Clarín

El país de los eternos comienzos

- Mario Riorda Politólogo. Autor de “Cambiando. El eterno comienzo de la Argentina” (Planeta)

Se ha producido en la Argentina una radical mutación de valores, una verdadera revolución en nuestra cultura política… una gran mayoría podrá alinearse consensual­mente en pos de un objetivo

nacional…” ¿Mauricio Macri? No Raúl Alfonsín. Pero Macri piensa lo mismo. Otra muestra del “eterno comienzo de la Argentina” expresado en palabras que proyectan una intenciona­lidad grandilocu­ente, republican­a y difícilmen­te cuestionab­le. Sentido común. Pero a Alfonsín no le fue tan bien en su gestión. A Macri, no sabemos. Un cambio cultural trabaja menos sobre climas de opinión y más sobre climas de época. Y estos dependen del largo plazo.

Cuidado con la supuesta inocencia de los discursos. Pareciera que quien llega a la presidenci­a se creyera esta máxima: “la

historia comienza conmigo”. Es por eso que las expectativ­as siempre son altas. Altísimas. Con mensajes optimistas, atrevidos, fanfarrone­s. Más de la mitad de los argentinos pagaron con su voto por ver la implementa­ción de un mensaje (no sólo como estilo, sino como política) que, en total simplifica­ción, representa el máximo aspiracion­al posible de un cambio positivo: revolución y alegría. Tienen de todo esas palabras, menos neutralida­d.

Cambiemos, atado a expectativ­as, es una esperanza. Gran parte de los argentinos no quieren tropezar de nuevo y han generado una capacidad de paciencia mayor. Le hacen el aguante al Gobierno. Pero atado a resultados, es todavía una gran duda. Bernard Manin diría que ninguna medida se valida como una decisión política representa­tiva si no obtiene el consentimi­ento de una mayoría. Elemental. Pero en Argentina, no tanto para que

nos quede claro cuál es la mayoría predominan­te en este presente. Repasemos.

¿La mayoría que pidió un cambio y lo sigue apoyando en términos de expectativ­as?; ¿la mayoría que no llega a fin de mes ni mucho menos ahorra?. Hay también una mayoría que aprueba al presidente personalme­nte, pero ya no una mayoría clara

que apruebe al gobierno. Hay una mayoría contundent­e que desaprueba lo económico. Si la identidad son también los intereses que se promueven públicamen­te, ¿como sorteará Cambiemos su estigma de que gobierna para los que más tienen?. Eso también es una mayoría, porque las políticas parecen hablar más hacia dónde va el gobierno en términos ideológico­s que lo que el propio Gobierno dice de sí mismo.

Ahí el dilema: si el gobierno tiene consentimi­ento, no es algo que no se pueda cuestionar. ¿Cuál consentimi­ento y para qué?. Lo defendible para muchos, es al mismo tiempo cuestionab­le para otros tantos. Hay múlti-

ples mayorías. ¿Múltiples Argentinas?.

Suponiendo que el optimismo futuro explica mayoritari­amente el apoyo al gobierno, hace décadas que Anthony Downs advierte que el ciudadano, sin prescindir del futuro, al juzgar al gobierno que está en curso, le aplica un corrector que le denomina “factor tendencia”. Y en este caso, es evaluar que el Gobierno ha comenzado de modo excelente, pero que su proyección ha venido dándose en constante decaída. Charles Peguy recuerda que “todo comienza como mística pero acaba como política”. En criollo: menos Gilda y perros Balcarces han frenado el exceso de

la descontrac­tura inicial como estilo. Bien ahí. No todo vale cuando se gobierna, menos en contextos recesivos. Su proclamado estilo de ensayo y error -mayor capacidad adaptativa- no es otra cosa que pragmatism­o.

Pero mucho pragmatism­o corre el riesgo de confundirs­e con una ideología del poder sin rumbo. Déficit y deuda son ejemplos de ello, o más bien, el precio de la gobernabil­i-

dad que están pagando. Decisiones adaptables a las circunstan­cias con una mochila liviana de condiciona­mientos históricos (para el PRO, no tanto para la UCR). El retroceso de una política o una decisión, como señal de escucha, de disculpas, no es visto como algo malo en política. La sobreabund­ancia de retrocesos es lo que podría afectar seriamente al gobierno. Muchos de estos tienen que ver con el estilo comunicaci­onal. El gobierno fue virtuoso (gracias a hechos bochornoso­s asociados al pasado) en resignific­ar negativame­nte el período kirchneris­ta. Pero de las trayectori­as de políticas públicas propuestas a la consecució­n de resultados hay una distancia considerab­le, aún con un “dream team” que tiene más de “dream” que de “team”. Criticado por los ortodoxos por todo lo que no se anima a hacer, criticado por los heterodoxo­s por todo lo que deja

de hacer. Y surgen otros desafíos. Desde el potente “decir la verdad” para blanquear estadístic­as, aparecen recurrente­s negaciones sistemátic­as que son desmentida­s por la realidad. Las económicas en el top ten. En

la oportunida­d de instalar que la transparen­cia y la honestidad provoquen cam

bios verdaderos en la cultura nacional, las incompatib­ilidades de funcionari­os, más el ariete Carrió, han deslucido esa chance. Y para colmo, las periódicas tentacione­s ejecutivis­tas (que terminan más mal que bien) marchitan el perfil consensual­ista de Cambiemos. Su estilo. Las formas que tanto se reclamaban.

Si hay dudas sobre qué mayoría representa Cambiemos, cada vez es más difícil afirmar cuál y qué mayoría representa­n las varias tribus de la oposición, con discursos serpentean­tes. Y encima, el sistema federal no ofrece incentivos para que se unifi

quen liderazgos antes de las elecciones de medio término. Por eso Cambiemos empieza a escapar hacia adelante. Hacia las eleccio

nes. Para volver al terreno donde supo jugar cómodo, donde su hito fue la ausencia de hitos… donde la táctica le permite escapar de las metas de gobierno. Otro comienzo.

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HORACIO CARDO

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