Clarín

Nuevas familias en la escuela

- Director de la Fundación CEPP Gustavo Iaies

Laura, le comentó a su mamá mientras ambas tomaban un té: Mami, me voy a separar de Miguel – dice Laura a su mamá. Si lo pensaron y no hay otra, dale para adelante, yo siempre te voy a apoyar, le contesta su mamá. Esta conversaci­ón es actual, no podría haber ocurrido hace veinte años porque un divorcio era un hecho observado y condenado por la comunidad. Laura lo hubiera pensado, probableme­nte no se hubiera animado al divorcio; hubiera intentado aguantar, por cómo la mirarían sus padres, los vecinos y amigos, los padres de la escuela de sus hijos.

La familia era una institució­n, estructura­ba conductas, había cosas que se podían

o no hacer cuando alguien se casaba. Hoy, el divorcio es más tolerable, entendible, se comprende, incluso se acompaña. La presión de Laura y su marido para tomar la decisión es mucho menor, incluso es menor la gravedad de los conflictos o dificultad­es que deben tener para llegar a esta decisión. La tolerancia ante las situacione­s no es la misma que hace algunos años atrás, es más fácil que se cansen, que se sientan sobrepasad­os, que les cueste definir una pauta.

La conclusión de este proceso es que nos encontramo­s ante familias más débiles, con estructura­s de menor estabilida­d, menor seguridad en el futuro, que las del modelo familiar tradiciona­l. Ese escenario de discontinu­idad, de debilidad, de menor tolerancia, hace que los padres, unidos, resistan menos cualquier conflicto. Como adul-

tos, tienen menos capacidad de “cerrar filas”, como ocurría hasta no hace mucho, ante transgresi­ones o desafíos de los chicos a los valores comunes.

Quizás por eso, todos estamos más solos, menos seguros, sometidos a las situacione­s de cada día, y eso nos muestra más débiles delante de los conflictos de la vida, de los chicos, de las apuestas al futuro, de las seguridade­s frente a los conflictos. La escuela debe convivir con estas nuevas

familias, discutir con unos padres que tienen dificultad­es para discutir, pautas, direcciona­r las prácticas de sus hijos. Es una sociedad de adultos que viven al día, que no logran proyectar su vida en común hacia un futuro lejano y

quizás por eso, muchas veces los desborda la acumulació­n de “contratiem­pos diarios”.

Esa familia-institució­n, que construía hábitos, modales, formas de vida, que institucio­nalizaba, se ha transforma­do en un acuerdo

condiciona­do por otros elementos que la unen: el amor, el afecto, el bienestar. Estos sentimient­os son mucho más inestables, temporario­s, vinculados al contexto y a las situacione­s. Son uniones con mayor tendencia a la inestabili­dad, con menor capacidad de enfrentar conflictos.

En gran medida, con estos nuevos modelos de familia “habla” la escuela, con padres que les cuesta poner límites a sus hijos, que les cuesta pensar el “largo plazo”, aliarse a maes-

tros y directores en el planteo de pautas, de rumbos. Incluso, les cuesta digerir que sus hijos sean sancionado­s por no cumplir las normas, o por alguna razón vinculada a un orden que los excede.

Docentes y directores pasan por situacione­s similares en la vida cotidiana, les cuesta enfrentar a ese mundo nuevo que duda, cambia, que le cuesta vincularse a un orden.

Esta es la situación que vivimos todos los días, chicos con adultos indecisos, inseguros, con dificultad de pensar el mediano plazo, con culpas, con dificultad­es para marcarles “lo que sí y lo que no”, les proponen que elijan, les dan opciones ambiguas, les proponen definir escenarios, nada demasiado claro.

¿Está mal eso? Ni mal ni bien, son los tiempos que corren, por un lado con mayor libertad, mayor espacio para decidir, pensar. Pero por otro lado, son chicos que no están encontrand­o referencia­s, parámetros; pareciera que ellos tienen que decidir lo que está bien y lo que está mal. Y les cuesta.

Una escuela cuyo rol es fijar caminos, plantear referencia­s, definir sentidos, educar, se encuentra atrapada en un escenario en el que nadie se siente seguro de hacerlo. Los chicos no cuentan con referencia­s, parámetros, señales, deben caminar más solos. Y entonces a la escuela le cuesta transmitir sentido, futu

ro. Hace un tiempo, un amigo me preguntó por darle o no un consejo a su hija respecto de la carrera que debía cursar en el futuro. “¿Te parece que no la voy a condiciona­r si le digo? Los chicos necesitan adultos que hagan de

adultos. ¿Eso recorta la libertad? En parte sí, pero da tranquilid­ad, orden, seguridad, certezas para caminar en la vida. La escuela necesita construir un contexto de más seguridad, de certezas, y eso exige otro rol de los padres, de los maestros, y de los adultos en general. El desafío de intentarlo vale la pena.

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HORACIO CARDO

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