El “ganar como sea” quedó a salvo y perdonó una actuación muy pobre
El resultado es lo mejor y lo único rescatable de lo hecho por la Selección. El juego, en cambio, fue insulso.
Bauza, hombre leído, ya puede hablarles a sus jugadores de Dostoievski, de los zares, de la Plaza Roja, el Kremlin, de Lenin, del Bolshoi. Tienen derecho a pensarse en Rusia 2018. El paso imprescindible era ga- nar el partido con Chile porque si no la tala y un fixture poco amigable iban a poner seriamente en duda la clasificación. Tanta era la necesidad (desesperación) que hasta hubo cierto consenso tácito en “perdonar” un posible mal juego a cambio del marcador favorable. Algo así como “ganar como sea”. Se dijo en estas páginas, también con la sospecha de que iba a ocurrir. Y ocurrió.
No hay cuestionamiento posible al compromiso de estos futbolistas con la Selección, si se mide el esfuerzo y la entrega en cada partido. Si se observa el juego, algún desalmado puede pensar que no tienen ganas de estar en el equipo. Porque sucedió otra vez. La Selección jugó de mal a muy mal y si ganó fue en gran medida porque el árbitro Ricci estará anoticiado de las urgencias argentinas: anulómal el gol de Fuenzalida y dio un penal inexistente. El penal fue el gol de Messi. Argentina ganó 1-0. Y casi no remató al arco de Bravo en toda la noche. Por el contrario, terminó encerrado en su área, peloteado por esa expresión menor que hoy es Chile, al borde de la humillación de parecerse demasiado a un equipo chico.
El resultado es lo mejor, y lo único, rescatable. El juego, la idea, la proyección que puede insinuarse desde lo que se vio anoche, ofrece un panorama desolador. Una mala noche de Mascherano, cortando a destiempo, equivocando pases fáciles y a corta distancia hizo crecer a Biglia. Si uno de los dos volantes son de lo mejor, es porque el equipo juega mal. Porque los necesita demasiado. Y es tan paradójica esta Seleccion que del flojo Mascherano nacieron las dos jugadas de gol claras del primer tiempo: el pase a Agüero que el Kun no logró cabecear y la del penal que Di María le hizo comprar al árbitro, quien pagó al contado, sin chistar. Messi-Agüero se asociaron sobre la derecha en la jugada siguiente al gol. Telón. Final. Nunca más algo parecido a una jugada de elaboración. Ese Messi activo, insinuante, amenazador había aparecido con algunos intentos de gambeta o algunos pases. Y de golpe, no volvió. Messi se quedó en el vestuario para el segundo tiempo. No estuvo cuando el equipo más lo necesitaba. Grave. Y peligroso.
No hay elaboración se dijo. No puede haberla con esta formación si juegan Biglia-Mascherano sin que, al menos, haya un tercero que pida y juegue. No es Messi tirado a la derecha, no es Agüero, puede ser Banega. Y no hay mucho más entre los convocados habituales. Entonces, el equipo se parte, nadie es la continuidad natural de otro, apenas un apellido que sucede al anterior en la tenencia de la pelota: 56-44 fue el porcentaje de posesión en el primer tiempo. ¿Y?
Para colmo, Murphy trajo su Ley al Monumental: a la falla conceptual acerca de cómo debe jugar este equipo con estos jugadores, se añadieron los errores individuales. Higuaín, pobre Pipita, no le sale una, tampoco le dan una pelota como la gente, sale a apretar a los centrales y va solo. Entonces queda en ridículo y no se lo perdonan. Agüero rápidamente olvidó la función que le dio Bauza y se fue encima de Higuaín: dos 9 juntos, Messi más cerrado y por lo tanto encerrado entre Aranguiz y Silva. Nunca hubo solución. Y desde el banco llegaron los cambios fáciles, los de manual. Sería bueno algún esfuerzo intelectual, que la mano del técnico cambie algo en vez de repetir el gatopardismo táctico.
Se ganó, que era lo que se necesitaba. Se permite ese juego insulso, menor, intranscendente. El “ganar como
sea” quedó a salvo. No dio para ir al Obelisco.