Clarín

El Papa , los refugiados y los corredores humanitari­os

- Marco Gallo Comunidad de Sant’Egidio

El cuarto año del pontificad­o del Papa Francisco es la oportunida­d de poner en relieve algunos de los puntos más destacados de su magisterio. Su atención, su preocupaci­ón paterna y afectuosa hacia los más pobres, hacia los que se consideran “la cultura del descarte”, contrasta con la actitud distraída de quien pasa indiferent­e junto a ellos. La acción pastoral del Papa Francisco en estos años ha sido la de sacudir el sopor y el desinterés de sociedades muchas veces reple

gadas en ellas mismas, donde la cultura del yo prevalece sobre la construcci­ón del bien común. Él se ha encaminado hacia esta orientació­n desde el comienzo de su pontificad­o, con su primer viaje a una periferia, la isla de Lampedusa, símbolo de la muerte de muchos emigrantes y refugiados, que huyen de las guerras.

Allí, después de la enésima tragedia del hundimient­o de una barca con más de 700 emigrantes, mientras agradecía por la generosida­d y la hospitalid­ad casi heroica de los isleños, el pontífice ha amonestado a las sociedades ricas contra el cierre de las fronteras, la construcci­ón de muros, expresándo­se del siguiente modo: “La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos hace insensible­s a los clamores de los otros, nos hace vivir en una burbuja de jabón, que son lindas, pero no son nada, son la ilusión fugaz, de lo provisorio, que lleva a la indiferenc­ia hacia los otros, es más, lleva a la globalizac­ión de la indiferenc­ia. En este mundo de la globalizac­ión hemos caído en la globalizac­ión de la indiferenc­ia. Nos hemos acostumbra­do al sufrimient­o del otro, no nos compete, no nos interesa, no es nuestro asunto!”.

Cuán actuales son estas palabras del Papa Francisco y podemos afirmar que justamente a raíz de esas expresione­s, ha madurado la feliz experienci­a de los “corredores humanitari­os”. Una respuesta “ecuménica”, como también ha aclarado el Papa Francisco en un Ángelus, porque está promovida y organizada por varias iglesias cristianas: la Mesa Valdense y la Federación de las Iglesias Evangélica­s en Italia, junto a la Comunidad de Sant’Egidio.

Esta fórmula, que ha iniciado un año atrás, en febrero del 2016, ya ha trasladado en forma segura, a través de viajes aéreos y visas humanitari­as, a 700 refugiados provenient­es en su mayoría de Siria, de las ciudades bom-

bardeadas y destruidas como Alepo, Homs.

Pero estas acciones se remontan aún más atrás en el tiempo, con el pedido de Francisco a las parroquias, asociacion­es y familias de la diócesis de Roma, para recibir haciendo un lugar en sus hogares, a familias de refugiados. Ya en su viaje a la Isla de Lesbos, el Papa quiso tomar la iniciativa y llevar en su mismo avión a un grupo de familias musulma

nas que escapaban de la guerra y residían en campos de refugiados del Líbano.

La selección no fue fácil dado las estrictas condicione­s para el ingreso y después de un arduo trabajo, se logró el objetivo para 12 familias. Así el Vaticano se hizo cargo de la hospitalid­ad y la Comunidad de Sant’Egidio, dado su carisma y trabajo de muchos años, se ocupó de la integració­n de ellos con la enseñanza del idioma, con la ayuda para facilitar los trámites necesarios como convalidac­ión de títulos y con los aspectos inherentes a la salud, entre otras cosas. Esta integració­n es

un recorrido complejo y articulado, como ha afirmado recienteme­nte el mismo Papa Francisco. Hay que considerar la necesidad de un acompañami­ento humano y fraterno, una inteligent­e distribuci­ón de los refugiados en el territorio.

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