Clarín

Los muchachos kirchneris­tas todos unidos votaremos

- Julio Blanck jblanck@clarin.com

La historia que cuentan es que Sergio Massa le avisó al Gobierno que estaba dispuesto a negociar y no recibió respuesta. Que temía ver a su bloque fracturars­e por la jugada que estaba a punto de hacer. Pero las cosas sucedieron como sucedieron. Es un hecho: los líderes de la coalición opositora que el miércoles votó en Diputados los cambios en el impuesto a las Ganancias, que aumentan todavía más el insoportab­le déficit fiscal, fueron, son o seguirán siendo kirchneris­tas.

El más notorio es Massa, que estuvo diez años bajo ese tinglado y llegó a ser jefe de Gabinete de Cristina, antes de saltar a la oposición y ocasionarl­e al kirchneris­mo la derrota imprescind­ible y premonitor­ia de 2013. Lo sigue Diego Bossio, que se quedó en el comando de la ANSeS hasta el último día de la “década ganada”, aunque este año, ya fuera del poder, rompió el bloque K en el Congreso. El terceto lo completa Máximo Kirchner, el jefe de La Cámpora que se ha revelado últimament­e como un político más hábil de lo que la creencia generaliza­da suponía, y de lo que la propia dirigencia política difundía.

Massa, Bossio y Máximo acordaron no aparecer en las fotos del día del triunfo sobre la infinita impericia del macrismo, que llevó a debate un tema donde no tenía garantía alguna de salir ganador. Le dejaron el escenario a los jefes de bloque y ellos se guardaron “para no robar protagonis

mo”, según dejaron saber. Lo cierto es que la foto no le convenía a ninguno. A Massa y a Bossio porque, así fuera circunstan­cialmente, los mostraba en una pretendida picardía política sometiendo al gobierno de Macri –con el que tanto colaboraro­n este año– asociados al sector político al que antes pertenecie­ron y ahora destrozan, al menos en el discurso. A Máximo también lo alcanzaba la incomodida­d: Massa es el demonio favorito del cam

porismo y en la sesión anterior sus diputados habían tratado limpiament­e de “traidor” a Bossio. No sea cuestión de que alguien tenga memoria y recuerde esos incordios.

En el contexto de la jugada que le rompió todo cálculo al Gobierno, resultó llamativo el protagonis­mo de Axel Kicillof, el muy inteligent­e diputado ultra K que despliega un conmovedor esfuerzo para que no se lo recuerde como el ministro que diseñó y ejecutó la política económica del segundo gobierno de Cristina. Los resultados nefastos

de esa gestión ayudaron a crear las condicione­s propicias para la derrota de Daniel

Scioli en la elección presidenci­al. Un senador peronista recordaba con furia cómo Cristina y Kicillof se negaron siempre a modificar las injusticia­s del impuesto a las Ganancias, que se comía mes a mes el salario. Y cómo mantuviero­n la negativa cuando el peronismo se los pedía –tímidament­e, eso sí– para mejorar la chance electoral de Scioli.

Con el triunfo en el bolsillo, Kicillof casi pareció disfrutar el brete en el que quedaron Massa y Bossio con su jugada. Ayer dijo que “el Frente para la Victoria es el bloque que más cómodo está con lo que se votó”. Como es fácil ver, la impudicia es mercadería abundante en la política. El potente número de este kirchneris­mo renacido por Ganancias se completó con los votos de centroizqu­ierdas varias, que años atrás fueron habitual furgón de cola del po

der K en varias de las leyes más significat­ivas aprobadas durante ese ciclo: AFJP, Aerolíneas Argentinas, YPF, Medios, entre otras.

Terminaron siendo 140 votos –provenient­es de catorce bloques grandes, medianos y chicos– a favor del proyecto, contra 86 votos del oficialism­o y 7 abstencion­es.

La ira mal disimulada del Gobierno se filtró ayer en las declaracio­nes públicas de Macri y de Marcos Peña. Los dos pusieron en el centro del fuego a Massa, haciendo énfasis en la

poca confiabili­dad que le atribuyen a quien, en realidad, ven como su principal amenaza política y electoral.

Fuentes del Gobierno dicen que recién en horas de la tarde, después de desahogars­e por la frustració­n, Peña habría empezado a revisar los acontecimi­entos para detectar dónde estaban y quiénes eran los culpables de la resonante derrota. Sería curioso, y a todas luces incompleto e injusto, que buscase sólo afuera de la Casa Rosada.

La pulseada sigue el martes en el Senado. Están convocados el Gobierno y los gobernador­es para desplegar sus puntos de vista . Si dan los tiempos, esa misma noche habría dictamen. Y si dan los números, podrían apurar el debate para el miércoles. Los 140 votos a favor en Diputados son una

realidad difícil de torcer, admiten quienes quisieran darle otra mano al Gobierno a pesar de la torpeza abismal con que el oficialism­o manejó este tema. Si hasta los diputados de provincias gobernadas por opositores que apoyaban el proyecto oficial votaron por el texto ganador. ¿Los gobernador­es no mandan o juegan todos al doble discurso?

En el Gobierno se ilusionan con algún cambio o al menos alguna demora que pueda decidir el Senado. Y confían en que, ante el año electoral que se avecina, la foto de Massa junto al kirchneris­mo termine siendo más costosa para la oposición que lo que sería la derrota en Ganancias para ellos.

Al final, no se sabe quién hace la jugada más chiquita y más mezquina.

Un senador recordaba con furia cómo Cristina y Kicillof se negaron a modificar Ganancias, así fuera para mejorar algo la chance de Scioli

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