Brasil no ayuda, y estamos más solos
Parecía que después de caer y caer, este año la economía brasileña por fin iba a darle una mano a la economía argentina. Parecía solamente: “Venimos de una trayectoria ruinosa y este escenario no hace prever un 2017 glorioso. Nuestra proyección es un crecimiento industrial del 1,2%”, dice Paulo Franci, director del Departamento de Investigación de la poderosa Federación de Industrias de San Pablo (Fiesp).
La “trayectoria ruinosa” de Franci se expresa en una caída de la actividad fabril que acumula alrededor del 20% entre 2014 y 2016. Hubo allí tres bajas anuales consecutivas que son inéditas en la serie histórica.
Encima, viniéndose de dónde se viene, la proyección del 1,2% es apenas más que nada. Y el escenario de un 2017 “glorioso” huele entonces a ironía del directivo de la Fiesp.
Por su propia insignificancia, ese porcentaje desbarata cualquier expectativa de cambio, como la que pudo haber despertado la mejora del 6,2% que la industria registró diciembre del año pasado contra noviembre.
Tanto número junto abruma, seguramente, aunque muestran sólo una cara de la crisis económica brasileña. El punto, se verá, es que esa cara se traslada a actividades muy importantes en la Argentina.
De nuevo números, los del PBI dicen que la economía ha caído cerca del 8% en los últimos dos años. ¿Y qué pronostican para 2017 los analistas consultados por el Banco Central de Brasil? Apenas más que nada, nuevamente: un raquítico rebote del 0,48% que dejaría el cuadro completo tal cual está.
Y en tren de preguntas, ¿cuáles serían las causas de semejante retroceso industrial?
Entre ellas, un informe de la Fiesp anota: infraestructura deficiente, retraso cambiario, tasas de interés demasiado elevadas y un entramado burocrático que obstaculiza el despliegue de las fuerzas productivas.
Todo bastante parecido a los desajustes amontonados en la Argentina, como los datos que siguen: un claro proceso de desindustrialización, la creciente primarización de las exportaciones e importaciones que desplazan actividades nacionales.
Ya en formato estructural, la participación de la industria en el PBI brasileño viene en pendiente desde fines de los años 90. Hoy anda por el 11,8%, mientras el peso de los servicios ha crecido hasta arañar el 60%.
Pero de toda esta andanada lo que vale y pega aquí no pasa por los servicios sino por la
fuerte interrelación que existe entre las industrias de ambos países y, especialmente, por el sector automotor donde las terminales de origen extranjero funcionan acopladas.
El resultado es que cuando Brasil cae al ritmo que está cayendo demanda menos bienes industriales argentinos y, así, sacude nuestra estantería. Es lo que hace rato se denominó Brasil de
pendencia o demasiada exposición al desempeño de una sola economía. Traída hacia acá, esa vulnerabilidad también significa ausencia de políticas de largo plazo que tapen eslabones descubiertos, diversifiquen y hagan competitiva la producción nacional y sean capaces de encontrar mercados alternativos.
Sobre esa conexión y de cómo han quedado
Cuando Brasil cae al ritmo que está cayendo demanda menos bienes industriales argentinos.
los tantos hablan nuevamente las cifras:
-- Entre todos los clientes, Brasil es por lejos el mayor comprador de bienes manufacturados argentinos: se lleva un tercio de las exportaciones totales, aunque en tiempos mejores la proporción llegaba a la mitad. Pasa tal cual se dijo: que si sus fábricas padecen, padecen sus proveedores a este lado de la frontera.
-- Hay más de lo mismo y por motivos similares en datos de 2016. Cuentan que el 57% de las ventas totales a Brasil fueron industria y que aún tratándose de un porcentaje alto, resulta pobre contra el 75% de los buenos años.
Para que se entienda mejor qué se juega, allí figuran, además de autos, químicos, plásticos y metales.
Es cierto que empujadas por la notoria escasez de divisas del Banco Central, en medio de este proceso se colaron el cepo, las restricciones sobre las compras al exterior y el atraso cambiario, más una guerrilla de represalias cruzadas. Solo que nada altera al fin el sesgo de la relación comercial.
Otro problema, acaso el de mayor exposición, toca al sector automotriz. No todas las exportaciones tienen el mismo destino, pero ninguno se acerca siquiera a Brasil. Brota claro en el derrumbe de las exportaciones totales: medidas en unidades, el año pasado sumaron 190 mil, bastante menos que las 433 mil de 2013 y mucho menos que el pico de 507
mil anotado en 2011. Y como gran parte de la producción automotriz local lleva ese sello, la consecuencia es que cada vez se fabrican menos autos, que
hay paradas forzosas en las plantas y abundan los problemas laborales.
Frente a una economía aún en el pozo, con el gobierno y gran parte de la clase política bailando al compás de la corrupción, el panorama no da para ponerle fichas al gran her
mano del Mercosur. “Brasil recién va a recuperar su nivel de demanda interna dentro de cuatro o cinco años”, agrega un consultor que asesora empresas de un lado y del otro.
Luego, ya no es posible contar con uno de los motores que podría fogonear la recuperación de la economía argentina. Y de seguido, las fichas terminan depositadas en el campo del Gobierno, en el cómo enderece el barco y maneje el timón.
Dice un ex ministro que ha visto pasar de todo: “Si Macri no pega un golpe de timón en algún momento, vamos a convivir con una economía languideciente. No habrá crisis, pero tampoco tendremos un crecimiento verdaderamente sólido”.
Y dice más: “Tener veinte ministerios y una decena orbitando sobre la economía puede servir en países más o menos ordenados y más o menos previsibles. Nunca en el nuestro, cuando, pese a arrastrar los desastres del kirchnerismo, nadie ha explicado dónde nos dejaron ni en qué consisten el plan y los instrumentos que conducen a la salida”.
Siempre la regla general será acertar las más de las veces que sea posible y equivocarse lo menos posible. Y también siempre será clave el funcionamiento interno.
Luce bien difícil que desde la Jefatura de Gabinete pueda coordinarse la tarea de veinte ministros, cada uno con su propia estructura, y hasta ponerle el broche a las decisiones finales que, además, recién serán finales tras pasar por el filtro del Presidente.
De hecho, los ministros funcionan parecido a secretarios de Estado y funcionan como ministros al menos un par de secretarios que no son ministros: Mario Quintana y Gustavo Lopetegui, los vicejefes de Gabinete. Para mayor abundancia: ambos no le ponen su firma a resoluciones que deben llevar firma; se la ponen los ministros.
Parece un sistema embarullado y quizás sea un sistema embarullado. El riesgo de un modelo así es que algo se escape, como lo ha probado el caso del Correo.
Hay en toda la trama un dato conocido de entrada y fuerte, aunque varios tropiezan con el mismo obstáculo: que no es lo mismo gestionar empresas, por grandes que sean, que gestionar un Estado. Entre tantas cosas, porque de ciertas decisiones pueden derivarse costos políticos, desarreglos que urgen arreglos y conflictos sonoros.
Salta por todas partes que el Gobierno necesita una remontada económica que tarda en aparecer y tomar pronto un camino que mejore el clima social. Y si no es una gran mejora, necesariamente debe existir una rápida.
Con los motores de Brasil apagados, tendrá que lograrlo a base de pericia propia. Sabiendo, además, que el horno no da para cantar victoria antes de tiempo ni alentar optimismos excesivos. A menos que si los hay se trate de relatos destinados a calmar ansiedades.