Aquellas entrañables maestras de un tiempo ido
El retrato que pinta el licenciado Rescia, orgulloso hijo, además, de su mamá docente, recupera, con la fuerza de un relámpago de la memoria, a aquellas maestras que educaron a través de las décadas a varias generaciones en una Argentina ahora extraviada. Las maestras eran entonces simplemente maestras y no “trabajadoras de la educación”. Los paros eran una rareza, por lo general no debían recurrir a medidas de fuerza extremas porque el Estado les pagaba bien y el lugar simbólico del maestro al frente de un aula de la escuela pública era una imagen de prestigio y un modelo de alta consideración social.
Las escuelas de aquel tiempo, cuarenta años atrás, al menos, no eran ni una guardería ni un merendero, sino un espacio para aprender los instrumentos básicos del conocimiento, socializar la convivencia y nutrirse de un sistema de ideas y valores para subir los primeros peldaños que llevaban a la movilidad social ascendente. A una sociedad de buenas personas y buenos ciudadanos. Hoy los tiempos y los protagonistas son otros. Cambió el mundo, cam- bió el país, cambió la escuela, cambiaron los docentes. En el multitudinario acto del miércoles, por ejemplo, Sonia Alessio, secretaria general de CTERA, confederación creada en 1973, plena bisagra de los 70, finalizó su discurso con una encendida arenga: “Fuerza, paro, carpa, lucha, a seguir peleando, vamos compañeros”. Ni aula, ni alumnos, ni clases, ni educación: un final con mensaje claro.
El salario hace a la dignidad del docente. La excelencia de la educación, también. La maestra del homenaje de hoy supo armonizar en vida sus
derechos con sus responsabilidades.