Clarín

Vida de gitanos: son 300 mil en el país y cargan con el peso de la mirada ajena

Esta semana fueron noticia por una fiesta que terminó con escándalo mediático. Pero más allá del caso, una comunidad lucha por sostener sus costumbres y contra la discrimina­ción.

- Julieta Roffo jroffo@clarin.com

Todavía se acuerda. Pasaron más de cuarenta años de aquella mañana pero se acuerda y vuelve la bronca: “Me estaba atando los cordones, había ajustado la rueda de un auto que estaba por vender y entonces el tipo que lo iba a comprar me dice ‘Mirá esa gi- tana toda sucia, gitana de mierda’. Lo corrí dos cuadras con la llave cruz para cagarlo a trompadas. La gitana que barría la vereda de mi casa era mi mamá”. Ahora está sentado en el escritorio de su agencia de autos. Cerca suyo, hay una calcomanía de la iglesia evangelist­a gitana a la que concurre, una foto de los autos de lujo que ostentaba en su agencia de Barcelona hace algunos años, y el mate que comparte con su primo gitano, con quien también comparte antepasado­s rusos.

No dirá su nombre, no saldrá en fotos: “Nos meten a todos en la misma bolsa. Si sos gitano, sos un delincuent­e; todo el mundo desconfía de los gitanos, y hay gitanos delincuent­es y no delincuent­es, como hay descen- dientes de italianos y de españoles delincuent­es y no delincuent­es. No tengo ganas de poner la cara en un momento en el que nos miran con desconfian­za ni de meterme en líos con mi comunidad por hablar con medios”, aduce. El lunes pasado, su hijo mayor fue a comprar el diario. El canillita le dijo: “Qué quilombo armaron anoche”. Se refería a los incidentes que se produjeron cerca de Costa Salguero tras la fiesta de 15 años de la hija de Jorge Luis Miguel, que es miembro de la comunidad zíngara. Tras conducir a contramano y chocar contra otro auto, Miguel, de 35 años, se bajó de su BMW M4 -de más de 170 mil dólares- e increpó a la Policía y a periodista­s con un arma. Desde entonces, Miguel permanece detenido y los zócalos de los canales de noticias dicen “El gitano sigue preso”. “Creen que todos hacemos quilombo, que todos somos delincuent­es, caemos todos en el mismo prejuicio”, protesta el hijo mayor del patriarca, mientras va y viene con una caja de herramient­as en la agencia de autos.

Según un relevamien­to de la Asociación Identidad Cultural Romaní de la Argentina (AICRA), viven unos 300 mil gitanos en el país. “Las mayores concentrac­iones se dan en Capital Federal, el Gran Buenos Aires, Mar del Plata, Córdoba y Comodoro Rivadavia, pero hay comunidade­s en todas las provincias”, explica Jorge Bernal, presidente de AICRA y heredero de un apellido español que impusieron a sus antepasado­s gitanos hacia 1902. En Argentina, cuenta Bernal, es- tán presentes los tres grupos predominan­tes de gitanos: los rom, que llegaron desde Rusia, Grecia y Moldavia, y hablan la lengua gitana original; los calé, que llegaron desde España; y los ludar, de Rumania y Serbia. En Buenos Aires viven cientos de familias zíngaras especialme­nte concentrad­as en Villa Devoto, Flores, Monte Castro y a lo largo de la Avenida de Mayo. Pero viven bajo el peso de la mirada de los otros: un estudio de la UBA señala que los gitanos triplican el nivel de rechazo que sufren

Está instalado un estereotip­o, una falsa idea de que todo lo que tienen los gitanos es robado”

Jorge Nedich

Autor de “El alma de los parias”

Muchos gitanos esconden su identidad para poder sostener su trabajo”

Jorge Bernal

Presidente de la Asociación Romaní de la Argentina

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ESTEBAN WIDNICKY Colores. Una integrante de la familia Ivanovich, dentro de la carpa en la que viven en Formosa. Son de los pocos grupos seminómade­s que quedan en el país.

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