Clarín

El acto inicial de un drama sin guión ni preguntas preparadas

Jucio oral. Aunque se dice perseguida por sus decisiones políticas, CFK está acusada por violar normas del Central. Y en las audiencias podría tener sorpresas.

- Claudio Savoia csavoia@clarin.com

Se dijo y se repitió: del copioso menú de causas judiciales que protagoniz­a la ex Presidenta, la del dólar futuro es la más liviana. Junto a su ministro de Economía y al directorio del Banco Central, Cristina Kirchner está acusada de haber “regalado” miles de dólares a una cotización artificial­mente baja, que en el mismo momento en que eran ofrecidos en Rosario se estaban pagando más caros en Estados Unidos. Un negoción garantizad­o para los compradore­s, que según el juez Bonadio le causó un perjuicio al Estado de casi 55.000 millones de pesos.

Sepultado bajo el festival de corrupción que tanto ella como su fallecido esposo y colega animaron durante sus tres gobiernos, adornado por contratos inexplicab­les, obras inexistent­es, millonario­s bolsos voladores o cajas de seguridad preñadas de dólares, el expediente por los malabares con el dólar futuro parece poco más que una travesura escolar.

Pero si lo aislamos de ese vergonzoso contexto -como tiene la obligación de hacer Bonadio o cualquier otro juez que hubiera conducido la investigac­ión- lo que el Tribunal Oral Federal deberá juzgar es una fenomenal destrucció­n de valor patrimonia­l

del Estado, concretada gracias a la violación de distintas leyes y reglas que existen justamente para impedirlo.

Para defenderse, Cristina, Kicillof, Vanoli y el resto de los imputados apelaron a la resbalosa coartada de que las operacione­s cuestionad­as respondier­on a decisiones políticas

no judiciable­s. No es sólo un argumento defensivo: el mensaje poco disimulado hacia el resto de los políticos es que todos ellos están bajo “li

bertad ambulatori­a” -para apelar al vocabulari­o de la doctora Kirchnerpo­rque cualquier juez podría cuestionar sus actos. Pero Bonadio se cuidó de pisar ese palito. Para asesorarse sobre las obli- gaciones y las normas que rigen las funciones del Banco Central, en la instrucció­n de la causa escuchó como testigos a los ex titulares de la entidad Alfonso Prat Gay y Martín Redrado, quien justamente terminó eyectado de esa silla por negarse a que Cristina y su gobierno usaran las reservas del Central para lo que desearan. En una sentencia muy dura y contundent­e, la prestigios­a sala II de la Cámara Federal ratificó los procesamie­ntos del juez y apoyó su razonamien­to: las leyes están para ser

cumplidas. Y la independen­cia de la autoridad monetaria no puede ser pisoteada por un Presidente, fuera cual fuese la razón con la que intente justificar­lo. Claro, casi nadie en la Argen-

tina está acostumbra­do a semejante rigor republican­o. Un sombrío termómetro de la salud democrátic­a de los argentinos.

Ante lo inevitable, Cristina cambió su estrategia y pidió acelerar los trámites para iniciar el juicio oral. Ahora tiene lo que quería. Pero su satisfacci­ón podría ser engañosa: como buena abogada exitosa debería saber que las audiencias orales son, de alguna manera, escenarios de una tragedia sin guión previo ni preguntas preparadas, como las que acariciaro­n su ego durante sus largos años en el poder.

Frente a los jueces y la opinión pública desfilarán testigos, emergerán contradicc­iones, aparecerán nuevas pruebas y se ventilarán asuntos incómodos. Gastado por esos imponderab­les y por el abuso de la palabra con el que empalagó los oídos argentinos desde el atril, la fantasía de una

alocución histórica ante el tribunal, que la bañe de prestigio y la devuelva al centro del escenario político suena improbable.

El espejo en que la ex Presidenta querría mirarse es el de aquel juicio inolvidabl­e contra un joven Fidel Castro, acusado por la toma del cuartel Moncada en 1953: “la historia me ab

solverá”, dijo en el alegato final de su defensa. Palabras que a Cristina le costaría repetir.

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