La ideología de las pizzas y las morochas
Muchas veces tuve cierta envidia de aquellos que tienen una ideología clara. Parecería que saben qué corresponde hacer en cada momento, lo que es totalmente inverso a la carencia de soluciones que tengo yo frente a cada situación.
En mi vida logré tener pensadas unas pocas cosas que no alcanzan para acreditar como ideología: me encantan las morochas, la pizza, las mesas de los domingos, y el póker de los viernes. Además adoro ciertas rutinas, y me encanta viajar, y por supuesto me gusta el humor y la escritura. No alcanza para ser ideología, son apenas rasgos sueltos de una personalidad voluble.
Los que tienen ideología, en cambio, parecen ser gente superior que a partir de una teoría perfecta creen en la posibilidad de adaptar la realidad a ella o, no pudiendo, justificar el desajuste entre la ideología y la realidad con explicaciones teóricas que demuestran que su ideología es perfecta con una retórica de una solidez invariable, pero que no alcanza para modificar la realidad.
Por supuesto, estos teóricos encontrarán que mi falta de ideología es otra ideología, que lo mío es rayano al oportunismo, o que soy de una incoherencia equivalente a la fragmentación de la personalidad. Tal vez mi mayor error sea la experiencia, tal vez mi demérito sea haber visto demasiado, quizás mi equivocación consiste en creer que la realidad existe. Vengo flojo de ideología, pero me siguen gustando las almas morochas, las ansiadas pizzas, las mesas de domingo tumultuosas y el póker de los viernes con amigos. Y por esas cosas lucho.