Clarín

PASIONES ARGENTINAS

Escribir por placer o sólo por escribir

- Fernando Sendra fernandose­ndra@clarin.com

Hay quienes escriben para rompernos los coquitos mostrándon­os lo bien que escriben. Aquí, yo lo ubicaría a Borges. Los hay que escriben para ganarse el puchero, es legítimo. Y también, quienes escriben porque tienen la generosida­d de compartir lo que saben. Tal vez Carl Sagan sea el caso...

Y luego están quienes lo hacen por un mandato interior que los obliga a vomitar sus sen- timientos, algo así como los Van Gogh de la escritura. Pienso en los poetas. Pero hay otra categoría de escritores que no sé si considerar­los como tales, porque su verdadero fin no es escribir, sino aclarar sus ideas. Son los que escriben para pensar.

Uno supone que primero se piensa y después se escribe, pero no siempre es cierto. Por ejemplo: usted imagina un incipiente argumento para una película, pero en vez de hacerlo frente a una máquina de escribir lo hace tirado en una hamaca paraguaya. Le apuesto lo que quiera que antes de la segunda escena está pensando en una señorita, en un sángu- che de milanesa o en a qué hora empieza el partido. Póngase delante de un teclado y la cosa cambia. El teclado, la pluma, la vieja Olivetti, no sólo fueron testigos sino partícipes necesarios para que las ideas de un genio no se desviaran hacia el Ocaso de las Pavadas.

Así, la escritura se convierte en dos cosas, por un lado es la caña que sirve de sostén para que el viento no quiebre al brote incipiente, y por otro es el testigo que nos mira desde el papel o la pantalla para decirnos: “¡No te vayas por las ramas, volvé a tu idea original... Era buena y muy mejorable! ¡Ponele pasión, tu idea te está esperando!”

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