Clarín

“El Soul Café quedó en el recuerdo, fue un aporte a la Ciudad”

Fundó el restorán que fue pionero en Las Cañitas. Como músico, tocó con Suéter, Soda Stereo y Charly García, entre otros.

- Einat Rozenwasse­r einatr@clarin.com

Del triángulo en el que confluyen Villa Urquiza, Coghlan y Saavedra, de ahí es Fabián Quintiero, Von y El Zorrito, como le fueron intercalan­do Miguel Zavaleta y Daniel Melingo, respectiva­mente. “Mi padre llegó de Calabria y se instaló en Villa Urquiza en el 49, mi mamá también era de ahí. Fui a la escuela pública y salí muy bien preparado. Era barrio, sí. En mi adolescenc­ia sentía que era un barrio no musical, algo que ya no es así”, arranca. ¿Qué lo vuelve un barrio musical? Luis Alberto ( Spinetta) puso La Diosa Salvaje; Litto Nebbia, Melopea; Alejandro Lerner, El Pie; Gustavo Cerati era de Villa Ortúzar. Empezaron a abrir espacios por los que pasaron un montón de artistas, en esa época me sentía muy solo. Yo tocaba en el conjunto folclórico de la escuela primaria. En mi libro I’m Zorry cuento que cuando la profesora nos dejaba solos los pibes más grandes tocaban rock nacional como rebeldía. También cuento que uno de mis compañeros era Guillermo Karcher, hoy monseñor y mano derecha del Papa. Había un pibe, Abel, un violero espectacul­ar que hoy tiene una peluquería en Sucre y Migueletes. Fue el primero con el que empecé a tocar en algunos colegios secundario­s, un poco nos servía para acercarnos a las chicas. ¿Cómo eran los circuitos? Curtí mucho La Esquina del Sol y el Stud Free Pub, los 80 fueron eso. Más Einstein y el Zero Bar como lugares más under. En La Esquina del Sol tocaba Charly como Giovanni y los de plástico, Fito Páez, Los Abuelos, Los Redondos, Suéter, todos llenábamos. Había agite, era divino.

Su padre, que era constructo­r, empezaba a dar los primeros pasos en la gastronomí­a. “Se asoció en la Cervecería López. Nuestro paseo era ir a laburar y yo la flasheaba con el despacho y los mozos que venían con el ‘dame un vino y dos sooodas’”, imita. Después vino La Bámbola. “Una noche entra Riff con Pappo, Vitico, Peyronel y todos. Fue muy fuerte porque quería estar ahí, ser amigo de los músicos, pertenecer a esa fauna”. Lo invitaron a tocar teclados en Suéter, de ahí pasó a Soda Stéreo y su amigo Fernando Samalea lo ayudó a llegar a la banda de Charly García. ¿Cómo fue eso? La vi y la esperé. García me tenía poquito, lo encaré en una de esas fiestas a las que íbamos en los 80. Había muy buenas fiestas en los 80, mucha más onda que ahora, no existía el reggaeton, todo era más delicado. Había ambiente, lo definíamos así. Esas famosas Pascuas de ‘la casa está en orden’ los radicales arman unos escenarios en defensa de la democracia en distintas plazas de la Ciudad y anuncian que el domingo a la noche Charly va a tocar en Barrancas de Belgrano. Me llama Samalea a la mañana y me dice: ‘a las cinco andate a lo de Charly que tocás”. Así. Sin anestesia. Fue una revolución, en mi familia y en el barrio. Pasamos a otro nivel. Imaginate: un hijo de Villa Urquiza. ¿Y la gastronomí­a? ¿Tenías la visión de que había que mover algo? Aprendí el oficio con mi papá. Después arranco con Charly y a los 15 días me dice ‘tengo que ir a Nueva York. Vamos’. El ya había grabado Clics Modernos ahí y me llevaba a todos lados. Enseguida cazo la onda de que había una gastronomí­a con ambiente y onda que no existía. Veo el brunch, la tendencia, música en los restaurant­es, color, buenas sillas y mesas, todo me hace mucho ruido.

La bendición vino del propio García. “Vamos a la casa de Sebastián Borensztei­n y me voy a la cocina, donde estaba Luis Morandi cocinando. Entra Charly y dice: ‘Ah, se juntaron los músicos que cocinan’. Y me pareció tan conceptual eso, que nos pusimos con Luis a ver qué salía. No teníamos un mango, ni credibilid­ad ni inversores, ni nada. Llegamos a Las Cañitas porque era barato y estaba bien ubicado. Ya estaban El Portugués y Báez, y empezamos a armar el Soul Café. Hubo mucho agite, durante siete años fue muy intenso. Lo que me gusta de esa época es que estamos en el recuerdo de todos, mucha gente que me dice que ahí tuvo su primera cita y eso me emociona, fue un aporte a la Ciudad”, describe. También fue la previa de la movida gastronómi­ca que vemos ahora... Absolutame­nte. Empieza a aparecer la gente joven: mozos, cocineros, ayudantes, pasa a ser una salida laboral. Llevo sushi, que antes se comía solamente en lugares de orientació­n nipona, y empiezo a mezclar. Y tengo la bendición de ser amigo de Charly, de Calamaro, de Maradona, Bobby Flores de DJ, reventaba. Por eso el Soul Café hizo lanza así. Duró 18 años. Alrededor de Cañitas apareció el tema inmobiliar­io, que jode. Pero también cambia la agenda y los polos gastronómi­cos, hoy la gastronomí­a está más descentral­izada. La gente persigue más la buena comida que una zona. De hecho Bruni está en esa línea... Lo huelo cuando me vine a vivir acá, al Bajo Belgrano, que no es Belgrano, es barrio y con acceso sencillo. Me interesa el acceso fácil. Y ahora, tanto en la televisión como en la radio, ¿hacés difusión musical? ¿Cómo definís tu rol? En la radio ( MAteria primo, sábados de 17 a 19, Nacional Rock) es una invitación de Bobby, amigo de toda esta recorrida y alguien que siempre fue muy generoso con los músicos. Y lo hago con mi primo Hoby de Fino, con quien me crié en Villa Urquiza y de alguna manera cierra el círculo de todo lo que venimos hablando. Y en la tele ( Nunca

es Tarde, lunes a viernes a las 23, Fox Sports) me convocó Germán (Paoloski), con quien ya había hecho algunas cosas. Me gusta el concepto de late show y me gusta mucho que haya una banda con música en vivo en la televisión. Con lo mala que es la televisión muchas veces como producto, lo degradada que está, poder robarle unos minutos en nombre de la música está bueno.

El café: En Bruni me junto con mis amigos. Me gusta como renovaron Los Galgos, aunque el piano desafina. Y El Faro, en Constituye­ntes y La Pampa.

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JUAN MANUEL FOGLIA Zorrito. Nació y se crió en Villa Urquiza, un barrio que se hizo “musical”.

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