Clarín

Cuarenta años después me enamoré de mi compañerit­a de quinto grado

Descubrirs­e de nuevo. El entró en una red social, hace ya un par de años. Empezó a conversar con Carolina. Ella lo reconoció de inmediato pero él tardó un rato. Habían sido compañeros. Se contaron décadas de vida y, quizás por esa complicida­d del pasado,

- Sebastián Pérez Colman

Podría iniciar esta historia a lo García Márquez: jamás lograría su estilo –claro– pero sí reivindica­ría su mirada. Es que el realismo mágico me tocó ya adulto. ¿Cómo, si no, imaginar que Caro, la compañerit­a un poco rubia, un poco pelirroja de la primaria y a la que no vi por décadas, terminaría siendo la mujer de la que me iba a enamorar? ¿Cómo saber que el futuro estaba escondido en el pasado?

Les cuento: hace dos años –tenía 47– ya me había casado y divorciado, ya había tenido tres hijos varones que hoy están grandes, había trabajado en diez mil

oficios distintos como jardinero, limpiador de piletas y conductor de transporte­s escolares, entre muchos otros. Por si fuera poco había hecho también el servicio militar. Con esa historia a cuestas, y con una familia colmada de guitarrist­as, me hice músico. Mi viejo era folklorist­a, llegó a tocar con músicos del prestigio de Eduardo Lagos y Domingo Cura. A los meses de nacer me había escrito una zamba “Don Sebastián”, a la que luego versioné jazzeramen­te.

Después de divorciado me fui a vivir la bohemia musical en una casa llena de ruido, mujeres, artistas, instrument­os, humo y bebidas y empecé a trabajar en un bar de rock de Caballito creado por uno de mis cinco hermanos donde sigo trabajando hoy.

Con esos ladrillos sueltos se fue armando para mí una vida más ligada al deseo y la pasión que a las obligacion­es de rutina: dedicarme a la música, salir con mis amigos, ensayar, trabajar en el bar, no mucho más que eso. Siempre me gustó estar solo y manejar mis tiempos con entera libertad. No quiero decir que de tanto en tanto no tuviera una pareja; incluso llegué a formar algunas duraderas aunque inestables, de esas donde uno pone todo el empeño pero sin que exista un enamoramie­nto de por medio. El amor de verdad aparecería más tarde para mí. Y de manera casual.

Hace alrededor de dos años un amigo me anotó en una red social. Curiosamen­te, nunca le había prestado mucha atención a ese mundo, pero me sorprendió. No recuerdo si la cosa se dio en Badoo o Tinder. Pero con seguridad fue en una de esas dos redes. Con un poco de torpeza al inicio, tildé a una chica. Resulta que un tiempo después esa misma chica también me tildó a mí, en una clara señal de interés o curiosidad. Yo vi su foto y me parecía atractiva, quizás enigmática, pe- ro no tenía la menor idea de quién podía ser y me quedé, como se dice, en el molde.

Un día la desconocid­a señorita me saludó. Me dijo “Hola, soy Carolina, ¿cómo estás?”. En ese momento no supe qué decir –estábamos chateando– y le contesté una reverenda tontería. “Hola –atiné a decirle– estoy bien ... Pero ahora que te conozco estoy mucho mejor”. Ella se dio cuenta de que yo no la había reconocido. –¿No te acordás de mí? Lo cierto es que tardé un poco en reaccionar, llegué a pensar que Carolina –sea quien fuere– estaba en otra dimensión hasta que empezó a nombrar, uno por uno, a varios ex compañeros con los que habíamos cursado juntos parte de la primaria en el colegio Angel Gallardo, de Buenos Aires. Ahí me di cuenta de todo y reconocí en esta nueva Ca- rolina a aquella otra que se sentaba a pocos metros de mi asiento en la escuela, que había compartido conmigo quinto y sexto grado. A la Carolina que casi siempre era escolta y que entonces tenía dos colitas en el pelo aunque ahora lo lleve suelto.

A partir de ahí la relación –que hasta ese momento se limitaba a unos saludos casi formales, aunque constantes– tomó una velo-

cidad inesperada. Empezamos a chatear casi con desenfreno en la red social. A veces el diálogo virtual duraba cinco o seis horas, casi siempre de noche, y sólo terminaba en la madrugada.

Carolina me preguntó qué había sido de mi vida en todo el tiempo transcurri­do. Le pregunté lo mismo y, claro, no alcanzaban todas las horas del día para contarnos la vida en sus mínimos detalles. Eso sí, nos pasamos la informació­n básica sobre estados civiles y esas cosas. Recordé apenas que ella había tenido un noviecito en la escuela.

Recordé también que ella pertenecía al grupo de los buenos chicos mientras que yo militaba con cargo alto entre los revoltosos, esos que cada diez minutos son llamados a Dirección.

A la hora de hablar del presente, ella me describió su trabajo como diseñadora gráfica, me comentó su inclinació­n por la pintura artística y por el ukelele, un instrument­o de cuerdas propio de Hawaii. Y yo le conté cómo la herencia musical de mi familia influyó en mis elecciones. Le dije que mi pasión es la guitarra en todas sus versiones. Desde adolescent­e formé varias bandas, La Muela (rock y blues), Los P.T.( rock pop) con las cuales grabé un par de discos; acompañé a Jorgelina Alemán. Ahora formo parte de Conservado­s (rock y rumba), y estoy con mi proyecto solista, The Colman Conflict (jazz fusión), proyectand­o el primer disco.

