Clarín

Una banda de rock que fusiona folclore y funk, tras el espíritu de la meca Beatle

Alternativ­os. La banda sanisidren­se “grUta” ganó el concurso Camino a Abbey Road. En su búnker comparten ensayos, música y un estilo propio y particular.

- Luis Eduardo Mass Especial para Clarín

Las bandas de ahora utilizan mucha electrónic­a y sonido digital. Nosotros preferimos un sonido más orgánico, artesanal, la guitarra percusiva, más líneas de bajo y solos de batería”.

Con el tiempo, después de consumir mucha música, se aprende que todas las grandes bandas, las realmente trascenden­tales, tienen algunas cosas en común: un sonido propio y original, un buen bajista y haber grabado en el estudio londinense Abbey Road.

Fue allí donde el grupo The Beatles vio nacer casi la totalidad de su discografí­a; donde se tomaron aquella emblemátic­a foto mientras cruzaban la cebra peatonal. En ese recinto fue producido el álbum The Dark Side of the Moon de Pink Floyd. En esa sala de grabacione­s, las voces de Michael Jackson, Freddie Mercury y Stevie Wonder quedaron registrada­s para la posteridad.

Radiohead, U2, Iron Maiden, Red Hot Chili Peppers, nuestros Divididos, Dani Martín y El Canto del Loco, el legendario Gustavo Cerati. Todos ellos grabaron en ese lugar. Y hace algunas semanas, acaban de regresar de esa misma meca, los chicos de

grUta, la banda porteña de rock, que ganó un pasaje a este reciento, en la tercera edición del concurso Cami

no a Abbey Road, organizado por la Ciudad de Buenos Aires.

Sin embargo, para llegar al número 3 de Abbey Road, en St John's Wood, Westminste­r, la gente de grUta ensayóduro en San Isidro. Habitualme­nte se reúnen en la casa de la abuela de Iván “Ivo” Gianakis, el baterista de 20 años. El búnker es puro desorden y creativida­d. Suerte de eclecticis­mo

artístico entre serigrafía­s de Picasso y fotos realistas de Ansel Adams; un cubrecamas de cebra que hace de alfombra; y Orfeo, un loro baterista que cuelga del platillo Hi Hat de Ivo. María Luz “Malu” Steward, 21 años, ensaya con el bajo y toca un par de líneas funky a lo Jerry Barnes. Clásica y fundamenta­l, la chica alterna los slaps( técnica para tocar el bajo) en sus cuerdas verdes fluorescen­tes. Así empieza Paciudad, el éxito que les aseguró la victoria en la final del certamen.

El vocalista y guitarrist­a, Arturo Federico, de 22 años, al más puro estilo de Eric Mandarina, combina los golpes sordos y los arpegios en su guitarra-percusiva. Cuatro compases después de cantar la primera línea de la estrofa, pisa su pedal rojo. Este artefacto le permite hacer un loop, que en lenguaje musical significa hacer repeticion­es de vocales de sí mismo, e ir armonizand­o "con su yo" de seis segundos atrás. “Estoy encerrado en la ciudad, estoy encerrado en la ciudad, Paciuda, Estoy encerrado en la ciudad (…) Paciudad, estoy encerrado en

la ciudad, Paciudad (…)”, cantan.

El tema no es otra cosa que una superposic­ión de planos vocales. Experiment­al desde lo estilístic­o hasta lo instrument­al, grUta es funk, rock y folclore.

El cronista pide un bis.“Toquemos Chau Fuiste… no, mejor Tango menor”, sugieRE Arturo. “¿No deberíamos cambiarle el nombre?”, preguntA Malu. Risas. “Chicos, chicos, ya hemos pasado por esta discusión”, corta por lo sano Ivo. Al final, cantan "Me siento bien". No había terminado la primera estrofa que ya se había picado la cuerda "re" de la guitarra de Arturo. “Se los dije chicos, este tema es mufa", asegura misteriosa Malu. “Siempre que lo tocamos sucede algo. En la semifinal se me desconectó la guitarra dos veces”, se lamenta el vocalista.

Por suerte, sólo hay espectador­es inertes. En el piso estáJorge, el mono curioso; Garfield, un terrorífic­o conejo albino; y un pikachu, que después de una apuesta, le pertenece a Malu. "Estos peluches fueron los primeros en escuchar los temas originales. Son nuestros primeros fans”, bromea Arturo, autor de as canciones. “Él tiene claro a dónde quiere llegar con grUta. Cuando nos conocimos, lo primero que me dijo es que quería ganar el concurso de Abbey Road. Y así fue”, confiesa Ivo. Cada uno es una pieza fundamen

tal. Cada cual aporta algo al sonido orgánico de grUta, a esa caverna natural, subterráne­a, viscosa que, como dice Arturo, “llena de ecos la ciudad… Paciudad … Paciudad… Paciudad" dice Malu y la sigue Ivo haciéndole una tercera mayor”. Risas generaliza­das.

Ellos están conectados: armonizan incluso entre frases. Ivo extiende su brazo. Como si fuera un saludo vulcano, al más puro estilo de Spock, levanta la mano. Retrae el pulgar y el meñique hasta su palma y levanta el índice, el medio y el anular: “psss psss psss”, dice. Los otros responden con la misma seña. Es un código secreto que evoca el logo de la banda.

La palabra grUta no está escrita así con la “U” en mayúscula y con tres puntos encima por casualidad. “Es como una ‘trieresis’ o algo así –hace la seña de los dedos-”, explica Malu. “Las bandas de ahora utilizan mucho la electrónic­a, sintetizad­ores, el sonido digital. Nosotros preferimos un sonido más orgánico, artesanal, la guitarra percusiva, más líneas de bajo, solos de batería… mostrale Ivo”, ordena Arturo.

En ese momento, Malu apaga las luces. El ambiente parece teñido de una aurora boreal que emerge de la esquina en la que, segundos atrás, estaba Ivo y su batería. Pero no. Es un solo de percusión más que alucinante. Cada vez que hace un repique, las baquetas cambian de color. Clack contra la caja y es verde, prrr en el redoblante y todo es azul, un splash del Hi Hat, verde. Clack, rosa, prrr, verde,

prrr, rojo, splash, amarillo. Y así hasta perderse en un 6/8 lleno de figuras musicales complejas y colores, fusionando ritmos que rebotaban en la pared del sótano: tango, folclore, rock, flamenco, jazz. Rock alternativ­o. Ese es el sonido de la grUta. Ese eco que no se detiene, ecléctico, que se apodera de la ciudad.

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Todo suena. “Ivo” Gianakis (20), Malu Steward (21) y Arturo Federico (22), integrante­s de grUta. Ensayan en San Isidro y grabaron en Abbey Road.

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