Una arpista en expansión
La internacionalmente reconocida artista argentina se presenta hoy en el Colón con la Orquesta Académica.
La arpista María Luisa Rayan -menudita, de mirada chispeante y cristalina- es uno de los no tantos milagros argentinos consagrados en el mundo. “Pasé una infancia excepcional en Concepción del Uruguay”, cuenta. “Jugaba al tenis, nadaba, hacía gimnasia artística. Era imparable. Tuve la suerte de que Elena Carfi fuera hasta allí a dar clases de arpa. Empecé a los seis años, y cuando la pasión por el arpa me tomó plenamente decidí hacer el secundario libre”.
A los 11 años empezó a viajar para dar conciertos en el exterior. El primero que recuerda como importante fue en Davos, Suiza, para el World Economic Forum. “Allí conocí al que años después se convirtió en mi marido, que era fabricante de arpas. Pero ya a los 13 viajaba tres o cuatro semanas al año, con mi mamá o alguna amiga, para tomar clases en Indiana con Susann McDonald, la gran arpista. Yo quería quedarme allí, pero a mi papá no le gustaba la idea y logró retenerme hasta que cumplí los 17. Así que en Indiana hice todos mis estudios, incluidos maestría y doctorado”.
El arpa es un instrumento con poco repertorio.
Es cierto, y a mí me encanta expandirlo. Hago arreglos de todo tipo. Desde que me radiqué en Chicago, donde mi marido tenía la fábrica de arpas, siempre tuve la inquietud de ampliar el espectro del instrumento. Llevo trece años en Chicago. Me convertí en la directora artística de la fábrica, así que pude organizar seminarios, clases magistrales en todo el mundo. Difundir el potencial del arpa se convirtió en una obsesión para mí.
Con la Académica vas a hacer el archiconocido “Concierto de Aranjuez”, de Joaquín Rodrigo. ¿El arreglo es tuyo?
No. Ese arreglo tiene más de 30 años. Lo hizo Nicanor Zabaleta, el arpista español, y fue consensuado por el propio Rodrigo. Suena muy bien en el arpa. Me atrevo a decirte que mejor que en la guitarra, porque el arpa tiene una gran sonoridad y una amplitud de colores enorme. Algo similar sucede con el concierto de Ginastera, que también me gusta mucho tocar. El arpa está tan lejos de esa cosa hollywoodense de ensoñación pura. Es inimaginable todo lo que puede hacerse con el contacto directo de los dedos con la cuerda. Parece un instrumento delicado, misterioso, pero es muy fuerte. Me gusta ir en contra de ese aura angelical del instrumento. No quiero que se vea como en esas fotos de los años ‘40, con la chica rubiecita angelical
Vos sos rubiecita de ojos claros y cara angelical: la típica arpista de película.
(Se ríe) Por eso me corté el pelo bien cortito y uso camperas de cuero. No me animo a vestirme así en el escenario, pero en cualquier momento me lanzo.