El zumbido preciso de la vocación
Recuerda todo lo que pasó ese día, hasta el mínimo detalle de los sonidos. Es una tarde de abril de 1978, el cielo está completamente despejado y siente sobre su pecho el frío de una cerveza a presión. El vehículo de su memoria es una pelota de béisbol que va y viene sobre el verde del campo de juego. El bateador, un tipo esbelto y nuevo en el equipo, da un golpe certero hacia la izquierda. El zumbido
limpio del bate contra la pelota resuena por todo el estadio de Tokio y se oyen unos pocos y dispersos aplausos. En aquel preciso instante, “sin antecedentes ni fundamento alguno”, Haruki Murakami dice que pensó que quería
ser novelista. Esa especie de revelación, que desciende revoloteando como la pelota y cae justo en nuestras manos, es tal vez una de las manifestaciones más claras de la vocación. Pero no es la única. Ni la más fácil. Muchas
veces hay que salir a buscarla. Es lo que está haciendo mi hijo, de 16 años, buen lector y agricultor de las palabras. Hace un tiempo llegó de la escuela muy seguro, como un arquero
con la pelota entre las guantes: “Voy a ser abo
gado porque odio las injusticias”. Se refería a una nota baja que, según él, le había puesto un “profesor injusto”. ¿Eso es vocación? ¿Acaso hay que seguir Derecho para terminar con un día torcido? La presión social para definir un camino en permanente construcción empieza en el secundario y, a menudo, desvía voluntades. Para encauzarlas tal vez sólo haya que seguir el curso profundo de un río que -como la pelota del escritor japonés- baja de las alturas, devuelve todo lo que cae en su corriente, busca la huella entre las montañas y deja el agua cristalina entre las piedras.