En resumen: Caro y yo descubrimo­s que teníamos muchísimas cosas en común. Habíamos estudiado en la misma escuela, escuchamos a

Ella pertenecía al grupo de los buenos chicos mientras que yo militaba, con cargo alto, entre los revoltosos. De pronto se hizo un silencio denso, en esa primera noche. Había piel, lo único que aún nos faltaba saber.

las mismas bandas de música y los dos teníamos claras inclinacio­nes artísticas. Hasta habíamos visto las mismas películas. Creo que a los dos, como se dice, nos gustó el habernos encontrado. Pero había más: nos daba placer escucharno­s, leernos. Nos gustábamos.

Una noche le propuse que intercambi­áramos números telefónico­s y que nos encontrára­mos a tomar algo. Ella me contestó que era muy tarde y al día siguiente viajaba de vacaciones, un plan que había arreglado previament­e con unas amigas. Yo no me inmuté. Le dije que todo bien. La cosa es que el chateo interminab­le no cesó tampoco durante el viaje a la ciudad balnearia.

Toda la noche otra vez hablando de lo que hacía cada uno, de nuestros recuerdos y sueños, y todo con un humor satírico que nos unía más todavía. Caro es muy viajera así que me contó detalles sobre sus recorridas por casi todo el mundo.

Enseguida noté que los dos teníamos y tenemos una cosa muy infantil, como de juego, como si en realidad el tiempo no hubiera pasado para nosotros. Era como si hubiéramos decidido seguir en quinto grado para siempre. Para mí fue importante que le gustara la música, la bossa, el rock, el jazz … Hasta compartíam­os el gusto por una clásica banda de música disco llamada Earth Wind & Fire … Eso fue increíble. Es verdad que todavía no sabíamos qué feeling íbamos a tener cara a cara. En algún momento la virtualida­d tiene que dejar lugar al encuentro real y no fantasmal de los cuerpos. Sea por una razón o por la otra, la cuestión es que al regresar de sus vacaciones Carolina me invitó a cenar a su casa. Y lo hizo justo el día de su cumpleaños. Yo estaba nervioso (¿ansioso?). Ella me esperaba con la comida preparada y la mesa para los dos.

Podría decir que la noche del cumpleaños fue perfecta. Romántica sin necesidad de velas o música incidental. Pude ver algunos de los cuadros que pinta –en los que prevalece casi siempre un personaje extraño y con un único ojo–, pude recorrer su colección de discos, y sentir que compartíam­os gustos musicales.

Esa noche recordamos un montón de cosas que creíamos terminadas o escondidas para siempre en el pasado remoto. Le pregunté por qué acumulaba tantos trastos viejos en el balcón del departamen­to. No supo qué responderm­e. Intuí que estaba frente a una gran coleccioni­sta o guardiana de todo lo que vivió anteriorme­nte.

Me confesó, además, que le costaba un montón desprender­se de objetos y fotos y de cualquier cosa relacionad­a con los tiempos idos. Le dije que a mí me pasaba lo mismo. En el transcurso de la charla nos reímos mucho y confesamos habernos googleado, para tratar de reconstrui­r lo vivido en las imágenes de Facebook.

Y de pronto se hizo un silencio denso que terminó en besos apasionado­s, caricias y demás. Había piel, lo único que aún nos faltaba saber.

Enseguida nos sentimos muy cómodos. Si no pasamos a vivir juntos al día siguiente se debió a razones de circunstan­cias. Ella tenía programado un viaje y yo tenía por delante varios ensayos, giras con la banda y trabajos diversos en el bar. Lo de la convivenci­a se dio na- turalmente. Yo me quedaba en su casa casi todas las noches y un día, mientras regaba las plantas, Carolina me sugirió que llevara mi ropa y mis guitarras a su casa. Me dijo que así todo resultaría más práctico. La propuesta me sorprendió pero la mudanza no tardó en llegar. En el medio no habrán pasado más de seis meses. La elección de su casa, además, tenía lógica. El lugar donde yo vivía con músicos amigos era inhabitabl­e para una pareja más o menos normal.

Hasta el momento la convivenci­a marcha muy bien. Los dos estamos muy ocupados durante el día pero aguardamos el encuentro con mucha ansiedad. Nos gusta proyectar algún viaje cada tanto, el lugar no importa mucho. Lo que buscamos es pasarla tranquilos y bien y, a veces, mis hijos son de la partida. También disfrutamo­s tocar música juntos y cuando compongo algún tema, ella es la primera crítica.

Lo bueno de habernos encontrado ya de grandes y habiendo vivido cada uno sus experienci­as es que sabemos qué queremos y qué no.

Cuando el corazón maneja las cosas uno no debe detenerse demasiado a pensar si lo que hace está bien o está mal. Si uno es parte de un guión inesperado o impensado, pero feliz, debe agradecerl­o. Así es como cuarenta años después el amor me sorprendió con mi compañerit­a de quinto grado, hoy también mi compañera de vida.

 ??  ??
 ?? EMILIANA MIGUELEZ ?? Guitarra y ukelele. No saben si la música los unió pero sí fue la excusa para algunas de las primeras charlas por internet.
EMILIANA MIGUELEZ Guitarra y ukelele. No saben si la música los unió pero sí fue la excusa para algunas de las primeras charlas por internet.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina