Vivir atrapados en el país de los dogmas
Cuesta al recorrer el planeta encontrar otro país tan autodestructivo como la Argentina. Hasta los logros más trascendentes de la historia suelen caer bajo el peso de la confrontación permanente y la intolerancia. Y aunque no sorprende, sigue resultando increíble que la muy concurrida marcha de ayer por el Día de la Memoria haya tenido dos características que le restan brillo en vez de sumar. La primera es el reiterado enfrentamiento entre Hebe de Bonafini y Estela de Carlotto, dos de las máximas referentes de los derechos humanos más allá del deterioro que sus imágenes sufrieron en los últimos años por el alineamiento acrítico con el kirchnerismo.
“Traidora”, fue el adjetivo que Bonafini eligió para retratar a Carlotto por el sólo hecho de haberse reunido con la gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal. “Todos los integrantes del Gobierno son nuestros enemi
gos” y “basta de ser democráticos para ser buenitos”, precisó Bonafini, con el lenguaje de nuestras peores épocas. Para agregar que las Madres dejaron de ser aquella entidad de derechos humanos que conmovió al mundo para convertirse en una estructura política.
El otro dato desperdiciado por la mayoría de los manifestantes de ayer es el procesamiento y la detención del general César Milani. La decisión de Cristina Kirchner de promover a un militar involucrado en la desaparición de tres ciudadanos en La Rioja y de un conscripto en Tucumán es la peor afrenta que tuvo la democracia restaurada en 1983. Ningún presidente había caído en la provocación de designar a un presunto represor al frente del Ejército argentino. Las fotos sonrientes de Cristina y Milani invadieron ayer las redes sociales, neutralizando el intento kirchnerista de monopolizar la conmemoración del 24 de marzo y consolidándose como la gran contradicción que atiza el debate interno en el peronismo. “Con Milani nos equivocamos”, admitió el senador Juan Manuel Abal Medina, portador de un apellido protagónico en los años ‘70. Muchos piensan como él aunque, por ahora, no tengan la valentía de decirlo.
Es que en buena parte del espectro al que se define como progresista los dogmas no se discuten. Y cuando los dogmas se congelan se convierten en mentiras. A la dictadura del pensamiento único no le gusta reconocer que la pobreza es mucho más grave en la Argentina que en Alemania. No le gusta admitir el verdadero nivel de la inflación. No quiere oír hablar de cómo resolver el deterioro de la educación pública y jamás podrá aceptar que la magnitud de la tragedia del terrorismo de Estado es la misma si los desaparecidos fueron 9.000 (los casos que logró recopilar la Conadep), 15.000 o 30.000, el número que han elegido sin fuentes que lo confirme. El respeto por los derechos humanos es un tesoro de
toda la Argentina que costó sangre y décadas de aprendizaje. La angustia no tiene dueños. Ya hubo 2.780 imputados, 750 condenas y 1.044 detenciones que la Justicia dispuso desde el Nunca Más. Es un extraordinario avance aunque todavía falta. Pero el país autodestructivo quiere devorarse también esas medallas en el altar repetido y doloroso de la confrontación extrema.
El respeto por los derechos humanos es un tesoro de todos que costó sangre y décadas de aprendizaje