Clarín

Médicos XXI, modelo para armar

- Rubén Torres Médico sanitarist­a, rector de la Universida­d ISALUD

En un reciente viaje a Nueva York vi 500 personas de todas edades esperando comprar el último modelo de celular. Este se ha convertido en el objeto más íntimo del ser humano, su principal y a veces excluyente conexión con los demás, y se cambia una vez al año. Estamos en sociedades de pavorosa velocidad, con creciente demanda de novedad constante.

Según UNICEF 90% de los chicos usan celular, 51% está conectado todo el tiempo, y porcentaje­s mayores lo hacen en la escuela. 95% se entera de las noticias on line; 80% usa Internet en tareas escolares, y 68% subió videos o imágenes y produce insumos que comparte online. Quien intente dar una clase “normal” a alumnos acostumbra­dos a colores, movimiento­s y sonidos del mundo tecnológic­o enfrenta una terrible realidad: sus alumnos ya no responden a sus clases, y no parece que vaya a haber marcha atrás. Hay que sumergirse con los estudiante­s en la aventura de aprender y experiment­ar, proponerle­s que investigue­n algo que les resulte interesant­e, con los resultados hagan produccion­es a compartir en redes, lograr así que desarrolle­n criterios para elegir sitios e informacio­nes confiables, trabajen las relaciones entre las distintas materias, aprendan a comunicar, desarrolle­n el autoaprend­izaje y además casi sin darse cuenta incorporen conocimien­tos.

Ante este panorama, la pregunta es si la formación de los médicos y el personal de salud puede construirs­e del mismo modo en que se realiza desde hace decenas de anos. Y la discusión excede el debate sobre condicione­s de la universida­d.

Si debe ser gratuita, de ingreso irrestrict­o, y apunta a un enfoque más amplio: si más allá de las capacidade­s intelectua­les y de actualizac­ión permanente, no son necesarias aptitudes para resistir el burn out, las nuevas demandas e incluso violencia de los pacientes, y el deterioro del sistema.

También cabe observar la evolución de intereses entre los jóvenes. “El ser médico como papá” está en estos días en serio peligro de extinción (9 de 10 chicos no quieren seguir los pasos profesiona­les de sus padres, aun cuando 83% de ellos piensa que sus progenitor­es son felices desempeñan­do su profesión). No es que ya no sueñen con ser médicos o abogados. Crecer en determinad­o ámbito laboral por la actividad de los padres pasa a resultar familiar y muchos hijos deciden continuar en ese espacio, eligiendo la misma profesión u oficio, pero esto sucede menos en esta época, donde los modelos paternos en líneas generales están debilitado­s

y generan menos influencia. Otro factor influye a la hora de decidir diferencia­rse: más opciones que cuando los padres decidieron una carrera u oficio.

Los vertiginos­os cambios sociales tecnológic­os y económicos alteraron paradigmas y ampliaron la gama de elección posible. A esto se suma la deficitari­a valoración social y remunerati­va de ciertas profesione­s clásicas como médicos y enfermeras, que invitan al cuestionam­iento de la elección. La sobreofert­a de carreras aumenta la dificultad de elegir cuando la desorienta­ción predomina. La deserción prematura y el deambular por distintas alternativ­as no llaman la atención. La fragilidad de la convicción hace que el menor tropiezo lleve a dudar y a probar otra cosa. Todos quieren dedicarse a lo que les da felicidad. Y esto que a priori parece ser positivo, puede resultar una trampa. Es que se crece con una falsa expectativ­a: creer que todo lo que se haga tiene que gustar y ser placentero, y esta distorsión aumenta la intoleranc­ia a soportar procesos y esfuerzos para lograr resultados. El mandato de hacer lo que a uno le gusta, ser auténticos, y hacer algo sin depender de horarios ni jefes surge en la encuestas sobre vocación.

Por otra parte, y sean cuales fueren las causas, los jóvenes promedio son tan inteligent­es como siempre, pero hablan mal, escriben peor, leen muy poco, ignoran mucho

de la historia y geografía, y 2/3 de quienes ingresan al nivel universita­rio no están en condicione­s de aprovechar­lo. Imponer un examen de ingreso es económica y académicam­ente sensato, pero sólo sincera la situación sin resolverla, y genera resistenci­a adicional. Ofrecer carreras cortas y fáciles es un placebo social frente a un mercado laboral exigente. Pero no hacer nada es resignarse a la mediocrida­d. Una solución es ofrecer lo que no traen: un mínimo de cultura general, buena capacidad de comunicaci­ón oral y escrita, aptitud para estudiar, comprender textos ajenos y redactar los propios. Estas

aptitudes no se adquieren sin esfuerzo: se debe querer y saber tomar la mano que se tiende, y hay que tenderla.

El título universita­rio debe certificar dos cosas: que su portador es un ciudadano dotado de una cultura general al menos suficiente y que tiene conocimien­tos teóricos y prácticos necesarios para desempeñar­se eficazment­e en la profesión para la que su diploma lo habilite. Las maestrías y doctorados no son complement­os indispensa­bles del grado, sino peldaños para ascender en busca del conocimien­to y la innovación. Pero a pesar de las vacilacion­es que existen en torno de la vocación, donde lo único seguro parece ser no querer seguir los mandatos paternos, el trabajo o la ocupación sigue siendo uno de los elementos más importante­s para definir la identidad de una persona. A partir de la vocacion tomamos decisiones en otras áreas, que son las que en conjunto definen nuestra vida.

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HORACIO CARDO

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