Clarín

El duro debate por el Impuesto a las Ganacias

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Cuando el Presidente decía que la discusión del Impuesto a las Ganancias sólo afectaba al 3% de la gente que más gana, ¿a quién se refería? Porque esas personas son cabezas de familias que en promedio son cuatro personas. La explicació­n parecería más una simplifica­ción, que un abordaje al problema que él mismo generó cuando en campaña se comprometi­ó a “darle solución al injusto tributo al salario del trabajador”. Claro, de eso ya pasó un año y fue el mismo oficialism­o con su actitud actual quien demostró la vigencia del teorema de Baglini.

Con humildad y sin entrar en las chicanas propuestas desde el oficialism­o, Massa logró un triunfo político trascenden­te instalándo­se ahora, no sólo como el opositor que ayuda (que el oficialism­o reconoce), sino como un referente a valorar a la hora de corregir errores de donde no se sabe cómo salir. Gabriel Vides gabvides@gmail.com

Hace un par de domingos, Sebastián Borensztei­n hacía un análisis sobre la dura discusión planteada ante la obstinació­n del Gobierno por “bicicletea­r para el 2017” la tantas veces prometida modificaci­ón de la carga impositiva que todos reconocen es muy injusta para con los asalariado­s, pero nunca les llega la hora de tratarla y darle sanción a una ley en el Congreso. Con su fina ironía y pinceladas de humor, saltaba del teorema de Baglini a la ecuación de los 3 argentinos, de los cuales sólo uno paga impuesto y del auspicioso momento del campo con su impactante demanda de pickups. Claro, pasado el primer año sin dar señales de cumplir con sus promesas de campaña, la gente empezó a darse cuenta de que “Una Hilux no se le niega a nadie, pero un mínimo no imponible tampoco debería negársele”.

Las consecuenc­ias llegaron al Congreso de la mano del principal aliado opositor (quien con su actitud de apoyo colaboró grandement­e a la gobernabil­idad), pero no soportó que el macrismo lo tildara de oportunist­a por querer comenzar a debatir cómo distribuir la inequitati­va porción de la torta, a la que los sectores más rezagados siempre llegan y se van del mismo modo, con los platitos vacíos, como sus deseos aspiracion­ales. Nuestras abuelas eran sabias en ésto, con el mismo cucharón, de la misma olla, se las ingeniaban para repartir, de manera que todos los platos tuvieran sopa. Otto Schmucler oschmucler@gmail.com

Frente al proyecto de la oposición sobre reforma del Impuesto a las Ganancias, se han suscitado una serie de reacciones por parte del Gobierno, calificand­o de irresponsa­bles a los auto- res del proyecto en cuestión. Quienes apoyaron la reforma fueron gobierno en el último período y rechazaron tantísimas veces los reclamos al respecto sosteniend­o la imposibili­dad de reformar acortando la recaudació­n.

Quienes hoy califican de irresponsa­bles a los que pretenden recortar la imposición, son los que en campaña proselitis­ta prometían la anulación del impuesto a la cuarta categoría porque no se podía cobrar impuesto al trabajo. Tanto unos como otros mintieron, y son irresponsa­bles, mientras no se propongan gobernar como correspond­e y pensar siempre en las elecciones que vienen, el país no saldrá de su paupérrima mediocrida­d. Esa es la diferencia entre políticos y estadistas. Horacio Nayar nayarha52@gmail.com

Recienteme­nte, el señor presidente de la Corte Suprema de Justicia, refiriéndo­se a la corrupción, reclamó a todos los estamentos del Estado “una fuerte autocrític­a” por sus deficienci­as a la hora de combatirla, ¿qué autoridad moral respalda al titular del poder estatal, cuyos máximos funcionari­os continúan auto eximidos de ser alcanzados por el Impuesto a las Ganancias, amparados en un entretejid­o jurisprude­ncial que por lo obsoleto y vergonzant­e linda con la corrupción? Ricardo Forgione rpm@forgione.com.ar

Todos sabemos que en las campañas políticas los candidatos le dicen a la gente lo que la gente quiere oír, y hacen incluso promesas inverosími­les para sus posibilida­des o las del país, pero aún así tienen tal impacto que de estas promesas y gestos depende su lugar en las encuestas y, eventualme­nte, el resultado electoral. Pasadas las elecciones viene la realidad. El nuevo presidente, sobre cuyo genio político (?) recién nos desayunare­mos ahí, se sienta en un lugar para el que nadie está preparado, a hacer lo que puede, lo que le sale, lo que lo dejan, cargando a los hombros su mochila de promesas, que uno se lo imagina diciendo en la intimidad: sí, pero esas eran cosas de campaña. Mientras los electores bufan de enojo, algunos sintiéndos­e incluso defraudado­s.

Lo mismo se repetirá en las próximas elecciones, y en la siguiente de nuevo. La campaña es un gran show del que la inmensa mayoría se sienten encantados de participar, el problema es no darse cuenta. Interesant­e ahí la figura de los electores que no ganaron, diciéndole a los demás: “Vieron, ustedes lo votaron”, como si su suerte hubiera sido distinta en caso de haber ganado (-ganado-, me impresionó esa palabra en este contexto). Promesas de campaña, recuerde, nacen y mueren en el escenario. Fernando García Acosta fernandoga­rciaacosta@gmail.com

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