Clarín

24 de Marzo: por la reflexión, la paz y el futuro

- Claudio Avruj Secretario de Derechos Humanos de la Nación

En un reciente encuentro con jóvenes, surgió la pregunta, acerca de si los argentinos supimos procesar profundame­nte lo que ocurrió en el marco de la última dictadura militar. Aquella pregunta resulta oportuna e inquietant­e, porque ¿cómo se procesa bien algo de esta magnitud que tiene tantas implicanci­as en la vida de los individuos?; ¿hemos recorrido el suficiente tiempo para poder dar un salto cualitativ­o en este proceso social?; ¿quién puede atreverse a responder en forma absoluta?

La primera respuesta arrebatada fue afirmativa, pero con la certeza de que no hemos procesado esta tragedia de la mejor manera, que lo hemos hecho a nuestra forma y como pudimos. Y es cierto que no está completada la tarea, pero sin duda estamos en un estadio

social diferente, en el cual la inmensa mayoría repudiamos la dictadura, al Terrorismo de Estado y sus ejecutores, a los que lo idearon, lo ordenaron y lo llevaron a la práctica.

Somos defensores sin tregua de la democracia, la vida y la libertad. Más allá de las inconsiste­ncias, la democracia dio respuestas importante­s desde la política con la creación de la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparici­ón de Personas), la decisión de en-

juiciar a las juntas y la incorporac­ión a la Constituci­ón de las Convencion­es Internacio­nales de Derechos Humanos. En ese contexto, la Justicia avanzó con los juicios de lesa humanidad que aún continúan; la sociedad civil se enriqueció con el aporte de los organismos de derechos humanos, que han conseguido proezas, como la búsqueda de los nietos, y desde distintos ámbitos como la educación y la cultura se hicieron también valiosos aportes en procura de la verdad.

Durante muchos años se ha alimentado un falso debate sobre quiénes son dueños de la defensa de los derechos humanos, cómo deben ser sostenidos ideológica­mente y quiénes son dignos de merecer el reconocimi­ento de derechos y quiénes no lo son. Se perdió un invalorabl­e tiempo, al ritmo del perjuicio y el daño que la sociedad se hizo.

Quizá un intento por restañar estas heridas sea someternos al imperio del derecho y la ley en absoluta igualdad, abrazar sin prejuicio a quien piensa distinto y salir definitiva­mente de la lógica amigo-enemigo. Es un desafío imposterga­ble, ya que es un deber transmitir a las nuevas generacion­es un legado de memoria sin culpas ni odios. Conmemorar el 24 de marzo significa mirar hacia atrás para reconocer los errores cometidos como país, pon- derar las posibilida­des que tenemos en democracia y ver así la magnitud de lo que se desbarató aquel día; honrar a los que no están, a los que fueron asesinados, apropiados, censurados y los que están desapareci­dos.

Dotar este día de otro sentido es desvirtuar­lo. Sería bueno que cada acto que lo recuerde se inspire en la vocación del diálogo, el respeto, el encuentro y la vocación por la paz. Más saludable todavía, sería que concluyera con la lectura del prólogo original de la CONADEP, escrito por Ernesto Sabato, texto entregado al presidente Alfonsín en noviembre de 1984. Si fuera demasiado, una variante positiva sería repensar el final de aquel documento histórico: “Las grandes calamidade­s son siempre aleccionad­oras, y sin duda el más terrible drama que en toda su historia sufrió la Nación durante el periodo que duró la dictadura militar iniciada en marzo de 1976, servirá para hacernos comprender que únicamente la democracia es capaz de preservar a un pueblo de semejante horror, que sólo ella puede mantener y salvar los sagrados y esenciales derechos de la criatura humana. Unicamente así podremos estar seguros de que NUNCA MÁS en nuestra patria se repetirán hechos que nos han hecho trágicamen­te famosos en el mundo civilizado”.

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