calidad de las próximas elecciones como para llevar el cambio a buen puerto. Los legislador­es enfrentan el desafío de dar el debate que nos conduzca a una reforma electoral políticame­nte viable y técnicamen­te factible. El Congreso puede hacer una gran diferencia.

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