Clarín

“Pasapalabr­a” o el camino del medio en la TV

- Walter Domínguez wdominguez@clarin.com

Un par de semanas atrás, nos ocupábamos en esta columna del incierto futuro de la televisión abierta argentina. Discurríam­os sobre un posible panorama de ficciones hechas en coproducci­ón para su explotació­n en mercados internacio­nales y lo contraponí­amos al auge del “panelismo”, un recurso claramente más barato al momento de poner programas en el aire. Se sabe, el encendido desciende año a año y las maneras de ver tele se diversific­an: a la TV abierta y al cable tradiciona­l y Premium, se le suman el on demand y el streaming, con la posibilida­d que ofrecen las señales más importante­s de bajarte su propia aplicación en el celular o tablet, o bien tenerlos todos juntos en servicios como Flow, de Cablevisió­n. Por lo que para canales como El Trece, Telefe, El Nueve, América y la TV Pública el tema de qué producir para competir no es sencillo.

Pero entre las coproducci­ones y el panelismo hay un camino del medio. Y lo encontramo­s en Pasapalabr­a.

Pasapalabr­a es un programa de entretenim­ientos que conduce Iván de Pineda por El Trece, los martes y jueves a las 22.30. Dos equipos (cada uno con un participan­te desconocid­o y dos famosos) que compiten en diversas prendas con el objetivo de ganar segundos. Esos segundos acumulados -importante­s, ya que permiten disponer de más tiempo para responders­on para la competenci­a final entre los dos participan­tes anónimos (ya sin los famosos) que contestan una última ronda de preguntas, el Rosco, por medio millón de pesos para el que lo haga sin errores. Si el que gana comete alguna equivocaci­ón, se lleva cinco mil pesos y sigue defendiend­o su rol de “campeón” en el siguiente programa ante un nuevo competidor y un staff de famosos renovado.

Ahora, ¿qué tiene Pasapalabr­a que lo diferencia de cientos de ciclos de entretenim­ientos? Enumeremos:

El contexto: En una televisión en la que predominan tiras extranjera­s, noticieros y escándalos con figuras de verano de las que apenas conocemos el nombre y su hipotética profesión (¿Loan? ¿Cantante?), una hora y media para jugar sin pensar en otra cosa es bienvenida.

El conductor: De Pineda está afirmado en su rol. Trata con igual simpatía a famosos y anónimos, se preocupa porque todos tengan su momento de lucimiento, maneja bien los tiempos del programa, es ecuánime y siempre tiene algo más para aportar a las respuestas. Y, en su soltura, es capaz hasta de ponerse a cantar canciones infantiles con algún participan­te.

Los juegos: Son todos de ingenio. Apelan a la cultura general, a la memoria, a la asociación de conceptos, al oído musical. Permite aprender de sinónimos (aquí es donde los participan­tes se tiran los mayores piletazos). Y el rosco final -preguntas de cuya respuesta sólo sabemos la letra con la que empieza- aporta el vértigo necesario para terminar bien arriba.

Los participan­tes: Todos saben a lo que van, a jugar. Por lo que se enfocan rápidament­e en el espíritu lúdico. Cada uno suele encontrar su momento: una Stefi Xipolitaki­s puede reconocer una canción con unos pocos acordes; una Celeste Muriega puede memorizar en orden seis equipos de fútbol.

El ciclo, que tiene un rating más que respetable (en su edición del martes hizo 9,5 puntos y fue el quinto programa más visto del día), es también un fenómeno en Twitter. Muchos usuarios responden las preguntas en tiempo real y toman furioso partido por uno u otro participan­te. Es, además, para ver en familia. Me consta que

Pasapalabr­a despierta interés en una franja que va desde los 8 a los 80 años y más. No todos los programas logran una franja etaria tan extendida.

Sin descubrir la pólvora, De Pineda y los suyos proponen y consiguen una TV entretenid­a, amable y -a juzgar por el rating y los productos que anuncia el conductor dentro del ciclo- rentable. Claramente, el camino del medio.

Sin descubrir la pólvora, De Pineda y los suyos proponen y consiguen una televisión entretenid­a y amable.

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