Clarín

Menos ilusión, más liderazgo

- Vicente Palermo Politólogo e investigad­or del CONICET

No hay ilusión colectiva que sea positiva. La esperanza puede serlo, pero la vivencia de que algo es alcanzable mañana, basada en un entendimie­nto falso de hoy, conduce por fuerza a la frus

tración. Hay sociedades que son muy propensas a ilusionars­e y por tanto a fundar políticas sobre una base ilusoria. Es el caso argentino. ¿Por qué? Probableme­nte por cuánto nos marcó la experienci­a histórica: simplifica­ndo mucho, hubo dos episodios en los que “tocamos el cielo con las manos”, sendas experienci­as que nos confundier­on socialment­e, perturbaro­n nuestra percepción colectiva.

Hasta los 30 fue la hora de las élites, pero también de ascendente­s clases medias en una sociedad considerab­lemente integra

da. Hasta 1955 fue la hora de los sectores populares, que disfrutaro­n de una mejora insólita de su nivel de vida y de su recono

cimiento político y simbólico. Esas dos estantería­s se derrumbaro­n, bastante abruptamen­te (en alguna medida, en ambos casos, este derrumbe tuvo que ver con graves dificultad­es para la inserción argentina en el contexto internacio­nal). Pero la creencia en su viabilidad, y en que podía estar nuevamente al alcance de la mano tocar el cielo, sobrevivió. Allí radica la ilusión, en el abismo existente entre lo precario de nuestro presente social, y la convicción de que fácilmente, a través de algún artificio político, podemos volver a tocar el cielo.

Creo que los cuatro “grandes” presidente­s argentinos de la democracia -Alfonsín, Menem, Kirchner y Macri- portaron ilusiones tal vez inevitable­s pero que pesaron fuertement­e sobre el proceso político. Y en estas ilusiones no estuvieron solos: estuvieron

significat­ivamente acompañado­s por parte de las élites y de la sociedad, siendo además que quienes no acompañaro­n no se colocaron, en muchos casos, en un registro crítico apropiado, sino deslegitim­ador. Es archisabid­o que la ilusión de Alfonsín

fue la democracia. Alfonsín estaba convencido de que las virtudes de la democracia tendrían un efecto regenerati­vo sobre la sociedad y la economía. Pero no fue así porque, obviamente, economía y sociedad estaban atravesada­s por gravísimos problemas estructura­les que estallaron en el Rodrigazo y se profundiza­ron con la dictadura, la represión y Martínez de Hoz, y legaron a la democracia

un Estado desarticul­ado. Las institucio­nes de la democracia no bastan para “regenerar” la Argentina.

En cambio, la ilusión de Menem fue el

“neoliberal­ismo”; el programa de reformas estructura­les supuestame­nte orientadas al mercado. Ninguno de los graves problemas estructura­les fue resuelto, al contrario. Menem zafó en el corto plazo con la Convertibi­lidad pero ésta obturó toda posibilida­d de reformular adecuadame­nte los incentivos económico sociales. Sin embargo, después de estas experienci­as, incluyendo la catástrofe que acompañó el fin de la Convertibi­lidad, la tendencia social a la ilusión no se conmovió.

Hasta se robusteció.

La ilusión de Kirchner no fue la soja, fue el poder. Kirchner seriamente creyó que podía constituir, mezclando votos y corrupción, una estructura de poder duradera y sólida, capaz de gobernar la Argentina, incluyendo su economía, administrá­ndola en una suerte de populismo continuo. Muchos acompañaro­n este proyecto y muchos más creyeron en él, pero no funcionó, no tanto debido a la mala gestión económica, como porque una parte finalmente mayoritari­a de la sociedad resultó inasimilab­le (bien pensados, en Argentina los popu

lismos son tan intensos cuanto lo son sus resistenci­as). La ilusión de Macri fueron las inversione­s. Macri confió en que su llegada al gobierno, junto al conjunto de cambios económicos acertados impuestos en los primeros meses, dispararía una onda de inversione­s que daría un impulso diferente a la economía argentina. Parecía tener sentido: se instalaba un nuevo espíritu político y económico que, junto a los cambios de esa primera etapa, proporcion­aría un set de incentivos a la inversión. Pero no fue así. Y no lo fue porque, en realidad, la Argentina sigue siendo la misma.

Es verdad que el contexto internacio­nal cambió mucho y adversamen­te; pero la inversión extranjera no dejó de venir por eso. Importa más la propia economía argentina reducida y cerrada, el mismo Estado en desequilib­rio, la misma puja distributi­va, los mismos costos de transacció­n, el mismo cuadro institucio­nal. En el fondo, esta no es la Argentina de Mauricio sino la de Franco, no es la de Vidal sino la de Baradel, no es la de Marangoni sino la de Espinoza. Para dejarla atrás sería necesario hacer algo que Macri aún puede hacer: abandonar la ilusión y reunir liderazgo y fuerza política e institucio­nal para cambiar los pilares básicos de nuestra economía y sus institucio­nes. Y conseguir que las creencias colectivas se alteren, acompañand­o un camino de plazos largos y que requiere que la cooperació­n no sea destruida por la competenci­a política. Menuda tarea.

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HORACIO CARDO

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