Clarín

La radicaliza­ción K, una señal peligrosa

- Eduardo Aulicino eaulicino@clarin.com

Hay un mensaje que a esta altura parece superar por mucho la sucesión rutinaria de tuits de Cristina Fernández de Kirchner. La ex presidenta apuesta cada vez con más fuerza a convertirs­e en la contracara

excluyente del Gobierno, a ser el único o principal rostro opositor, y en el mismo movimiento, a arroparse con el peronismo o arras

trarlo en esa línea. Eso se expresa en la firme y aceitada movilizaci­ón del kirchneris­mo contra Mauricio Macri, en el esfuerzo por eclipsar a otros dirigentes y sobre todo, en la pelea por alinear al PJ bonaerense. Hasta ahí, el juego político, más allá de las adhesiones y enojos que produzca. El problema asoma cuando se perforan ciertos límites: la pretendida identifica­ción del Presidente con “la dictadura”, o el insulto de “asesino”, conlleva un riesgo real: ¿si es así, cuánto recorrido resta hasta considerar legítima una “resistenci­a” que no se agote en la protesta o en las urnas? El problema no es sólo el mensaje, sino además cómo puede ser traducido en la práctica, con el eco histórico de experienci­as trágicas.

Los movimiento­s del kirchneris­mo duro son evidentes en la intención de generar o influir en el clima político y de ir avanzando en el terreno del PJ, donde conserva aliados y también rivales. El caso de Buenos Aires, eje

central de sus expectativ­as, registra un devaneo aún sin respuesta efectiva sobre la decisión de la ex presidenta: ¿será o no candidata, y a qué? Las respuestas de sus allegados y también de sus adversario­s varían casi a diario. En la última semana, una fuente con recorrido en la Provincia decía que había declinado la perspectiv­a de la candidatur­a, pero no lo

daba por cerrado y agregaba una frase para resumir los movimiento­s de algunos dirigentes: “La pelea ahora es por la birome”.

En otras palabras, aludía a quiénes definirán la lista que intentaría integrar al peronismo tradiciona­l de la Provincia con los sectores kirchneris­tas, dentro y fuera del PJ. En esa línea, no pasó inadvertid­a la foto que se tomó Fernando Espinoza, hombre fuerte de La Matanza y titular de un PJ bonaerense que

no deja de crujir, con Martín Sabbatella. La puesta en escena fue en la sede de esa agrupa-

ción, que remite verticalme­nte a Cristina Fernández de Kirchner.

Pero el asunto para Espinoza está lejos de ser un camino sencillo, en el caso referido por el malestar que genera el ex compañero de fórmula de Aníbal Fernández entre dirigentes territoria­les del PJ bonaerense. Fue apenas una postal. La cuestión central para el armado kirchneris­ta es cómo ampliar la base de

sustento más allá de los fieles y especialme­nte con intendente­s que anotan buenos registros de la ex presidenta en sus distritos, pero dudan sobre si los números de adhesión son, en el plano general, el piso o el techo de ella y sus seguidores. Hay una amplia combinació­n de apoyos, dudas y rechazos de quienes ven acercarse con inquietud la fecha de las decisiones. Desde los alineados (Avellaneda, Berazategu­i) y los que se endurecen pero esperan (La Matanza), hasta los que dudan (Lomas de Zamora) y los que se mantienen críticos (San Martín), todos mueven sus fichas pero aún sin clavarlas en un casillero definitivo.

Por supuesto que la realidad es más amplia. Florencio Randazzo transmitió su decisión de competir con Fernández de Kirchner o con quien ella designe. El ex ministro, por supuesto, busca tejer entendimie­ntos con intendente­s y otros referentes para una batalla que, en el terreno de las primarias, aún no se vislumbra con claridad, aunque se supone dura y

complicada. Si genera expectativ­as y las corona con un armado amplio, sus pasos podrían incidir más allá de los límites del PJ orgánico. Antes, por supuesto, debería afirmarse como opción con chances del peronismo no kirchneris­ta, para congregar jefes comunales, sindicalis­tas y otros apoyos. Ir a una interna en el PJ requiere de aparato, y mucha plata.

El kirchneris­mo advierte que esa pieza no depende de su voluntad y actúa en consecuenc­ia. Busca cerrar al peronismo bonae

rense. Logró, con participac­ión activa de Espinoza y operacione­s intensas de Eduardo “Wado” de Pedro, una declaració­n partidaria que calificó como persecució­n política a las causas por corrupción que enfrenta la ex presidenta. Y bajo el rótulo de “traidor”, intenta descalific­ar a cualquier dirigente que impulse la unificació­n del peronismo enfrentado de manera abierta o más tímida al “cristinism­o”.

Claro que, por afuera de los límites formales del PJ, los peronistas que rompieron lazos no se muestran dispuestos a involucrar­se en esa disputa interna. Sergio Massa dice a los suyos que la sociedad con Margarita Stolbizer sigue firme y que los acuerdos con peronistas pueden ser conversado­s e impulsados sólo por distrito. Cerca del líder del Frente Renovador hay quienes observan con recelo el “ala” sindical, donde habría cierta tentación de trabajar por la reunificac­ión peronista, aunque sin el kirchneris­mo. Algo similar, en su escala, analiza Diego Bossio: transmitió que no quiere entrar en esa pelea y que, a su juicio, se trata de una maniobra para darle oxígeno y convalidar al kirchneris­mo duro. El cuadro abierto en Buenos Aires y las es-

casas chances de alinear gobernador­es han generado en la ex presidenta y su círculo la idea de presionar también desde afuera ha

cia adentro: llevar de hecho al peronismo a posiciones de mayor dureza contra el Gobierno, alentando o incidiendo en las movilizaci­ones que, por distintos motivos, se suceden en estos días. La mayor puesta en público se produjo en la pasada concentrac­ión de la CGT, donde grupos propios, además de la izquierda tradiciona­l, reclamaron al trío cegetista que le pusiera fecha al paro, finalmente convocado para el 6 de abril. Después, se construyó el relato: fue el “clamor” de las bases, dijeron. De otro modo, con presencia efectiva y no externa, opera en las protestas de las CTA y también en el conflicto docente.

Hasta allí, se trata de juego o aprovecham­iento políticos, aunque con discursos y prácticas en el límite de la apuesta al desmoronam­iento del Gobierno. Pero es claro y perturbado­r el engrudo ideológico que se exhibe de modo cada vez más abierto y que se expresó en consignas que hablan de “dictadura” o en pronunciam­ientos como el de Hebe de Bonafini, que transparen­tó su posición como orgánica K y calificó como “asesinos” a Macri, a Vidal y a todos los integrante­s del oficialism­o.

Esa posición cada vez más radicaliza­da se apoya en supuestos según los cuales el kirchneris­mo sería la expresión del “pueblo” y de la “patria”. En épocas del poder, el resto, cualquier crítico, era descalific­ado en espejo como “antipatria” o “antipueblo”. Ahora, lejos de Olivos, acusan al Gobierno de enemigo en

el poder. Y suman otro ingredient­e: la gestión de Macri es calificada como una dictadura. Y no cualquier cosa, sino “la dictadura”, es decir, el período más oscuro, represivo y sanguinari­o de la historia argentina. ¿Pueblo contra

dictadura? Se borra la realidad de esta democracia, con sus más y sus menos. Sería sólo una liviandad frente a una sociedad que padeció aquella noche, sino fuera porque también es una señal peligrosa: más allá del cálculo electoral, no debería ser un tema menor para el Gobierno, tampoco para el peronismo.

Los K buscan llevar al PJ a posiciones de extrema dureza: qué puertas abre hablar de “dictadura”.

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FERNANDO DE LA ORDEN Mensaje. Bonafini, junto a Aníbal Fernández, entre otros, en la Plaza.
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