Los migrantes de La Jungla, sin ayuda, abrigo o dónde dirigirse
El lugar terminó bajo fuego sin una explicación clara. La gente ahora no tiene destino asegurado.
Save the Children denunció que hay centenares de niños no acompañados en riesgo.
La Jungla ardía como un set cinematográfico de Apocalipsis Now. Un humo espeso y negro se elevaba al cielo hasta volverlo dantesco. La calle comercial del campo de refugiados más miserable de Europa se encendía y las garrafas de gas butano, que los migrantes utilizaban para cocinar en esos restaurantes precarios o en sus casuchas miserables, explotaban y agitaban aún más las llamas coloradas, amarillas.
Una a una las casillas azules y verdes se iban prendiendo fuego y figuras a contraluz huían con lo puesto, o cargando una valija sobre la cabeza o una mochila. Ni una sola autobomba combatía las llamas. Era la una de la tarde del miércoles. Los que podían burlaban a la policía, peleaban para volver al campo a recoger los documentos y sus valijas.
La policía antidisturbios rodeó el lugar. Nadie podía entrar nuevamente a ese infierno. Ismail se dejó apalear por la policía, que no le permitía ir a recoger su única propiedad en La Jungla de Calais: su bicicleta. Los incendios comenzaron a medianoche, cuando todos dormían. Algunos dijeron que quemar la casa era una tradición afgana, otros que era gente furiosa por no poder llegar a Gran Bretaña y verse forzada a pedir asilo en Francia Nadie sabe quién inició el incendió y arrasó La Jungla y sus casas de plástico por el fuego, una a una. Pero hay una convicción: no fue una acción inocente. Consiguió vaciar el campo y los bomberos llegaron cuando era demasiado tarde.
En el tercer día de la evacuación de La Jungla en las dunas de Calais, el fuego destruía lo que una empresa privada contratada debía desarmar “persuasivamente”, cuando los refugiados se registraran y se fueron a centros de acogida y” al abrigo” en diferentes regiones de Francia para pedir asilo, ser aceptados o reenviados a sus países originarios.
El proyecto humanitario del que Francia estaba tan orgullosa y que iba a permitir abrigo a 7.300 habitantes de La Jungla se frustró a las 72 horas. La imagen ardiendo y esa bíblica desolación se convirtieron en el peor ejercicio de relaciones públicas para Francia, con la prensa del mundo mirando, y en plena campaña electoral. Con Gran Bretaña recibiendo su cuota de responsa- bilidad de menores a cuenta gotas.
En la noche del miércoles en Calais hay centenares de personas durmiendo a la intemperie, sin abrigo y sin comida. Al menos 100 menores no acompañados hacían cola cuando el hangar del Centro de Acogida cerró sus puertas intempestivamente y dio oficialmente por concluida su misión.
No es que la operación fue un éxito. Como dijo Pierre Henri, desencajado director de Terre de Asile y coordinador de la negociación con Gran Bretaña, “no hay más lugar para los menores en Francia. Muchas de las regiones francesas se niegan a compartir esa responsabilidad y Gran Bretaña demora los trámites para su aceptación”.
Atónitos, Save the Children se mostró “extremadamente preocupada” porque “muchos menores no fueron registrados” y deambulan solos y en riesgo. Los containers blancos, donde muchos se alojaban, están pegados al campo que aún arde y que no se puede atravesar. Al menos 300 chicos no acompañados no fueron aceptados en el centro de acogida para pedir asilo en Francia o ser enviados a Gran Bretaña y centenares de adolescentes continúan afuera, desprotegidos, en la rue de Garenne, esa ruta asfaltada que conecta con la Jungla.
Su lugar lo ocuparon adultos, que se hicieron pasar por adolescentes, porque la selección fue arbitraria y a ojo. Sin carpas, sin abrigo, sin bolsas de dormir, sin destino, allí pasarán la noche. Los hoteles de Calais se niegan a recibir a los niños y adolescentes. “Help Refugee” y las demás organizaciones piden que las autoridades provean con urgencia un edificio apropiado para alojarlos, tras el fracaso de conseguir que los hoteles de Calais los ayudaran o aceptarán recibirlos.
Cuando la prefecta de Calais, Fabianne Buccio, se enorgullecía ante la prensa de haber terminado con su operación antes de tiempo, que había puesto al abrigo a al menos 5.000 personas, La Jungla ardía. Más de 1.000 refugiados, que iban a registrarse en el último día tras resignarse a que no llegarían a Gran Bretaña, estaban abandonados a su suerte y miseria, bajo el puente que llevaba a La Jungla. Sin conocer su destino y sin poder ser registrados, sin futuro, sin papeles, a la intemperie y sin comida, rodeados por la policía antidisturbios. Algunos habían conseguido huir con sus valijas o sus mochilas. Otros veían que su casucha azul ardía y allí estaban sus documentos legales con pedido de asilo, su pasaporte, sus certificados de estudios, con los que pensaban empezar una nueva vida en Europa. A la realidad de la prefecta de Calais y a la realidad del terreno solo los separaban 200 metros.
Salir tiene 16 años. Es uno de los menores de Calais, hijo de una familia de clase media de profesionales de Kabul perseguida por el Talibán. Su padre se refugió en Pakistán pero envió a su hijo a encontrarse con su hermana en Londres.”Tengo 16 años, llevo 8 meses viajando”, cuenta Sahir, tez blanca, ojos verdes, muy afgano.” La Jungla es un infierno para nosotros, los adolescentes vivimos con miedo a todo” admitió.”Pero hoy perdí completamente el rumbo: no tengo comida, no tengo casa, ni colchón, ni valija y en la corrida, perdí el teléfono”.