Clarín

Un rincón de tenis que marcó la vida de un grupo de amigos que ya son hombres

Los colores y los olores de la infancia nunca se olvidan. Por eso, pese a que ya pasaron más de 40 años, el Urquiza Tenis Club pudo señalar a fuego la memoria.

- Mariano Ryan mryan@clarin.com

Las pizzas van saliendo con la misma velocidad que alcanza ese tren que pasa a un puñado de metros de lo que en algún momento fue una cancha de bochas. Justo ahí, donde ahora las plantas alcanzan a tapar las vías del ramal José León Suárez del ferrocarri­l Mitre, entre las estaciones de Urquiza y Pueyrredón. En la parrilla, Ork y Nano sudan mientras salen las clásicas de muzzarella y las más gourmet de rúcula y jamón crudo. En la mesa se los espera a los cocineros. Porque ellos dos son también parte de esta historia de amistad que ya lleva, en algunos casos, más de 40 años. La comida (y la cerveza o el vino) es la excusa. Porque las anécdotas surgen sin espacios de silencios en esa noche de estrellas. Los duendes de los recuerdos recorren cada lugar encerrado en esa porción de la ciudad que, para muchos de esos comensales, fue -sigue y seguirá siendo- su mundo. Porque en Caracas 4935 no sólo hay un club de tenis. Ahí, entre Griveo y esas vías, aparece la memoria para seguir estando vivos. Al menos hasta la próxima cena... Las seis canchas de tenis. El golfito. La pista de cemento. El buffet y los salones de canasta, de truco y de poker. La pileta. La canchita del fondo. Los vestuarios. El frontón. El gimnasio. Cada espacio encerrado en ese club que protege su corazón y que mantiene su alma a pesar de los 110 años que ya le acarician los talones de su historia grande, encierra una, diez, cien y miles de historias de ese grupos de hombres que ya luce sus canas (en el mejor de los casos).

No cualquiera llegaba a jugar en la cancha 1, por ejemplo. Ese polvo de ladrillo era sagrado. Porque ahí algunos forjaron un invicto de años pero también porque ahí una morocha flaca y peinada con dos colitas ganaba y no dejaba de ganar cada vez que con River llegaba para jugar el Interclube­s. Su raqueta era Topper, de color verde. La morocha siempre generaba una revolución previa en la semana cada vez que se sabía que un sábado o un domingo a la mañana jugaría en esa cancha. Esa morocha se llamaba Gabriela Sabatini y con los años se convirtió en la mejor tenista argentina de la historia. Por ella y por otros enormes jugadores, pisar ese escenario que limita con la pileta no era sencillo. Entonces no había otra que empezar en la cancha 6, la del frontón eterno, y comenzar a aprender los secretos del drive, el revés y el saque en la escuelita de Roberto Kunz.

El problema era si llovía. Porque al club había que ir igual. Pero ahí no

Ese club que protege su corazón y que mantiene su alma a pesar de los 110 años que ya le acarician los talones de su historia grande, encierra una, diez, cien y miles de historias de ese grupo de hombres”.

había tenis y tampoco terribles duelos de “5 contra 5” en la canchita de fútbol con más tierra que pasto que de un día para el otro mutó en una superficie diferente para que los “los socios jueguen sobre cemento”, según se justificar­ía tiempo después. Así se fueron los sueños de varios que en ese momento creían ser Maradona, Bochini o Alonso por más que el almanaque los pusiera contra la pared. De todos modos, con la lluvia, también se podía jugar al fútbol en el vecino club Gloria o en la pista de cemento, escenario ideal además para el voleibol o hasta para un set de tenis. O para armar una escondida entre los chicos cuando llegaban las noches de cada verano.

Adentro, en el buffet, el territorio era de los mayores. Del truco de los hermanos Mastronard­i y de Aiello, del poker del Chino González, el Negro Ramírez y los Bages y de la canasta de Marta Montecof, Norma Penelas y Chichita Greco, por nombrar a las figuras más emblemátic­as de los juegos de cartas. Pero también los pibes copaban la escena con algún partido de fútbol o de tenis importante que los convocaba frente a la tele.

Otra vez afuera, en la pileta que hoy cambió radicalmen­te su escenograf­ía (sin entrar en detalles se le puede echar la culpa a las sucesivas crisis económicas de los últimos años), la cita se daba entre diciembre y marzo para quienes sacaban el carnet de temporada. Con las postas organizada­s por Iribe, las manchas y la seguidilla de bombas en las que no había distinción de sexo y de edad y en las que se prendían Andrea, Fabiola, Mariela y Maru. Con el solarium y ese juego que nunca tuvo nombre pero que consistía en la misión (casi) imposible de embocar una pelota de tenis en la canaleta ubicada en cada lado de una pileta coronada por un trampolín picante y dos más fijos que sostuviero­n ilusiones de clavadista­s durante tantos años.

Los vestuarios eran en aquellos tiempos un escenario clave en la vida del club. Porque adentro se elaboraban tácticas sobre el partido de fútbol que se venía o se planificab­a qué debía hacerse en aquellos sábados y domingos interminab­les en el que los pibes pasaban del tenis a la pileta, de la pileta al fútbol, del fútbol al truco, del truco al ping pong en la mesa del gimnasio y del ping pong en la mesa del gimnasio a la pileta otra vez para esperar el anuncio del cierre establecid­o para las 8 de la noche. Pero en los vestuarios también se tejieron esas anécdotas que hoy se recuerdan con las fotos de El Gráfico pegadas en la pared y las fotos de Playboy ocultas en el interior de un locker de un socio vitalicio que a veces lo dejaba entreabier­to… No era casualidad, entonces, cuál era el lugar del vestuario que se elegía para cambiarse.

Las pizzas siguen saliendo y ahí estamos casi todos. Porque hay lugar para Hernán, Berta, Juan, Cani, Ork, Nano, Rulo y Patán y para Marto, Rocky, Aro, Pachún y el Menor. Y aunque falten Carlitos, Sebi, Matu, Mel, Manu, Tatín, Vidrio, Juan Pablo, Javo, Federico, Eddie y Conejo todos sabemos que el espíritu del Urquiza Tenis Club vivirá por siempre entre nosotros. Y para siempre.

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JULIO SANDERS Polvo de ladrillo. El UTC tiene vida propia durante los fines de semana. En sus seis canchas se juega desde la mañana a la noche.

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