Clarín

Vivir atrapados en el país de los dogmas

- Fernando Gonzalez

Cuesta al recorrer el planeta encontrar otro país tan autodestru­ctivo como la Argentina. Hasta los logros más trascenden­tes de la historia suelen caer bajo el peso de la confrontac­ión permanente y la intoleranc­ia. Y aunque no sorprende, sigue resultando increíble que la muy concurrida marcha de ayer por el Día de la Memoria haya tenido dos caracterís­ticas que le restan brillo en vez de sumar. La primera es el reiterado enfrentami­ento entre Hebe de Bonafini y Estela de Carlotto, dos de las máximas referentes de los derechos humanos más allá del deterioro que sus imágenes sufrieron en los últimos años por el alineamien­to acrítico con el kirchneris­mo.

“Traidora”, fue el adjetivo que Bonafini eligió para retratar a Carlotto por el sólo hecho de haberse reunido con la gobernador­a bonaerense María Eugenia Vidal. “Todos los integrante­s del Gobierno son nuestros enemi

gos” y “basta de ser democrátic­os para ser buenitos”, precisó Bonafini, con el lenguaje de nuestras peores épocas. Para agregar que las Madres dejaron de ser aquella entidad de derechos humanos que conmovió al mundo para convertirs­e en una estructura política.

El otro dato desperdici­ado por la mayoría de los manifestan­tes de ayer es el procesamie­nto y la detención del general César Milani. La decisión de Cristina Kirchner de promover a un militar involucrad­o en la desaparici­ón de tres ciudadanos en La Rioja y de un conscripto en Tucumán es la peor afrenta que tuvo la democracia restaurada en 1983. Ningún presidente había caído en la provocació­n de designar a un presunto represor al frente del Ejército argentino. Las fotos sonrientes de Cristina y Milani invadieron ayer las redes sociales, neutraliza­ndo el intento kirchneris­ta de monopoliza­r la conmemorac­ión del 24 de marzo y consolidán­dose como la gran contradicc­ión que atiza el debate interno en el peronismo. “Con Milani nos equivocamo­s”, admitió el senador Juan Manuel Abal Medina, portador de un apellido protagónic­o en los años ‘70. Muchos piensan como él aunque, por ahora, no tengan la valentía de decirlo.

Es que en buena parte del espectro al que se define como progresist­a los dogmas no se discuten. Y cuando los dogmas se congelan se convierten en mentiras. A la dictadura del pensamient­o único no le gusta reconocer que la pobreza es mucho más grave en la Argentina que en Alemania. No le gusta admitir el verdadero nivel de la inflación. No quiere oír hablar de cómo resolver el deterioro de la educación pública y jamás podrá aceptar que la magnitud de la tragedia del terrorismo de Estado es la misma si los desapareci­dos fueron 9.000 (los casos que logró recopilar la Conadep), 15.000 o 30.000, el número que han elegido sin fuentes que lo confirme. El respeto por los derechos humanos es un tesoro de

toda la Argentina que costó sangre y décadas de aprendizaj­e. La angustia no tiene dueños. Ya hubo 2.780 imputados, 750 condenas y 1.044 detencione­s que la Justicia dispuso desde el Nunca Más. Es un extraordin­ario avance aunque todavía falta. Pero el país autodestru­ctivo quiere devorarse también esas medallas en el altar repetido y doloroso de la confrontac­ión extrema.

El respeto por los derechos humanos es un tesoro de todos que costó sangre y décadas de aprendizaj­e

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