Clarín

PASIONES ARGENTINAS

Honrar a los artesanos del piropo gentil

- Marcelo Guerrero mguerrero@clarin.com

El pedido está pintado en un mural cercano al provisorio andén de la estación Drago, ramal Suárez del Mitre: “No quiero tu piropo, quiero tu respeto”. Hay otra demanda, mucho menos persuasiva, en el cementerio de Chacarita, sobre un paredón de Jorge Newbery: “Metete tu piropo en el ...”. Sí, en ese lugar que a veces se le destaca a una mujer de manera grosera.

Tiene mala prensa hoy el piropo. Quedó asociado al acoso, a la violencia de género y a otras calamidade­s. Puede haber vulgaridad, es cierto, cuando un hombre le informa a una mujer las cosas que le haría en una situación de intimidad. Puede haber incluso cobardía cuando la hipótesis se formula en grupo, frente a la puerta de un súper chino donde se congregaro­n a tomar una cerveza. Hubo alguna vez piropos gentiles. Los decían varones de todas las edades, como si fueran trovadores callejeros. Eran metáforas surgidas en el momento o previament­e estudiadas. En una secundaria ya extinta, sobre Avenida de Mayo, se acostumbra­ba decirles algo a las damas que salían impecables de las oficinas, sin arrugas en la pollera, como si las ocho horas de trabajo no las hubieran afectado. Y el ejercicio de galantería se prolongaba en los barrios. Por ahí venía una piba corriendo detrás de su mascota. Uno del grupo exclamaba: “¡Qué linda perrita!”. Y otro, con reflejos de arquero, comparaba: “Más linda la dueña”. La chica se iba, segurament­e contenta, y el joven payador recibía el elogio de sus amigos por la ocurrencia. A usted, señora/señorita, que milita contra el piropo, ¿no le da ternura aquella ingenuidad?

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