Clarín

La odisea de entrar a un shopping antes de Navidad

- Roberto Pettinato

Hace unos días, en un shopping, tres veces me preguntó mi hija: “¿Qué es eso?”. Se trataba de una gigantesca obra en papel rojo navideño, incomprens­ible.

No supe qué decirle y siempre que no tengo respuesta digo:” Un oso”. -¿Es un oso, papá? ¿Y dónde tiene la nariz? - Son osos sin nariz. Son osos polares. -¿Los osos polares son rojos? - Sí, en la China comunista. Fin de la charla. Al rato, el otro dijo: “Mirá… ¿Las personas no tienen cabeza? - No son personas, hijo. Son maniquíes. -¿Por qué no tienen cabeza, si están vestidas como personas? - Son osos.

Y aquí pensé en la loca idea de modernizar. Debemos ser modernos y ponernos a tono, como si fuésemos el Vaticano instalando un Twitter en el cáliz sagrado.

Mirando las vidrieras, los zapatos cuelgan de donde no deberían. Las zapatillas llevan jugadores corriendo hacia ninguna parte y las camisetas, aunque colgadas en forma original, no pasan de ser las de Barcelona, River, Boca y la segunda de Barcelona… también la suplente de Barcelona, como si fuésemos todos catalanes.

Nunca entendí la frase: “Vayamos a ese shopping que es mejor que el otro” . El otro día un señor había colgado jengibre, que parece galleta pero es telgopor.

No hay shopping mejor que otro. Los hay para clases altas, medias y bajas. Guste o no, no voy a ir a Morón, porque la escalera no tendrá cascada, como pasa en el Village. Y necesito esa cascada. Necesito subir por un ascensor transparen­te y que sea parte de la aventura que mis hijos vivirán y preguntará­n: -Papá, ¿ahí viven los osos? -No, hijo. Es Recoleta. Un cementerio.

Después están los shopping intermedio­s, que no son de Morón, no son de Recoleta, sino que son el camino medio entre uno y otro, pero con un guitarrist­a tocando flamenco en la puerta, cerca del lugar en donde las empanadas de diseño son dueñas del aroma general.

Pero si hay algo que une todos los shopping son los relojes Swatch del griego: ese ya lo tenés, pero te olvidaste. ¡Y las gomitas! Que en todos son iguales, salvo que en el del que ya sabés son más duras y vencidas. Tienen forma de todo y gusto del mismo. Es más: en alguno los gusanitos ácidos se mueven en serio.

¿Quién diseña el shopping para estos tiempos en los que parecen decirte “vení a comprar ahora que después será un quilombo”? Y no lo logran. Porque vivís caminando como “a punto de comprar, pero no lo hacés. Lo anotás en tu mente y decís: “Acá están las carteras y las Chimmy Churri para que gente que no amo tanto”.

Ahora todos los niños adoran el patio de comidas que de lejos siempre luce bien y de cerca apesta. Incluso las mesas son turbias y tristes y al sentarte es como si te dijeran: “Sí, estás divorciado y solo, con estos dos niños, y todos tendrán las mismas servilleta­s no absorbente­s que jamás secarán la mesa ni la nariz de tu niño”.

Por otro lado: ¿Cómo es que nunca encontré los baños en un shopping y, de pronto, aparecen como un sitio siniestro, oscuro y que parece no pertenecer a ningún lujo? “Papá, quiero ir a hacer pis”, dice uno de tus hijos. Y mirás a las empleadas como preguntand­o: “Por Dios chicas, sé que en las 12 horas de trabajo en algún momento van al baño, y saben dónde está. ¡Díganlo ya!”.

Y está en algún lugar perdido, tres escaleras más arriba.

Pero se vienen las Navidades, se vienen las fiestas y se vienen las doble filas o el intentar salir del estacionam­iento. Con un aire del doble de tamaño de tu auto.

-Hace unos días atrás mi hija me dijo: “Quiero un juguete”.

Le dije que no. Que se lo pidiera a Papá Noel. Me miró un largo rato. “Ok”, le dije…. pero sólo uno… Sólo un oso.

“Debemos ser modernos y ponernos a tono, como si fuésemos el Vaticano instalando un Twitter en el cáliz sagrado”.

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