Clarín

La izquierda argentina se quedó en el 45

- Alberto Amato alberamato@clarin.com

La pasada semana, un sector de la izquierda argentina, el que representa Néstor Pitrola, calificó de “dominguero” al paro programado por la CGT para el próximo 6 de abril. El calificati­vo es despectivo, chicanero, provocador, un poquito desdeñoso y algo soberbio. Propio

de la izquierda. De hecho, Pitrola hace suyo un eslogan con el que, en los agitados años 60 y en los tormentoso­s 70, la izquierda calificaba las mismas medidas de fuerza tomadas por los gremios peronistas. Decían que eran

“paros materos”, de esos que invitan a quedarse en casa y tomar mate.

La izquierda, es su estilo, prefiere paros movilizado­res, combativos, estrepitos­os y bullanguer­os, dado que ya no puede aspirar a

“huelgas revolucion­arias”, como marca su historia. La izquierda argentina tiene con el peronismo una vieja deuda y un enorme com

plejo. El 17 de octubre de 1945, cuando las fuerzas populares salieron a la calle a rescatar, y a consagrar al entonces coronel Juan Perón, la izquierda, en ese momento el Partido Comunista, estaba parada en los puentes y

miraba cómo, abajo, pasaba la historia. Y poco después, cuando el advenimien­to de Perón, apoyaron a la Unión Democrátic­a junto a aquel esperpento de embajador norteameri­cano que se llamó Spruille Braden.

La izquierda pudo explicar, tiempo tuvo de sobra, aquel enorme desatino dictado por la ceguera política: Perón representa­ba a un Ejército que había apostado por Hitler, veían en aquel ya flamante general y candidato a presidente, algunos rasgos, atributos e impronta del fascismo mussolinia­no y sentían recelo, sino rencor, porque las fuerzas populares no hubiesen ganado la calle en aras de un líder sindical, sino de un militar. Es verdad que le hubiese sido mucho más difícil explicar el compincher­ío con Braden y la alianza con los grupos conservado­res de aquellos años febriles.

Desde entonces, y han pasado ya siete décadas, la izquierda ha procurado sacarse de encima el pesado complejo de inferiorid­ad que provocó aquel panorama desde el puente, y lavar de mil maneras diferentes el pecado original, dicho esto sin ironías ni simbolismo­s religiosos, de haberle dado la espalda al pero

nismo. La penitencia, acorde siempre con las resistenci­as que desataba el complejo y las culpas que despertaba el pecado, fueron desde algún acercamien­to por el lado de los sindicatos, todas experienci­as que terminaron peor de lo que empezaron, hasta el fatal “entris

mo” que intentaron los grupos guerriller­os marxistas de la década del 70. Mejor no hablar del sector de la izquierda que creyó oportuno dar “apoyo crítico” al dictador Jorge Videla en los años del “Proceso”.

Incapaz de generar por sí misma, por convocator­ia y peso propios, una medida de fuerza como la anunciada para el 6 de abril, la izquierda se trepa a la convocator­ia de la CGT, para pretender decirle al sindicalis­mo peronista cómo debe hacerse un paro general.

Hay gente que todavía sigue trepada a los desvencija­dos puentes del 45.

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